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Inicia el 18 de abril el Cónclave del Vaticano

EL PAÍS

ROMA, ITALIA.- La Congregación de Cardenales puso ayer en marcha el calendario para la elección del sucesor de Juan Pablo II. Los cardenales anunciaron que se encerrarían en Cónclave el 18 de abril, apenas cumplidos los ?novendiales? (nueve días de misas por el Papa difunto) que debían realizarse a partir del entierro de mañana, viernes.

También leyeron una primera traducción al italiano del testamento espiritual del Papa, 15 folios de texto en polaco, y decidieron publicarlo hoy, jueves. La tensión era muy elevada. Ningún periodo de sede vacante se había desarrollado bajo tanta expectación pública. Nunca el Vaticano había debido soportar el cerco de multitudes tan inmensas como las congregadas estos días a las puertas de San Pedro. La marea humana rebasó en algunos momentos el millón de personas.

El Gobierno italiano y el Ayuntamiento de Roma trabajaban afanosamente para controlar una afluencia de peregrinos que seguía desbordando previsiones y que, tras bloquear las calles cercanas al Vaticano, se desbordaba por la ciudad y las afueras.

Muchos de los peregrinos que guardaban ayer la fila interminable recordaban que era miércoles, día de audiencia general, el primer miércoles sin Papa en 26 años. En cierta forma, lo de ayer fue también una audiencia general, la más concurrida. Empequeñecía, en cualquier caso, ante las magnitudes acumuladas durante el segundo papado más largo de la Historia (San Pedro al margen): Juan Pablo II recibió en audiencia a un total a 17 millones 642 mil 800 personas, y se calcula que a los Ángelus dominicales celebrados en San Pedro acudieron casi 70 millones. Karol Wojtyla fue el ser humano que conoció, saludó o vio más seres humanos.

La autopista de circunvalación sufrió un espectacular embotellamiento, en el que destacaban largas filas de coches con matrícula polaca de cuyas ventanillas emergía la bandera blanquirroja. Desde los puestos fronterizos se daba aviso a Roma de los autobuses que entraban en el país, con el fin de dar tiempo al Municipio de crear nuevos aparcamientos y distribuir el tráfico de entrada por distintas rutas.

La situación era apenas manejable, y no había alcanzado todavía el momento crítico: el viernes ocho de abril, fecha del funeral de Juan Pablo II, había de culminar la semana con una ceremonia fúnebre cargada de emociones y de riesgos. Uno de los principales asistentes, George W. Bush, presidente de Estados Unidos, llegó a Roma el martes por la noche, y acudió de madrugada a la Basílica de San Pedro para rendir homenaje en la capilla ardiente. Los demás tenían previsto aterrizar en el aeropuerto de Ciampino a lo largo del día de hoy y el viernes por la mañana.

El plan gubernamental para aislar a las autoridades internacionales en San Pedro contemplaba desperdigar a dos o tres millones de peregrinos, más unas cuantas decenas de miles de romanos, por diferentes plazas y descampados provistos de pantallas gigantes, lejos del acto.

La seguridad en la plaza vaticana, donde se congregarán centenares de jefes de Estado y de Gobierno, exige expulsar a la multitud. Desde las 10:00 horas, las colas quedaron bloqueadas. Quien estaba, podía seguir esperando las doce o catorce horas necesarias, como mínimo, para alcanzar la Basílica. A los demás sólo les quedaba el consuelo de haberlo intentado.

El delegado del Ministerio del Interior en Roma, Acquile Serra, lanzó un llamamiento a los romanos para que no salieran de casa el viernes. Serra anunció que ese día no se podrá circular en coche, ordenó el cierre de las escuelas y pidió que nadie acudiera a su trabajo. También puso en marcha, con el apoyo de periódicos y emisoras de radio y televisión, un programa de acogida de peregrinos en casas particulares. En Tor Vergata, en el Circo Máximo y otras zonas despejadas de la capital habían surgido ya grandes campamentos de ambiente juvenil. Algunos de los peregrinos lucían la camiseta ?oficial? del evento: blanca, con una foto de Juan Pablo II en el pecho y en la espalda la última y legendaria (en todos los sentidos) frase que pronunció en su lecho de muerte: ?Os he buscado y ahora habéis venido a mí?.

La Congregación de Cardenales, que celebró su cuarta sesión en el Aula Nueva del Sínodo (ya eran 116 los participantes), sopesó la posibilidad de hacer una concesión extraordinaria a la masa de peregrinos e introducir una novedad inédita en el rito fúnebre. Las autoridades italianas pidieron que el cuerpo del Papa fuera trasladado, después del funeral y antes del entierro, a San Juan de Letrán, la Catedral de Roma, para un último homenaje popular. Pero se desestimó la idea por ser ?técnicamente imposible?, según palabras del portavoz Joaquín Navarro-Valls.

El simple hecho de que se pensara en cargar el féretro en un helicóptero y en demorar unas horas el entierro daba una idea de la importancia que los movimientos de masas habían adquirido durante el pontificado de Wojtyla, y de cómo se habían engranado en los mecanismos vaticanos.

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