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La ilógica política

René Delgado

Encontrarle lógica a cuanto ocurre en la política electoral, no es cosa sencilla. Hay candidatos que se impusieron a su partido y, ahora, lo atropellan. Hay también candidatos que eligió su partido, pero tienen a la dirigencia de ese partido en contra. Hay otros candidatos que tienen la dirigencia de su partido, pero no al partido. Y los partidos chicos -excepción hecha hasta ahora de Alternativa Socialdemócrata- que van a la elección como si fueran al supermercado a ver qué ofertas consiguen.

Otro punto curioso de esa ilógica política deriva de tres cuestiones. Una, los candidatos no andan, al menos por ahora, en busca del voto ciudadano sino de prestigios ciudadanos que avalen aquello que su partido les niega. Dos, los candidatos están empeñados en esconder el sello de su partido. Tres, más de un candidato finca sus posibilidades, no en su propuesta, sino en resistencia a lo que el otro competidor significa. Hay opuestas y apuestas, no propuestas. El absurdo de esa ilógica es que los defensores a ultranza del establishment político, le piden a la ciudadanía no descreer de los partidos ni los candidatos. Sin ellos, aseguran, no hay democracia. Es cierto lo que dicen, pero también lo que callan: con estos partidos, es imposible consolidar la democracia.

*** Animar la participación ciudadana para acudir a las urnas el próximo dos de julio, de momento es punto menos que imposible. Si por participación ciudadana se entiende sólo -y hay que subrayar el sólo- cumplir con el derecho y la obligación de votar el día de la elección, la ciudadanía está frita. No tiene mucho de dónde escoger. Los candidatos y los partidos no están exponiendo seriamente lo que pretenden del poder, sólo están subrayado que pretenden el poder. Peor aún, están demostrando que quieren el poder, nomás para que no lo tenga el contrincante. Pero ni por asomo dejan ver ideas o políticas serias. Señalan lo mal que lo está haciendo el Gobierno, o bien, lo que podría ocurrir si llega su adversario, pero ni por error dejan saber qué ocurriría si ese candidato se ciñera la corona de la victoria. En otras palabras, no piden un voto a favor, sino un voto en contra. Aunado a ese recurso donde se destaca lo que hay que impedir y no lo que hay que hacer, en más de un caso las principales herramientas que están usando son: la de la descalificación del adversario o la de la autoridad política o electoral y, además, la del empleo de recursos propios de la antipolítica pero no de la política.

Sacan los expedientes negros del contrario, sin ser capaces de exhibir su presunto expediente blanco. Por si eso no bastara, los candidatos están empeñados en ocultar el sello del partido del que obtuvieron su postulación. Destacan su nombre y su trayectoria personal (no muy presentable en algunos casos), mientras intentan ocultar el emblema del partido al que pertenecen. El absurdo, mayor no puede ser.

Quienes más se deberían esmerar por cuidar y fortalecer las instituciones políticas (los partidos) y la política misma, son precisamente quienes las destruyen y vulneran. Le piden a la ciudadanía creer en los partidos, cuando ellos mismos son los primeros en descreer de ellos. No hay excepción en esto. ¿Cómo pedirle a la ciudadanía que participe en un proceso democrático de elección, si los candidatos comenzaron el concurso por vulnerar esa democracia?

*** Si analiza el desempeño de Andrés Manuel López Obrador, Felipe Calderón y Roberto Madrazo en relación con sus partidos, aquella evidencia es obvia. En el staff de Andrés Manuel López Obrador brillan por su ausencia los cuadros profesionales del perredismo. El candidato perredista quiere sumar a su campaña ciudadanos y militantes de otros partidos con prestigio para nutrirse y vestirse de él. Pero a sus supuestos compañeros de partido ni siquiera los mira y menos aún los toma en cuenta. Si los mira, los ve con desdén o a manera del mal necesario de sus posibilidades. Increíblemente, el mismo dirigente perredista, Leonel Cota Montaño, parece ser el administrador de ese propósito y, por eso, no sorprende que en la baraja de posibles candidatos externos del perredismo aparezcan nombres de ex priistas, académicos, intelectuales y periodistas, pero casi ningún perredista. El partido, es evidente, le importa poco a Andrés Manuel López Obrador. Conceptualmente y dicho por él, su eventual triunfo se lo dará un movimiento pero no su partido y, entonces, aflora la pregunta de cómo se puede pedir a la ciudadanía que crea en las instituciones políticas, si entre quienes las vulneran está precisamente aquel que llegado el caso juraría respetar y hacer respetar a esas instituciones. ¿Si, al final de la contienda, López Obrador se alzara con la victoria, qué estructura política, o sea, qué partido lo respaldaría en el Gobierno si, a fin de cuentas, se apostó a personalidades con prestigio pero sin educación ni formación en la militancia partidista? ¿Cómo vería el perredismo a su hombre en el poder, si finalmente fue ese hombre quien marginó al propio partido ante la posibilidad de ser Gobierno?

