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La ropa

Gilberto Serna

Me he quedado patidifuso al ver el escándalo armado a propósito de lo que, se dice, gasta en ropa la primera dama. “La señora se viste como princesa o actriz de cine, no hace falta ver la etiqueta del diseñador”, especula Angélica de la Peña, quien se desempeña como legisladora.

No sé si será verdad el derroche en el atuendo que le atribuyen, pero de que viste como si fuera bajando las escaleras en Buckingham Palace, eso está a la vista. La mera verdad es que, a despecho de sus detractoras, luce esplendorosa, como madrina de un cuento de hadas. A diferencia de la consorte del presidente, hay quienes cuentan con un ajuar compuesto de prendas adquiridas en lujosas tiendas, con marcas de modistos expertos en alta costura, sin que su vestimenta logre borrar la apariencia de brujas en aquelarre, a las que sólo les falta una escoba para volar.

El hábito no hace al monje, dice conocido proverbio, por lo que por caros que sean los trapos que se echan encima carecen sus dueñas del glamour que da una presencia física de refinados modales.

No conozco, lo confieso, a las senadoras envueltas en lo que me atrevo a asemejar a un thriller -teatro espeluznante- interpretado por Michael Jackson.

Nada se sabe de si serán gordas, chaparras, esbeltas, feas o guapas, menos sé si su facha es atractiva o si corresponde a las que van cargando una manta en asoleado mitin político. Tampoco se sabe si hablan por celos o por el coraje que les da el no tener su porte, gentileza y natural coquetería, o si la denuncia la hacen con fines puramente electoreros o por que están realmente furiosas al notar que en el revuelo de las faldas se asoma un gasto inmoderado.

Lo cierto es que la señora de Fox tiene, para su edad, un aspecto estupendo. Es factible que, díganme si me equivoco, ande rozando los cincuenta, que es cuando, por lo común, las mujeres se vuelven llamativas e interesantes. Pésele a quien le pese, es la primera dama del país y se viste como corresponde al linaje de una primera dama. Se mira elegante, con la distinción, el garbo y el donaire que corresponde a la esposa de un presidente de la República. Si se excedió en los gastos, ese es otro cantar.

Diremos, para comenzar a hurgar en este asunto de los ropajes, que el subastar, lo que antes se ha usado como atuendo personal, es una medida que tiene un fuerte aroma demagógico. Después de todo, sus trapos no son reliquias históricas. Lo que de seguro no tomó en cuenta es que las mujeres con dinero no compran vestidos usados, no les agradan de segunda mano, provengan o no de la que manda en Los Pinos, en tanto, las de escasos recursos, a las que no les importaría tener esos “gallitos”, sin hacer caso de sudores impregnados o de otros olores corporales, no pujarán lo suficiente por carecer de billetes.

Da la impresión que hace la donación con la intención subyacente de deshacerse de un guardarropa pasado de moda. Lo que se descubre en su reacción es que trae los sentimientos a flor de piel. Se lleva entre las patas a su marido, quien no tuvo más remedio que apoyar a su media naranja despotricando de fea manera contra congresistas. Lo que ha dado lugar a que ahora le pidan una explicación. No sale de una cuando ya está en otra.

Lo que hace la primera dama, no puede calificarse de decisión filantrópica, pues si bien entrega sus vestidos a una institución de ayuda, lo hace con desagradable arrogancia, publicitando el hecho a los cuatro vientos para que se enteren todos de su magnanimidad o como diciendo, ahí están sus mugres de trapos, de los que me desprendo, en demostración de que siempre he actuado con absoluta probidad.

Lo que no cuadra con esta actitud es que la ropa, de haber sido comprada con fondos del erario público, no le pertenece, resultando indebido que disponga el destino que deba dársele. En fin, a nadie debe asustar, en este país de grandes desajustes sociales, que una mujer use modelos pret-a-porter, esto es, de diseños originales carísimos.

La primera dama, sin darle más vueltas al asunto, enseñando facturas de las tiendas donde compró la valiosa mercancía, tiene al alcance de su mano desmentir la versión que habla de dispendios. De nada sirve se rasgue las vestiduras. Lo importante sería que aclare su situación sin la menor sombra de duda.

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