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El ocaso de un presidente

EL UNIVERSAL

MÉXICO, DF.- Era el día más grande de su vida. La que ya era una inolvidable jornada estaba por concluir. Desde el balcón central de Palacio Nacional veía la plaza llena, escuchaba las aclamaciones, sentía el cariño, la entrega de la gente. Le acompañaban sus hijas, sus hijos. Portaba la banda presidencial. Era un Vicente Fox pleno, eufórico, en su alborada política.

Un hombre espontáneo, fresco, feliz. Tanto que esa noche tuvo un detalle, una más de las actitudes insólitas que le habían acompañado desde la mañana, cuando acudió a la Basílica de Guadalupe, caminó entre la multitud, comulgó. Y posteriormente, los tamales y el atole con los niños de la calle, en Tepito. Y la protesta constitucional en el Palacio Legislativo, el saludo a Ana Cristina, Paulina, Rodrigo y Vicente, como para iniciar su discurso. Y el crucifijo que le entregó una de sus hijas en el Auditorio Nacional.

Otro detalle sorprendente, increíble. Desde el balcón, el jefe del Ejecutivo escuchó la potente voz de Manuel Mijares entonar el Himno Nacional. Entonces llevó hacia adelante el largo brazo, le apuntó con el índice, exclamó: ?¡Mijares, ?ai te voy?.

Y fue. Y descendió de entre los nuevos hombres y mujeres del poder, y quedó entre la gente. No cantó, pero sí presentó a una niña para que dijera unas palabras. Hacia frío, pero él estaba en mangas de camisa. Él y su gozo.

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Pasaron 2 mil 455 días desde aquel primero de diciembre del año 2000, tiempo intenso. México vivía, sufría el conflicto después de la elección presidencial. Y la noche del 15 del pasado septiembre, ese balcón estaba solo, los ventanales cerrados. El Palacio Nacional permanecía en penumbras. El presidente de la República se había marchado. La multitud que llenaba la plaza de la Constitución no era para él. Tuvo que dar el Grito de Independencia, sacarlo en un verdadero desahogo, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Estaba ya Vicente Fox Quesada en el principio del fin. Él en su ocaso.

?El presidente estaba decidido a encabezar la ceremonia del Grito en el Zócalo, no le importaba que López Obrador fuera a hacer lo mismo en el mismo lugar. Teníamos todo preparado. La transmisión de televisión sería cuidada, la imagen y el sonido serían del presidente de la República. Había la posibilidad de armar una buena producción, con enlaces para que el Grito se escuchara en otras plazas del país y desde aquéllas saliera la respuesta de la gente?, platicó uno de los hombres más cercanos al mandatario, hace unos días.

Y agregó: ?Lo habíamos negociado bien con Alejandro Encinas y supuestamente lo aceptaba Andrés Manuel. El Estado Mayor Presidencial se encargaría de la seguridad de Vicente Fox y de Palacio, nos dejarían la calle que pasa entre dicho recinto y la plaza. Ellos se harían responsables de lo que pasara en el Zócalo. Pero el 13 de septiembre llegaron a instalarse justo bajo palacio, en la carpeta asfáltica grupos de los más radicales, encabezados por los Panchos Villas. La situación se volvió riesgosa. No podíamos caer en una provocación. Fue difícil convencer al presidente, no lo aceptaba, pero contrariado, finalmente, decidió que no estaría ahí la noche del 15, la que sería la noche de su último Grito?, agregó la fuente consultada.

Alborada y ocaso, luz y sombra. Un dramático cambio de un hombre y su circunstancia.

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Lejos, muy lejos parece estar aquel primer día. Caminaba erguido. La voz era firme; la mirada, vivaz. Se alimentaba de la gran popularidad que había logrado. En una entrevista para la televisión de Estados Unidos, declaró entonces:

?Me siento extremadamente cómodo con el trabajo y realmente lo disfruto. En las encuestas es muy inusual y extraordinario, pero hemos podido conservar 85 por ciento del apoyo de la gente, apoyo a nuestros programas y apoyo al presidente. Esto es increíble en México??.

Había cumplido 70 días como presidente. Comentaba que a los mexicanos les gustaba un liderazgo fuerte y seguir a los hombres que saben a dónde ir. Aseguró también que ?nunca, nunca? se preocupaba por su seguridad. Confesó que tenía muchos guardaespaldas y que no se sentía muy cómodo. ?Sin embargo, me alejo de ellos cada que puedo y cuando estoy entre las multitudes es como cuando andaba en campaña, porque ando por todos lados en México y la gente está ahí, la gente se emociona, la gente está feliz y quiere comprometerse?.

Otro tiempo, el mismo personaje, distinta su imagen. Meses después en aquel año 2001, viajó a Estados Unidos. En California se reunió con representantes de la comunidad mexicana. Fue apoteósico. Durante más de diez minutos le aplaudieron. Hombres, mujeres y niños se atropellaban para estar con él, para tocarlo, para que los saludara. ?¡Desde luego que esto me emociona! También me pone chinito el cuero escuchar en el extranjero nuestro Himno Nacional?, manifestó aquella vez.

Él, del otro lado de la historia, de su propia historia. Casi seis años más tarde, muy serio, enrojecida su faz, desde el vestíbulo del Palacio Legislativo de San Lázaro, miraba al frente, al umbral que no podía cruzar. El lugar que estaba destinado para él quedaba invadido por legisladores del PRD. Imposible leer su mensaje. Tuvo que entregar su Informe de Gobierno y después dar la media vuelta, salir, caminar entre la oscuridad, retirarse.

Él, de la euforia a la nostalgia. En varios de los discursos que ha pronunciado recientemente ha dicho que después del próximo primero de diciembre estará en su rancho, San Cristóbal, municipio de San Francisco del Rincón, San Pancho y montará en su caballo tordillo, el ?Dos de Julio? y lo acompañará Vico, Vicentillo III, su nieto y estará a beso y beso con la señora Marta.

Y cuando eso ha dicho, cuando ha hablado de su inminente futuro, de esos días en los que empezará a hacer pasado, ha mostrado esa faceta sonriente y ha reaparecido momentáneamente la mirada brillante, viva. Pero también se le ha visto demacrado, más marcadas están los cuatro surcos que le atraviesan la frente. Inevitablemente dejó salir una voz alterada el martes por la noche, cuando dirigió un mensaje a la nación para reprochar a los diputados del PRI y el PRD, que no le hubieran dado permiso de viajar a Vietnam ni Australia.

Una seriedad impresionante. Él con el paso del tiempo y el peso del cargo y de los acontecimientos. Así estaba la mañana del 13 de septiembre ante el altar a la patria. Hasta él llegaban los gritos de simpatizantes obradoristas. Gritos que lo acusaban de traidor a la democracia.

Él, cada vez más cerca del final. El próximo 20 de noviembre tampoco estará en Palacio Nacional. Ese balcón permanecerá cerrado. La multitud, otra vez, ya no será para él.

?Me gustaría regresar al rancho, caminar por las calles, algo que usualmente los presidentes de México no pueden hacer, pues tienen que irse a otros países a esconderse. Yo espero andar por las calles, en restaurantes, como cualquier otra persona?, deseó el diez de febrero de 2001.

Hoy, el presidente de la República está en su ocaso. Lejos aquella alborada. Faltan aproximadamente 430 horas para que Vicente Fox pueda reencontrarse con él mismo y buscar esas calles o ese campo. El balcón central, la Plaza de la Constitución ya no serán para él.

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