La mañana era fresca y era clara. Con sólo abrir la boca habrían calmado su sed todos los sedientos.
San Virila fue al pueblo a pedir el pan para sus pobres. Al pasar por la escuela vio a una niñita que lloraba en el patio de recreo: sus compañeros no la dejaban subir al columpio. San Virila movió su mano, y de la rama del árbol grande bajó un columpio hecho de rayos de sol.
La niña subió a él y le pidió al frailecito que le diera vuelo. San Virila sopló levemente, y el columpio llevó a la pequeña a la altura del viento. Todos los niños querían subir a ese columpio.
Cuando el humilde fraile regresó al convento el padre superior ya lo esperaba para reprenderlo. ¿Por qué desperdiciaba sus milagros en naderías? Contestó San Virila:
-Reverendo padre: ésta fue una todería. Cualquier cosa haría yo para enjugar las lágrimas de una niña que llora.
¡Hasta mañana!...