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Los muertos

Javier Fuentes de la Peña

?¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!?. Esta frase la pronunció en una ocasión Gustavo Adolfo Bécquer. Aunque parezca un atrevimiento contrariar las palabras de un ilustre pensador, yo me enorgullezco al afirmar que en nuestro país los muertos no están solos.

México es uno de los países del mundo con mayor riqueza cultural. Una de las tradiciones más arraigadas en nuestro pueblo es el culto que cada año se rinde a la muerte. Ayer pudimos darnos cuenta de esto. Miles de laguneros acudieron a los panteones para visitar a sus parientes muertos. Los sepulcros se tapizaron de flores, algunas personas lloraron al pie de la tumba de su ser querido, mientras otras, sólo se limitaron a rezar un Padre Nuestro.

Pero el dos de noviembre no es solamente día de luto, sino que representa una excusa más para reunirnos con familiares y, sobre todo, para poder explayarnos en nuestro arraigado gusto por los rituales. Cuando se aproxima el Día de Muertos, hay quienes colocan en su casa una altar con la fotografía de un familiar ya fallecido, comemos el típico pan de muerto y nos divertimos con chistes y calaveras en las que nos reímos de la muerte.

Los mexicanos tenemos muy presente que la muerte será nuestro destino y, por lo mismo, nos hemos familiarizado con ella hasta el punto de atrevemos a decirle la huesuda, la flaca, la parca, la calaca, la pelona y de muchas formas más. Todo el mundo se asombra de que el pueblo mexicano celebre el Día de los Muertos más bien con un espíritu festivo y no de una manera luctuosa. Tal vez esto se entienda si tomamos en cuenta lo que Octavio Paz escribió en El Laberinto de la Soledad: ?La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir, sino la del vivir. Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta?.

Es motivo de presumir a los demás nuestras tradiciones y costumbres. Sin embargo, no sólo debemos tener una fiesta para rendir culto a la muerte, sino también deberíamos tener un día en que rindiéramos culto a la vida, en que nos alegráramos por estar en este mundo y por tener la oportunidad de hacer algo bueno cada día.

Goethe decía que una vida inútil es una muerte prematura y tiene razón. Más que tener miedo a la muerte, me aterroriza la idea de llegar a mis últimos días y reconocer que pude haber hecho algo mejor con mi vida, que desperdicié tiempo valioso en placeres pasajeros que nada bueno me dejaron a mí y a las personas que me rodearon.

Hay quienes encuentran en cada día la oportunidad para mostrar su inconformidad ante la vida: ?¡Otra vez subió el precio de la tortilla!?, ?¡La vecina nunca barre su banqueta!?, ?¡Los del Gobierno son puros rateros!?, ?Mi jefe es un abusivo?.

Es triste nacer llorando, vivir quejándonos y morir desilusionados. En ocasiones creemos que lo peor nos sucede a nosotros y no somos capaces de agradecer todas las bendiciones recibidas.

Por desgracia, las cosas buenas de la vida son cotidianas para nosotros y muchas veces pasan desapercibidas. Pero en realidad, la vida es una serie de sorpresas que hace que muchos de nosotros nos aferremos a ella. ¿Quién no se maravilla al ver nacer a un niño?

Yo quiero vivir mucho, aunque no llegue a viejo. Yo quiero sentir que mi vida fue corta, aunque viva más de 90 años, pues estoy seguro que la vida es larga cuando es miserable, pero breve cuando es feliz.

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