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Oportunidades desiguales/Diálogo

Yamil Darwich

El siglo XXI cosecha la siembra de la desigualdad, cultivada con el neoliberalismo que pretendió la productividad primero y la distribución social del beneficio después.

Su fruto empezó a brotar a partir de 1975, cuando nació la idea de la Sociedad del Conocimiento, que basándose en esa misma productividad del avance en la ciencia y tecnología, lanzó a la humanidad a la lucha por el poder del saber, la propiedad intelectual y los bienes materiales que traen como consecuencia.

El resultado es la pronunciación del abismo entre pobreza y riqueza, sentenciando a los primeros a permanecer en ella, profundizar hasta llegar a la miseria y en muchos casos morir por hambre o vivir las consecuencias de la desnutrición.

Platón ya prevenía de esta desigualdad y sentenciaba: “entre los ciudadanos no debería existir ni pobreza extrema ni tampoco riqueza excesiva pues ambas engendran un gran mal”.

La pobreza lleva a la desigualdad, que a la vez genera círculos viciosos de desventaja en el crecimiento y desarrollo humano.

Pero esta pobreza no se da únicamente entre los países tercermundistas; también se observa al interior de los ricos, siendo muchas veces más cruel, puesto que permite las comparaciones y ejemplos prácticos en la vida cotidiana de unos y otros; para ejemplificar lo anterior, tomemos el caso de Estados Unidos de Norteamérica:

La Organización de las Naciones Unidas ha revelado datos estadísticos que denuncian la desigualdad entre la propia población norteamericana, remarcando de paso la existencia real, con números que cuantifican la discriminación racial.

Las diferencias en el acceso a la salud son el claro ejemplo. Ellos cuentan con tres sistemas básicos: el Seguro del Empleado, beneficia a trabajadores; el Seguro Privado, lo paga quien tiene recursos para hacerlo; y el “Medicare”, orienta su esfuerzo básicamente a los ancianos.

Estados Unidos no cuenta, como en casi todo el mundo existe, con un sistema de salud de seguridad social y eso genera cifras que avergüenzan -tal vez por eso poco se conocen- como que las madres afroamericanas de los grupos más pobres tienen el doble de probabilidades de parir hijos de bajo peso, con todas las consecuencias médicas que conocemos; además, estos niños tienen el doble de posibilidades de morir antes de cumplir el año, comparados con blancos. En 2003, el 36 por ciento de las familias más desprotegidas no tenía Seguro de Salud.

¿Quiere otro dato?: un niño que proviene del cinco por ciento más rico, tiene expectativas de vida larga un 25 por ciento más altas, comparado con el cinco por ciento más pobre. La causa está en las diferencias de oportunidad de acceso a salud y educación. 45 millones de personas no tienen posibilidades de recibir adecuado cuidado en su salud y corresponden al 21 por ciento de la población afroamericana y el 34 por ciento de la población hispana.

Le comparto otro número estadístico: 18 mil norteamericanos mueren cada año, antes de llegar “su tiempo”, por falta de atención médica, al no contar con ningún tipo de seguro; si esas personas se atendieran, en conjunto representarían 85 mil vidas salvadas anualmente.

Para que usted compare, la ciencia y tecnología sólo salvan 20 mil vidas; esto significa que la mayor y mejor atención al humanismo da mejores resultados cuantitativos y cualitativos, a los ofrecidos por los avances de la tecnociencia.

El comunismo tampoco es solución; el caso de China lo demuestra: desde 1990, avanzó 14 lugares en el Índice de Desarrollo Humano -del lugar 85 al 71- pero se está rezagando en el avance social. Significa que han aumentado sus ingresos, pero a costa de disminuir los índices de calidad de vida de sus pobladores.

Hasta 1980, la República Popular de China contaba con un Sistema Médico Cooperativo, que se suspendió para traspasar la carga financiera a los particulares; ahora sólo invierte el cinco por ciento de su P.I.B. en salud y ha suspendido la vacunación de la Triple -difteria, tos ferina y tétanos- cayendo su cobertura en siete puntos; de 97 por ciento alcanzado en los ochenta, a 90 por ciento en 2003.

Brasil presenta un contraste igual de grave: las municipalidades ricas tienen estadísticas de mortalidad de ocho por cada mil habitantes, sin comparación con las 117 muertes entre las diez más pobres.

En México, la gravedad de la situación es similar; un dato de educación denuncia que en el Distrito Federal, el tres por ciento de su población es analfabeta, cifra nada equitativa, comparando al 20 por ciento en promedio de los Estados Federales de Chiapas y Guerrero. La principal causa ya la conoce: la pobreza genera baja o pérdida de oportunidades en salud, educación, vivienda, o poder para influir en las decisiones políticas, económicas y sociales, controladas por los grupos más privilegiados. Esta realidad los condena, casi por completo, a tener una vida de graves carencias, en lo personal y familiar, injusticia tendiente a profundizarse.

Los pronósticos indican que sólo los multimillonarios -unos cuantos- podrán mantenerse entre los privilegiados; los simplemente ricos caerán, poco a poco de su condición hasta llegar a pobres, aunque deban pasar años para que suceda.

Las propuestas de la ONU están orientadas a promover la educación y la salud principalmente, además recomiendan apoyos a proyectos de vivienda con servicios adecuados, mayor facilidad en el acceso a créditos para la productividad y promover transparencia, rendición clara de cuentas de los gobiernos, promulgación de leyes actualizadas, justas y equitativas; muy importante: las autoridades del tercer mundo estén capacitadas convenientemente y se desarrollen mecanismos favorecedores de honestidad, pues también está demostrado que a mayor trasparencia, más justicia, consecuentemente el acortamiento en la brecha de la desigualdad.

Nosotros, los simples ciudadanos tenemos nuestra parte de obligación en el problema, que se define simplemente en la participación social con buen desempeño laboral, incluida la responsabilidad de atender nuestras áreas de oportunidad y el involucramiento activo en la vida democrática, no sólo a través del voto, también contribuyendo en todo lo posible con las agrupaciones sociales intermedias.

Sobre todo, ser convencidos que sólo el humanismo puede llevarnos a acabar, en el largo plazo, con la desigualdad de oportunidades para los seres humanos. ¿Qué me dice?; ¿Le entra al problema aportando su parte?

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