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Cinecrítica / Siete Días... más en la escuela de cine, por favor

Crítica 2 estrellas de 5

Por Max Rivera II

El Siglo de Torreón

TORREÓN, COAH.- Al escribir sobre una cinta mexicana, siento que debo tener el cuidado que se tiene al caminar con una vela encendida en medio de un vendaval, o al hablar con una persona muy enferma. A menos que la película sea lo suficientemente buena para defenderse por sí misma, casi me veo en la obligación moral de hablar suavecito y concederle puntos o estrellitas simplemente por hacer acto de presencia.

¿Cómo le hago para decirle que Siete Días es una cinta muy floja, sin desalentarlo de verla? Aclarando que no tengo el más mínimo interés comercial ni en la producción ni con los exhibidores, y antes de continuar, lo invito a que la vea y juzgue por sí mismo. Hecho esto, que considero un deber de conciencia y mi obligación con la patria, paso a lo que sigue.

¡Híjole!, a ratos me daban ganas de saltarle a la garganta a la condenada película. Para ser una comedia, hay demasiados chistes que nomás no funcionan. Para ser un thriller, la ausencia de suspenso es lo que pone los pelos de punta. En declaraciones a la prensa, el director Fernando Kalife aclara que la suya es una comedia ligera y sin pretensiones. Lo que debe saber es que la falta de pretensiones es una prerrogativa del público, no del artista.

Siete Días trata sobre las aventuras que va a correr en ese lapso de tiempo un joven aspirante a promotor de espectáculos. El chavalo, interpretado por Eduardo Arroyuelo, pretende financiar un concierto de nada menos que U2, ganándole una apuesta a mafiosos regiomontanos. Su plan sale mal, y ahora está forzado a conseguir medio millón de dólares en una semana, so pena de muerte. Uno de los mafiosos, fanático del grupo, se le pega durante ese tiempo y resultará más una ayuda que un estorbo.

Veamos primero lo positivo del intento de cine light de Kalife: Pese a tener un trasfondo netamente urbano, la acción está ubicada fuera del DF. En Monterrey, para ser exactos. Esto nos salva de las tomas obligadas al ángel de la independencia desde un helicóptero, y de la tonadita de los amigos chilangos, sea la tepiteña de Los Sánchez o la de Las Lomas de Ferriz de Con.

La película tiene el corazón más o menos bien puesto. Trata sobre el paso a la madurez de su personaje principal, y sus triunfos (los del personaje) representan la victoria del underdog, o sea, del desposeído, del que tiene todo en contra, el David contra Goliat.

Y sorprendentemente, el mafioso interpretado por Jaime Camil, personaje al que estaba listo para detestar, resulta ser de lo más rescatable de la cinta. Pese a la torpeza de los diálogos y la sobreactuación, Camil muestra una bis cómica que sería interesante ver aplicada, no en la caricatura de mafioso que interpreta, sino en la cultura del privilegio e influyentismo que él representa.

La soltura de Camil contrasta terriblemente con la rigidez de palo del joven Arroyuelo, quien interpreta al personaje principal y al que le roban las escenas hasta los extras. Es una falla incomprensible de casting o de dirección, no lo sé. Las demás fallas de la película, que son muchas, nacen de dos defectos del guión y la dirección: la novatez no asumida y la sensibilidad fresa.

La historia muestra muchas fallas de guión que debieron corregirse en los primeros siete días en la escuela de cine. La principal, la tendencia a platicar en vez de mostrar. Se pretende describir a los personajes con diálogos, verbalizando su historia y sus sentimientos, en lugar de quebrarse la cabeza escenificando detalles que los pinten como son.

La otra, la más desagradable, son los diálogos, que quedan para el registro como un intento más de inventar un mexican cool, un spanglish sin lo naco de los chicanos. Resuena en los parlamentos una mezcla de telenovela juvenil con Adal Ramones y Miguel Ángel Cornejo, y la ensoñación de cómo escribiría Quentin Tarantino si fuera yo, de rol con mis cuates del Tec en el antro.

La visión fresa del mundo, que domina la televisión mexicana, es algo que ya damos por sentado. Es comprensible en un medio que depende para subsistir de la perpetuación de los valores consumistas. Pero esta visión no predomina en el cine, donde, y aunque parezca raro, gracias a Hollywood la moral tiende hacia lo liberal y un poquito a la izquierda. Es un error de cálculo asumir que aunque tu público objetivo sea el mismo que ve Rebelde de gratis, va a acudir a ver las mismas fresadas pagando boleto.

Cuando se es nuevo, como en el caso de Kalife, se debe compensar la falta de experiencia con el arrojo de una visión personal. No puedes pretender hacer un trabajo artesanal o de trámite cuando no tienes un historial que avale tu oficio. Pero sobretodo, tu objetivo no debe ser la intrascendencia. La viabilidad comercial como único fin puede ser la meta de un tendero, no de un cineasta.

Director: Fernando Kalife.

Guión: Fernando Kalife.

Productores: Bernardo Bichara, Leonardo Villareal.

Actores: Eduardo Arroyuelo, Jaime Camil, Martha. Higareda, Julio Bracho, Alex H. González, Roberto D?Amico.

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