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Educación, motor de la sociedad

Arturo González González

En la Atenas del siglo V a.C. -la de Temístocles, Pericles, Esquilo, Sófocles y Sócrates-, la educación era fundamental para el sostenimiento y buen desempeño del Estado. Por eso, además de ser un privilegio de todo ciudadano, era también una obligación. La efervescente vida política y cultural de la ciudad más importante de la época clásica griega, hubiera sido prácticamente imposible sin la paideia, como los antiguos helenos la nombraban (de ahí paidagogos, pedagogo, pedagogía).

Para garantizar la permanencia y el sano desempeño de la democracia, el Estado procuraba que quienes ejercían la ciudadanía (que no eran todos, hay que recordar que había también metecos y esclavos, los primeros con libertad pero sin derechos, los segundos sin ninguno de los dos) fueran educados para convertirse en políticos, en el sentido antiguo de la palabra, es decir, en participantes activos de la polis.

Todas las disciplinas que incluía la formación del ateniense estaban en función de ello: la música, la gimnasia, la oratoria, la gramática, la poética y posteriormente la filosofía. El único ser humano que se concebía era uno integral, capaz de involucrarse en todos los asuntos de la colectividad y proponer soluciones a los problemas que se presentaban.

Para alcanzar el objetivo, el Estado, los maestros, los padres de familia y, por supuesto, los alumnos, eran completamente conscientes de lo que se pretendía y ponían todo su empeño en conseguirlo. Y quizá esto era lo más importante para que el modelo funcionara. Todos sabían qué debía enseñarse, porque todos estaban convencidos de lo que pretendían obtener. Todos conocían los medios, porque todos estaban seguros del fin. Remar hacia un mismo lado, conduce a la costa a la que se quiere llegar.

Mas, dos mil 400 años después, lejos de ese microcosmos que era la ciudad-Estado de Atenas y su realidad particular, uno de los desafíos más grandes de las naciones es precisamente la educación. La pregunta ¿por qué y para qué educar? son hoy más vigentes que nunca. No se puede plantear un modelo educativo sin haber contestado antes al cuestionamiento y sin lograr un consenso sobre la respuesta. El convencimiento de todas las partes involucradas en el proceso enseñanza-aprendizaje debe ser pleno. De lo contrario, el fracaso es inminente.

Y en esta lógica hay que entender parte del rezago educativo que presenta nuestro país. Hoy en día no se tiene muy claro qué clase de Estado-nación se quiere y para ese Estado-nación, qué tipo de ciudadanos hay que formar. Al no haber un rumbo fijo de país, la educación se vuelve intrascendente dentro del parámetro de la colectividad que es México. Puede servir como acumulación de conocimientos para el mejoramiento del desempeño individual, pero no para la creación de un ente social organizado, con objetivos claros y lineamientos éticos precisos, que sirva de sustento al Estado.

Las enormes desigualdades socioeconómicas agravan la situación. Muy pocos de los niños que ingresan al nivel básico logran de jóvenes acceder al medio y superior. Se forma entonces una élite cultural sobre una masa de población con un bajísimo nivel académico que raya en la ignorancia, lo cual profundiza las diferencias y convierte el atraso del país en un círculo vicioso.

Por eso es urgente que Gobierno, escuela, magisterio y familia, definan qué educación se busca y para qué nación. No se puede seguir navegando al garete como hasta ahora, a merced de los intereses partidistas de los gobernantes, económicos e ideológicos de las instituciones, y gremiales y particulares del sindicato de maestros, los cuales, aunados a la indiferencia de alumnos y padres de familia, hacen que México permanezca en el atolladero en el que se encuentra.

Tal y como en la Atenas clásica, la educación debe ser la apuesta para tener un Estado fuerte, es decir, una sociedad organizada vigorosa y dinámica que pueda hacer frente a los retos de la realidad mundial actual.

No se trata de educar por educar, sino de educar con un objetivo claro y con calidad.

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