Mientras en el Distrito Federal y en gran parte del país las posturas sobre la legalización del aborto se polarizan, cualquier mujer puede acudir a una farmacia para comprar unas pastillas para la gastritis y provocarse un aborto.
El desarrollo tecnológico permite que en el mercado exista este tipo de medicamentos. Así la imagen de la mujer que acude a una clínica clandestina para realizarse un aborto es cosa del pasado, de ahí la necesidad de revisar el ángulo del debate que se sostiene sobre el tema.
La Iglesia lo condena, los progresistas defienden el derecho de la mujer a elegir si tiene a su hijo o no. Al paso de los días las posturas se han radicalizado y nadie se ha percatado que el aborto es algo cotidiano en la sociedad, independiente de lo que digan las leyes.
Con un valor en el mercado de mil pesos, cualquier jovencita puede acudir a una farmacia y comprar un medicamento para la gastritis, evitando así la imagen traumática de acudir a una clínica clandestina, que normalmente se encuentran en condiciones deplorables.
Sin embargo, dicha pastilla también pone en peligro la vida de la mujer, las principales consecuencias son: el daño permanente al útero y la incapacidad para albergar un feto en un embarazo ya deseado en el futuro o una hemorragia descontrolada provocaría un paro cardiaco. Por si fuera poco existen posibilidades de que restos del feto o de la placenta queden dentro del útero, lo que provocaría una infección local que invadiera la sangre y se extendiera por el cuerpo causando septicemia.
Ante esta realidad, es necesario preguntarnos si el debate debe ser sobre la legalización del aborto o mejor sobre la necesidad de replantearnos el concepto de vida, al tiempo que se brinda una verdadera educación sexual a nuestros jóvenes. Urge informar sobre los verdaderos riesgos que representa el realizarse un aborto en forma clandestina, más allá de dogmas y creencias.
