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“Lo de Tepeaquilla”

Ramón Cota Meza

Los días guadalupanos incitan la curiosidad histórica. La frase que titula este artículo fue escrita por Bernal Díaz del Castillo al referir sucesos ocurridos en un lugar así llamado, unas leguas al norte de Tenochtitlán, durante el sitio al corazón del imperio azteca, a mediados de 1521. Tepeaquilla no es nombre indígena original, sino diminutivo castellanizado de Tepeaca, región de Cempoala, Veracruz. El nombre Tepeaquilla habría derivado en Tepeyac algunos años después.

Díaz del Castillo añade que Tepeaquilla es el lugar “donde solía estar el real de Gonzalo de Sandoval”. “Real” significa aquí campamento o guarnición, y se refiere al emplazamiento que cerró el cerco a Tenochtitlán. La frase “donde solía estar...” indica movilidad del contingente de Sandoval, como efectivamente ocurrió.

El vínculo entre la guerra de Conquista y el guadalupanismo temprano ha sido sugerido por Jacques Lafaye, quien conjetura que en Tepeaquilla pudo haber estado una primera imagen de la Guadalupe de Extremadura, advocación de Cortés, Sandoval y varios conquistadores más (Quetzalcóatl y Guadalupe).

La saga de Tepeaquilla podría trazarse hasta Tepeaca o Segura de la frontera, donde Cortés sentó sus reales de manera firme por primera vez. Fue en ese lugar donde ordenó desmantelar y hundir las naves, evocando el cruce del Rubicón por Julio César.

Al marchar a Tlaxcala apoyado por toltecas, dejó a Sandoval a cargo de la retaguardia. Sandoval derrotó ahí la expedición punitiva de Pánfilo de Narváez, victoria decisiva en la consolidación política de Cortés frente a sus rivales españoles de Cuba. Los hechos constan en la Segunda Carta de Relación, firmada en Tepeaca, octubre 1520.

Ulteriores hechos de armas son concomitantes a manifestaciones guadalupanas tempranas en Colima y Coatzacoalco, ambas sometidas por Sandoval entre 1523 y 1524. Cuando Cortés pasó por Coatzacoalco en su expedición a las Hibueras, Sandoval lo recibió con trescientos arcos triunfales en canoas. Sometida, Colima fue encomendada por Cortés a parientes suyos de Extremadura. De ahí provendrán los más antiguos legados a Guadalupe, hacia 1535.

Algunos historiadores presumen que esos legados específicos fueron para la Guadalupe de Extremadura, pero la controversia misma es parte de la historia porque el destino de los legados guadalupanos en general se volvió objeto de disputa entre los jerónimos de Extremadura (a cargo del santuario de Guadalupe allá) y el obispado de México. Hay evidencia de esto en 1572, momento en que las contribuciones habrían alcanzado un monto apreciable. La conminación jerónima a Felipe II para tomar control de esos bienes es elocuente.

La historiografía nacional ha sido reacia a establecer conexiones entre los hechos militares de la conquista (incluido el botín, por supuesto), la advocación guadalupana de los extremeños, el incierto estatuto fiscal de las contribuciones piadosas y las primeras manifestaciones guadalupanas en México.

Esa historiografía ha magnificado, en cambio, noticias sobre adoraciones a Tonantzin, cuya fecha de origen no ha sido establecida. Se aducen los años 1555-1556 a partir de una disputa sobre la naturaleza de esas adoraciones entre el capellán de la ermita de Guadalupe/Tepeaquilla y el obispo Montúfar. De los documentos se deduce que hubo un adoratorio indígena en las inmediaciones de una ermita preexistente, la cual pudo ser la confirmación de algún altar rudimentario puesto por Sandoval 35 años antes.

De la importancia atribuida a las informaciones de 1555-1556 se sigue que el Nican Mopohua (la leyenda de las apariciones de Guadalupe en náhuatl) fue compuesto en esa fecha, pero la evidencia no es concluyente. El documento no fue conocido sino hasta 1649, en un momento muy álgido del guadalupanismo criollo.

Si el Nican Mopohua fue compuesto en esa fecha, es extraño que no haya mayores evidencias de la proliferación del culto entre indígenas en lo que resta del siglo.

En cambio, si aceptamos la influencia de factores militares, políticos y fiscales en el desarrollo del culto, las informaciones de 1555-1556 quedarían en un contexto más amplio.

Este sería el fin del primer periodo de la Conquista, la colonización y la primera afluencia de metal precioso, que estimuló la inversión en la península y ultramar (J.H. Elliott).

Cortés había muerto en 1547, muy disminuido en poder, riqueza y consideraciones para el resentimiento de clérigos y conquistadores con la Corona.

El brote guadalupano de 1555-1556 quedaría así mejor ubicado en el contexto de la abdicación de Carlos V, la asunción y primer incumplimiento financiero de Felipe II y el recrudecimiento consecuente de las presiones fiscales de la metrópoli sobre sus posesiones de ultramar.

Si el Nican Mopohua data de entonces, hace falta relacionarlo con algo. Fray Servando sugirió a fines del XVIII que era parte de una representación teatral (vehículo de evangelización de amplio uso en la época). Las representaciones eran conmemorativas, de modo que el Nican Mopohua conmemora algún acontecimiento, probablemente el 12 de diciembre de 1527, cuando Zumárraga, por intercesión de Cortés, obtuvo cédula real para recoger diezmos en el obispado de México. La leyenda del Nican Mopohua data las apariciones entre el 8 y el 12 de diciembre de 1531.

Si Juan Diego existió, no sería aventurado imaginarlo actor de una o varias representaciones dramáticas. Como catecúmeno debió también ser parte de un gremio, probablemente el de los artesanos de flores de tela, que Cortés protegió y encomendó de manera especial a Carlos V. Si hubo un encuentro entre Juan Diego y Zumárraga, la ocasión pudo ser un presente de flores de tela manufacturadas por el gremio, envueltas en el ayate de Juan Diego.

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