*** En esa escena política, quien ahora aparece como el muchacho dorado de la política es Felipe Calderón. La militancia panista lo colocó en la candidatura pero todo indica que esa fuerza y organización no da para colocarlo en el Gobierno y, por si eso fuera poco, la dirigencia de ese partido, encabezada por Manuel Espino, no se ve muy contenta de la decisión que tomó su partido. Por momentos, pareciera que Felipe Calderón es candidato a pesar de Vicente Fox, Marta Sahagún y Manuel Espino. Esa circunstancia tiene a Felipe Calderón en una situación difícil. Por un lado, es el candidato del partido pero no tiene el control de la estructura del mismo. Por otro lado, está obligado a cazar prestigios, recursos y apoyos fuera del partido pero tiene que ser cuidadoso en extremo. Y es que en la caza de presas tan necesarias para, realmente, convertirse en una opción de poder, hay de todo. Hay prestigios sin dinero o con miedo a poner dinero, hay apoyos con dinero pero también con desprestigio y hay también la conciencia de grupos de extrema derecha que conocen las necesidades de Felipe y que, desde luego, están dispuestos apoyarlo y acotarlo.

Cuando se mira con atención los puentes que a distintos lados pretende tender Calderón, llama la atención los contrastantes paisajes adonde llevan. Algunos de esos puentes parecen llevarlo al paraíso. Otros de esos puentes parecen conducirle al pantano o al abismo. Y se ve difícil combinar asociaciones definitivamente incompatibles. O, si se quiere, ponerle el prestigio largamente elaborado en el campo de la honestidad y la filantropía con trayectorias marcadas por la fortuna de las cuotas sindicales o con ideas trasnochadas de acabar con el ateísmo de los blasfemos. Calderón tiene que ser muy claro y selecto en el tipo de asociaciones que pueda construir. Pero, en todo caso, esa contradicción de contar con el apoyo del partido pero no con el control del partido obliga a considerar que Calderón tendrá que tomar decisiones importantes que, mal calibradas, en cualquier momento podrían restarle brillo al muchacho dorado.

*** El caso más gracioso, dramático y difícil del cuadro de los candidatos que no saben bien a bien cómo relacionarse con su partido, es el de Roberto Madrazo. El reconocimiento del nombre del tabasqueño tiene un buen nivel en las encuestas, pero se le reconoce por los escándalos, los pleitos, las traiciones y los jaloneos donde se ve involucrado. El debate recientemente sostenido en el noticiario radiofónico de Joaquín López Dóriga con su ex compañera de fórmula en la dirigencia del partido, Elba Esther Gordillo, fue elocuente al respecto. El nivel de los calificativos empleados en esa esgrima puso en evidencia el brutal desprecio que tiene por la política y, por el otro lado, fue revelador de quien sigue siendo un factor importante en ese partido: Carlos Salinas de Gortari. Al ex presidente Carlos Salinas, Roberto Madrazo lo exhibió en ese pleito como la causa del malestar y la rabia que en su contra expresa Elba Esther Gordillo.

Y, entonces, al exhibir a Salinas como el hombre que vetó a Gordillo para ocupar la dirigencia del PRI, Madrazo puso en evidencia un fenómeno novedoso entre priistas. Las reglas no escritas de esa fuerza establecían que los ex presidentes no podían incidir más en las decisiones del partido y, ahora, queda claro que la excepción de esa regla lleva por nombre Carlos Salinas de Gortari. La revelación de Madrazo consolidó una serie de indicios que apuntaban al ex presidente como el artífice de los mayores aciertos y los mayores errores cometidos por el priismo durante la dirigencia de Roberto Madrazo y Elba Esther.

Acierto el reposicionamiento del PRI en la elección intermedia, error el haber apostado al desafuero de Andrés Manuel López Obrador, fracaso la reforma fiscal. En el fondo, la mayor ganancia de ese juego marcado por aciertos, errores y fracaso fue para el autor de la estrategia, Carlos Salinas de Gortari: su hermano dejó la prisión y él se recolocó en la escena. El hecho es que Madrazo tiene muy pocos días para llevar a cabo la necesarísima operación cicatriz que, en verdad, lo coloque no sólo como candidato sino como un competidor a tomar en cuenta en el concurso electoral. Si no logra recomponer sus alianzas hacia adentro del priismo, menos podrá recomponerlas hacia fuera y, entonces, quedará como la decoración de una contienda polarizada entre Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón.

Lo que hoy está claro es que el PRI como tal, como partido, está desmadejado al nivel de los cuadros que pueden influir pero no tomar decisiones y que, ante el electorado, ese partido es distinto a lo que era. Distinto porque sigue siendo igual que antes, nomás que sin efectividad. Esa es la diferencia.

*** Lo cierto de todo esto es que la lógica que sigue la política electoral lleva a la ciudadanía a un proceso de peligrosa polarización. Se está jugando con aquel viejo principio que tenía por consigna el “no pasarán”. Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón se comienzan a perfilar como los polos de esos extremos que, en el fondo, apelan no a desarrollar tal o cual proyecto político sino a impedir que prevalezca el otro. Y, cuando de esa forma se plantea un concurso, no se trata de una elección sino de una eliminación. De una idea brutalmente equivocada de la democracia, una idea más bien relacionada con las cruzadas donde en nombre de la causa se busca liquidar al enemigo. Así empiezan grandes problemas que, en el fondo, nada tienen que ver con la democracia. Las manecillas del reloj marcan la hora de la ciudadanía porque, al final, de ella dependerá no el “a ver qué pasa” sino el “qué hacemos”. En todo caso, es claro que hasta hoy los candidatos y los partidos no le apuestan a la democracia. Increíble. Candidatos y partidos piden creer en las instituciones que ellos mismos se empeñan en vulnerar.

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