Se destaca la relevancia de los cuerpos celestes en la cosmovisión azteca
SUN-AEE
MÉXICO, D. F.- La maestría alcanzada por los sacerdotes-astrónomos mexicas, que como observadores de la naturaleza supieron combinar conceptos rituales con otros de importancia astronómica, fue destacada por el investigador universitario Jesús Galindo Trejo, según informó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
En un trabajo que produjo en forma de video, Galindo, investigador del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señaló que el Templo Mayor de México-Tenochtitlan recibió así un valor intangible de gran significado simbólico que lo puso en armonía con los ciclos de evolución del cielo.
Agregó que la ubicación del gran recinto del Templo Mayor fue elegida con sumo cuidado para lograr una coincidencia de conceptos calendáricos, astronómicos y rituales y que la actual traza urbana reprodujo esa primera orientación, todavía visible en los más antiguos restos arqueológicos del centro ceremonial.
El Templo Mayor
En el video titulado El Cielo Enterrado, que se exhibió en el auditorio Eduardo Matos, del Museo del Templo Mayor, se establece que aún permanece señalada hacia el horizonte poniente, la dirección que los antiguos sacerdotes creyeron indispensable para orientar su templo, su ciudad y el imperio que habría de seguir desde allí.
De acuerdo con estudios recientes, aún hoy se sigue desarrollando un extraordinario diálogo entre los antiguos templos de piedra y la luz de los astros.
Muchas de las modernas ciudades heredaron parte de esa voluntad ritual, que continúa en la actual traza urbana, en sus calles y en los edificios erigidos durante varios siglos después.
La del Templo Mayor es una historia de esos diálogos involuntarios secretos, entre una ciudad contemporánea y los dioses prehispánicos: el corazón de la gigantesca Ciudad de México sigue latiendo exactamente al mismo ritmo que el antiguo recinto ceremonial de Tenochtitlán.
Según el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, el Templo Mayor estaba estructurado con base en dos edificios juntos con sus adoratorios en la parte alta. Los pueblos prehispánicos creían que el universo se dividía en tres regiones básicas, formadas por varios niveles. En cada lado del mundo y en el centro había sendos árboles gigantes por cuyo tronco circulaban estas corrientes y por las cuales llegaban a la tierra las influencias divinas.
El más importante de estos ejes cósmicos era el central. Cada pueblo mesoamericano probablemente creía que su propio templo principal era una especie de centro a partir del cual se ordenaba todo el espacio.
Lo que hoy se puede ver en los restos arqueológicos del Templo Mayor es lo que quedó a ras de tierra, porque los conquistadores españoles derribaron esta construcción. El edificio más completo es el de la llamada etapa dos, posiblemente del siglo XIV.
Según Conaculta, Galindo comentó que para los mexicas, las propiedades del espacio se relacionaban con la geografía y con la estructura celeste, pues la orientación del plano horizontal se reproducía en los demás niveles del cosmos, que estaba cargado de fuerzas e influencias no sólo vertical, sino también horizontalmente.
Galindo, luego de un trabajo de más de diez años registrando cuidadosamente multitud de otras circunstancias significativas, como albas y ocasos en ambos horizontes, descubrió una interesante propiedad de ésta, la alineación evidente del templo.
En primer lugar, parece claro que la dirección más prominente del edificio no es al oriente, sino hacia el poniente. Los dos templos, y sin duda los ojos de las principales deidades, veían hacia el ocaso.
Pero en el punto exacto al que esta dirección apunta, incluyendo márgenes razonables de tolerancia, no hay nada que parezca mínimamente importante o siquiera notable, verdaderamente nada.
