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CONTEXTO LAGUNERO | Carretonera

Juan Manuel González

Las palabras vulgares y el lenguaje ofensivo siempre han existido, probablemente todos conocemos a alguien que destaca por lo florido de su lenguaje y también aceptamos como normal que ante situaciones de enojo, muchas personas estallen fuera de control y suelten alguna grosería. El verdadero problema se presenta cuando lo que aceptamos como extraordinario, se convierta en la norma y en la forma constante de hablar, sobre todo tratándose de personas que pueden tener influencia en los demás y que por su posición se sienten con derecho a hablar como se les pegue la gana pensando que quienes los escuchan deben forzosamente soportar su forma vulgar de expresarse.

Pudiera pensarse que este tipo de personas que se expresan usando palabrotas predominan entre los hombres pero no, las mujeres en este tema van a la vanguardia; muchas veces, tratando de demostrar y demostrarse que no dependen de normas fijadas por otros y de que son capaces de fijar las suyas propias. Quieren demostrar audacia usando un lenguaje fuerte y probablemente se equiparan a los varones hablando tal como lo hacen ellos y, hablando de esa manera, logran uno de sus principales propósitos: llamar la atención.

Las mujeres que hablan usando palabras vulgares, empiezan haciéndolo por imitación, porque oyen a sus padres expresarse de esa forma. En otra colaboración mencioné el caso de una pareja joven que llegó al parque de la colonia Campestre la Rosita acompañada de sus hijos, un niño y una niña de entre cinco y siete años de edad. El niño le arrebató un juguete a la niña y ésta de inmediato le recetó una sonora mentada de madre delante de sus padres y de quienes por ahí paseábamos sin que ni el papá ni la mamá la reprendieran en lo más mínimo. A cuatro años de ese hecho, seguramente esos dos niños andan mentándole la madre a medio mundo por el más mínimo motivo. Antes, los padres , por mucho menos que eso nos castigaban de forma que no nos quedaran ganas de volver a hacerlo. Las adolescentes de hoy, en su deseo de ser aceptadas por el grupo de amigas, en su afán de lograr el sentido de pertenencia, actúan en contra de lo que los adultos establecen usando el mismo lenguaje vulgar que utilizan sus compañeras y amigas para sentirse muy “cool” y para ser aceptadas y tomadas en cuenta porque para ellas, sentirse iguales a otras chicas de su edad las hace sentirse normales. Es muy fuerte la presión de las amigas para actuar y hablar igual pues todas tienen temor de ser rechazadas si no actúan como lo hace el grupo.

El riesgo que se corre al hablar usando palabras vulgares por moda o por llamar la atención es que ello se puede convertir en un hábito y luego en vicio, pudiendo con ello acarrear consecuencias negativas. Muchas personas que hablan de esta manera, tratan de justificarse diciendo que una gran cantidad de gente también lo hace. Debemos recordar que el mal es el mal aunque todo el mundo lo haga y el bien es el bien, aunque nadie lo practique.

Quienes utilizan palabras vulgares u ofensivas, al principio solo lo hacen en ciertos lugares, en determinados momentos o en compañía de un grupo de personas, pero lo evitan cuando saben que ello les puede acarrear problemas o sanciones. Luego se va haciendo costumbre y se dejan de diferenciar lugares y personas y ese vocabulario se vuelve normal para quienes lo utilizan y lo usan como arma de defensa o agresión, llegando con ello a ofender gravemente a otros, olvidando que una agresión con palabras puede provocar un daño mayor, más profundo y más duradero que un daño físico.

Con el empleo del lenguaje vulgar la imagen de hombres y mujeres se deteriora por igual, quienes lo usan pueden llegar a pensar que porque alguien se los festeje, con ello va implícita la aceptación de todos. Se ha comprobado sin lugar a dudas que a muchas personas no les importa que alguien hable así, pero no les gustaría que alguien muy cercano a ellos, novia, novio, esposa o esposo, se expresara de esa manera. Cuando el uso de este lenguaje se convierte en una forma normal de expresión, se demuestra pérdida de respeto hacia los demás y con ello se dificulta mantener relaciones constructivas.

La encargada de la oficina de la Presidencia de la República para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Xóchitl Gálvez, abusa del lenguaje vulgar usándolo abiertamente en público. Con ello demuestra su falta de respeto a sus interlocutores y su falta de respeto a sí misma. No conozco los antecedentes de la Sra. Gálvez pero seguramente es una persona que ha tenido el privilegio de una buena educación. Es inadmisible que alguien que puede y debe expresarse correctamente, use palabras vulgares y ofensivas para defender sus argumentos. Quien la puso en ese puesto debería llamarle la atención pues ella no tiene ningún derecho a hablar de esa manera cada vez que la entrevistan o cada vez que ella cree que con esa forma de lenguaje va a beneficiar a quienes defiende.

La Sra. Gálvez ya perdió la noción del tiempo y del espacio pues, sin importar donde y con quien esté, se expresa con lenguaje de carretonero ( perdón a quienes desarrollan este oficio, sabemos que no todos se expresan de esta manera). Se luce y se siente en su ambiente cuando usa palabras vulgares y malsonantes. No dudo que haya personas que se lo festejen, pero debe tocar tierra y aceptar que con ello le falta al respeto a la gente. Recientemente, en un programa de noticias de proyección nacional a la hora que los medios llaman “prime time”, la Sra. Gálvez se expresó de una manera que daba pena ajena. El conductor del programa hizo caso omiso a las palabras vulgares que esta dama (?) utilizó, pudiendo haber aprovechado para preguntarle a ella si no creía que con el uso de esas palabras estaba faltándole al respeto al auditorio nacional que en ese momento la escuchaba y que con sus impuestos paga el sueldo que ella recibe.

En una nota periodística reciente se informa que la Sra. Gálvez le pide respeto al Vaticano haciendo referencia a las opiniones de la Santa Sede sobre la corrupción en México y dice que “todo mundo puede emitir su propia opinión, pero hay mecanismos para hacerlo”. Sin duda ella sabe también que aparte de los mecanismos para emitir la opinión, también hay formas para hacerlo y la que ella utiliza, sin duda, es la menos indicada. Respeto es lo que ella desconoce cuando sin el menor recato lanza a diestra y siniestra sus leperadas y vulgaridades. No cabe duda, ve la paja en el ojo ajeno sin darse cuenta de la viga que trae en el propio.

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