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Plaza Pública| Margarita López Portillo

Miguel Ángel Granados Chapa

Murieron con pocos días de diferencia Alicia y Margarita López Portillo y Pacheco (para mencionar sus apellidos al modo en que los empleaba su hermano, fallecido también). Si su deceso hubiera ocurrido antes del 30 de noviembre de 1982, las esquelas de condolencia habrían copado las páginas de los diarios. Pero por haber muerto un cuarto de siglo después de ese momento, su desaparición ha pasado casi inadvertida. Conviene, sin embargo, recordar el trayecto público de Margarita, porque ilustra una de las deformaciones del presidencialismo mexicano, que no deberá jamás reproducirse.

Hasta 1972, Margarita López Portillo, nacida en Guadalajara en 1927, había dedicado sus días a producir literatura de alguna calidad. Se había graduado en letras en la Universidad Nacional, y escrito cuatro novelas, que le habían merecido premios, entre ellos el nombrado en honor de Sor Juana Inés de la Cruz en 1956. Durante el gobierno de Luis Echeverría, Margarita se ganaba la vida como supervisora en la Dirección general de cinematografía, de la Secretaría de Gobernación. Supervisión se ha llamado en México a la censura, prevista por la Ley y practicada no infrecuentemente.

El escándalo había ya tocado su vida personal. Lo refiero aquí porque lo hizo público su hermano, quien después sería presidente y quien sin embozo narró su papel en ese caso. Margarita contrajo matrimonio con el abogado Félix Galindo Díaz de Sollano, de quien se divorció, o comenzó a hacerlo, en 1944. Fue el proceso de divorcio más escandaloso de su época -se lee en la página 217 del primer tomo de Mis tiempos-, originado en causas insignificantes agigantadas por pasiones inverosímiles.

Merece, realmente, un libro que no me corresponde escribir. ?Defendí a mi hermana, a sus hijas y a mi familia con todas mis fuerzas. Patrocinados por don Gabriel García Rojas, contestamos un pleito que se retorció durante catorce años y en el que se excusaron decenas de jueces y magistrados y a mi me tocó litigar, argumentar, intrigar, golpear con los puños, asaltar casas y derribar puertas para rescatar a las hijas de mi hermana, pelearme con guardaespaldas y aun pensar en matar e incluso intentar hacerlo arrojando a mi cuñado desde un tercer piso en plenos tribunales...Gracias a la intervención del magistrado Galeano Sierra, que me impidió hacerlo, no culminó mi ira su propósito homicida. Supe del horror de las rejas; fui procesado y aun sentenciado en causas que no me avergüenzan porque defendí a mi familia. Pero al final, triunfamos?.

Escribió también López Portillo: ?Si el amor de nuestros padres nos había unido, nuestra defensa fortaleció carácter y vínculos. Somos un verdadero clan?. Mostró en la práctica esa creencia. Cuando en 1972 Echeverría nombró a López Portillo director de la Comisión Federal de Electricidad, Éste designó a su hermana responsable del Museo tecnológico, una tarea para la que carecía de calificación, por puro nepotismo. Fue todavía peor cuando la hizo gerente divisional de la CFE en Jalisco.

Al asumir su hermano la Presidencia en 1976, Margarita fue nombrada directora general de radio, televisión y cinematografía (RTC), en la Secretaría de Gobernación, y además encargada del Teatro de la nación.

Improvisada sorjuanista, escribió en 1979 un libro sobre la Décima musa, y favoreció la restauración del convento de las jerónimas donde ella profesó, y lo privatizó para establecer el Claustro de Sor Juana. López Portillo Había querido de esa manera resarcir a su hermana por el riesgo a que la había expuesto, según su creencia, pues ella fue víctima de un intento de secuestro u homicidio en la colonia Condesa poco antes de que él se convirtiera en Jefe de estado.

Válida de ese vínculo familiar, Margarita consiguió autonomía que manejó caprichosa y arbitrariamente. Impidió que se ejerciera sobre ella la autoridad formal que en su área debieron tener los secretarios Jesús Reyes Heroles y Enrique Olivares Santana. Y al cabo de su gestión, los campos de su actividad eran zonas de desastre. Como lo escribí en abril de 1982, la tarea de la directora general de RTC se caracterizaba, entre otros factores, por ?la muy acentuada movilidad administrativa?, demostrativa de ?la carencia de una virtud infaltable en todo responsable de alto nivel de una actividad pública, que es el conocimiento de las personas para acertar al elegirlas y confiarles una tarea determinada. Ni siquiera el más minucioso registrador de los ceses, renuncias, remociones, cambios de adscripción y nombramientos habidos en las tres grandes ramas de RTC sería capaz de ofrecer una relación cabal de todo ello?. En el canal trece, por entonces propiedad gubernamental, hubo siete directores, algunos de ellos por sólo unos días.

Eso era lo de menos. En el ámbito cinematográfico Margarita López Portillo generó un verdadero desastre. El 24 de marzo de 1982 el incendio de la Cineteca nacional causó la muerte de por lo menos cinco personas, decenas de heridos y la destrucción de la memoria fílmica mexicana. Se había advertido a la autoridad máxima del riesgo de que una tragedia de ese alcance ocurriera, y no tuvo oídos para quien hacía el ominoso aviso. Sí los tuvo, en cambio, para quienes, en chismes palaciegos, implicaron a notables figuras de la administración del cine en un pretendido fraude multimillonario. Al cabo del proceso respectivo, que se diluyó en la nada quedaron seriamente lastimadas y aun quebradas vidas y honras de personas respetables.

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