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Tres de tres

Federico Reyes Heroles

La agresión a Letras Libres, la carta del subcomandante Marcos, los muertos de Milpa Alta. Una semana con tres botones de muestra. El rumbo de la izquierda mexicana es incierto y preocupante. No es un asunto particular de un grupo. Con su contrahechura todos salimos perdiendo. Vayamos a la agresión en contra del mensuario dirigido por Enrique Krauze. Corrían días de fiesta para la cultura mexicana. Todo encuentro con libros lo es, pero la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es un auténtico orgullo nacional: su dimensión, su pluralidad, su profesionalismo y el éxito comercial son razones sobradas para ello. Cuba al centro como invitado del 2002. “Los futuros de Cuba” es el eje de la reflexión propuesta por Letras Libres, futuros que preocupan dentro y fuera de la isla. De pronto un pequeño grupo perfectamente coordinado se levanta interrumpe, abuchea, calla, insulta y, por supuesto, impide cualquier intercambio de ideas. ¿Quienes eran? Sabemos poco, suficiente un funcionario de la Delegación Coyoacán y el director de la Biblioteca Nacional de Cuba son identificados. Nadie puede negarles su derecho a rebatir a los críticos. De eso justamente se trata y es claro que Letras Libres quería provocar esa discusión. Discutir es lo democrático. Impedir una discusión, la que sea, agredir, callar es fascistoide. Lo lograron pues, opacadas por la agresión, las ideas pasaron casi inadvertidas. Mexicanos o cubanos lo mismo da, deben gozar de la libertad para decir lo que piensan, de México o de Cuba, aquí o allá. Quien opta por imponer el silencio como estrategia es cómplice igual de Stalin que de Franco. No es novedad, por supuesto que no. Pero quizá lo más dramático es que siga habiendo jóvenes que piensen, en pleno siglo XXI, que lo progresista, lo de avanzada es callar a alguien. Atentar contra la palabra, nuestra única arma real, es igual a dinamitar uno de los cimientos de la democracia. “Bien sé que ese payaso grotesco que es el juez Garzón...está llevando adelante un verdadero terrorismo de estado ... el clown Garzón ... demuestra su vocación fascista al negarle al pueblo vasco el derecho de luchar políticamente por una causa que es legítima”. Es el subcomandante Marcos el que escribe y lanza calificativos a diestra y siniestra: imbécil para Aznar, estreñido para el Rey Juan Carlos, Felipe González es bufón. Pero eso es lo de menos. Lo grave es que el neolibertador del sur, ese que fue vanguardia simbólica de muchos mexicanos, considera “políticamente” válida una actividad subversiva que ha costado cientos de vidas inocentes, 853 hasta ahora, según cifras de Garzón. En el mejor estilo fascista la vida de los otros no vale cuando se está del lado correcto. La historia siempre estuvo con ellos, con Hitler, con Stalin, con Pol Pot, con Ceaucsescu, con Pinochet. Cada quien que escoja su causa y a matar. “Prefiero ver mi nombre abiertamente asociado a la democracia como un payaso, que esconderlo tras la falsa rebeldía, la violencia, la mentira,... ¿cómo se atreve a insultar impunemente al pueblo español que en su conjunto viene sufriendo la lacra terrorista desde hace 30 años? ¿Dónde están en su carta unas palabras para las víctimas del terrorismo? No están porque usted destila odio hacia las víctimas y hacia todos los que no somos o no pensamos como usted. ...No necesita usted quitarse la máscara para haberse desenmascarado: usted sencillamente no cree en los derechos esenciales del hombre, ni en la democracia, ni siquiera en los derechos cívicos de su propio pueblo”. El juez Garzón toca la médula del problema: buena parte del pensamiento de izquierda en México, en el fondo, todavía no acepta los derechos individuales básicos como la piedra de toque de la discusión. Por eso las posturas cavernarias. Los cimientos no están allí: de la libertad de expresión al simple derecho a la vida. ¿Demócratas? Tres hombres caen muertos en Milpa Alta. Asaltaban a un taxista. Fueron linchados. Los reventaron a patadas. Los dos primeros en morir duraron poco. Al tercero lo dejaron morir allí, lentamente, sin permitir su traslado, todo ello ante los ojos orgullosos de los lugareños. Por increíble que nos pueda parecer el suceso, se trata de uno más de una la larga lista. Por supuesto hubo una condena en lo general por parte de las autoridades. Pero también apareció ese coqueteo con la idea de que hacerse justicia por propia mano. Doce por ciento de la población está de acuerdo con ello. Si todos lo llevan a la práctica estaremos de regreso en la selva. Días después priva el silencio. ¿Qué será de las investigaciones, si las hay? ¿Se fincarán responsabilidades o, una vez más, el olvido hará de las suyas? Por supuesto que estamos ante el resultado de la degradación de décadas. Pero aún así no debe haber el menor margen de duda sobre la condena y la acción correspondiente. Claro que es impopular señalar la ira del pueblo, pero aceptarla con silencios y omisiones es invitar a seguir la ruta. Atenco está en la memoria reciente junto muchas otras acciones similares en las cuáles, al final del día, la ilegalidad no recibió condena y persecución.

Comenzamos con un acto de consecuencias, en apariencia, menores: quitar la palabra, interrumpir la libertad de expresión, callar a gritos. Después pasamos a la irresponsabilidad de Marcos: arrollar la vida de otros es válido, si se está del lado correcto. Eso que cada quién lo defina. Fascismo en versión indigenista. Finalmente la violencia popular que recibe silencio cómplice. Nuestra miopía no puede ser mayor. Por más orgullosos que estemos de nuestra democracia electoral, de la competencia y la alternancia que empiezan a echar raíces, queda claro que los cimientos están podridos.

El respeto a ley es respeto a la libertad, de los otros y la también la propia. El respeto a la ley es en el fondo respeto a la vida. En eso no hay diferencia entre izquierdas y derechas, entre progresistas y conservadores: nadie tiene derecho a usurpar las libertades de los otros y pisotear la vida ajena. Los bajos niveles educativos, la ignorancia, pero sobre todo la injusticia y la desesperación explican las reacciones populares. Pero lo que si no tiene perdón posible es la actitud de ciudadanos letrados como en la Feria, de “dirigentes morales” como Marcos y finalmente de autoridades del signo que sean. Cómo es posible que en pleno siglo XXI el respeto a la vida esté en entredicho. O asumimos todos un pacto civil de respeto a las libertades básicas y a la ley o la incipiente democracia mexicana puede tropezar. Ser un verdadero demócrata comienza por aceptar la domesticación de nuestra rebeldía.

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