Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Imposible dejar de oír el llamado de la carne. Es la voz de la naturaleza, y quien no le hace caso a esa señora se expone a sufrir males muy graves del cuerpo y el espíritu. Cierto ingeniero joven fue a trabajar en una mina alejada de todo centro de población. No pasó mucho tiempo sin que lo asaltara aquel urente deseo, el de la lubricidad. En el campamento no había mujeres, y el recién llegado le preguntó a uno de sus compañeros qué hacían ahí para sedar la concupiscencia erótica. Le informó éste: "Recurrimos a Florindo, el cocinero. Si quieres haré los arreglos necesarios para que estés con él". "¡Ah no! -se escandalizó el otro-. A mí no me gustan esas cosas". Transcurrió un mes, y el ansia de libídine aumentó. El muchacho tenía el remedio a la mano, pero ese recurso le pareció impropio, y un buen día le dijo a su compañero que había decidido recurrir él también al tal Florindo. "Preséntamelo -le dijo-. Pero una cosa te voy a pedir: que nadie se entere de esto". "No se puede -replicó el amigo-. Forzosamente siete personas lo sabrán". "¿Siete personas? -se espantó el otro-. ¿Quiénes?". Respondió el compañero: "Tú, yo, Florindo, y los cuatro hombres que se necesitan para sujetar a Florindo. Tampoco a él le gustan esas cosas". Por primera vez aparece aquí el Lic. Ántropo, nuevo personaje de esta columnejilla. Es abogado de profesión, litigante por más señas. Al salir de su casa esa mañana dijo la oración que acostumbraba recitar antes de ir a su despacho: "Santo señor San Alejo: / te pido con devoción / que me quites lo pendejo / y me aumentes lo cabrón". Luego se dirigió al banco de la localidad a fin de ver a cómo había amanecido el dólar, pues necesitaba un sacudimiento emocional para poder empezar la jornada con el encono necesario. Ahí se topó con un colega. Apenas se estaban saludando cuando irrumpieron en el banco varios sujetos encapuchados y armados que gritaron al unísono, como si tuvieran bien ensayado el acto: "¡Esto es un asalto!". Muy útil fue esa información, pues varios de los que estaban ahí pensaron que aquello era una manifestación de la CNTE. Dos de los maleantes procedieron a saquear las cajas de la institución bancaria, mientras otros dos les arrebataban a los clientes sus carteras. De inmediato el Lic. Ántropo sacó de la suya unos billetes y se los entregó a su colega. "¿Qué haces?" -le preguntó éste, sorprendido. Respondió apresuradamente el Lic. Ántropo: "Son los 2 mil pesos que me prestaste hace unos días. Estamos a mano". Simpliciano, ingenuo joven, contrajo matrimonio. Al regreso de la luna de miel un amigo le preguntó cómo le había ido con su flamante mujercita. "Muy bien -respondió el candoroso desposado-. Y, aquí entre nos, por la forma en que actúa creo que no tardará en darme aquellito". Amaneció el día. Facilda Lasestas, mujer que recibía hombres en su departamento, se levantó del lecho y quitó la toalla con que cubría por la noche la jaula de su periquito. En eso llegó su primer cliente. Otra vez Facilda tapó la jaula del perico, pues no le gustaba que el cotorro viera lo que en la alcoba sucedía. Exclamó desconcertado el pajarraco: "¡Caramba! ¡Qué día tan corto!". En el aeropuerto un individuo leía un libro: "Cómo servir al prójimo". Le preguntó su vecino de asiento: "¿Es usted filántropo?". "No -respondió el tipo-. Soy antropófago". El flamante papá le mostró su hijo recién nacido a un compadre. Le dijo muy orgulloso: "Mire, compadre: el niño sacó mis ojos, mi nariz, mi boca.". "Es cierto -replicó el otro-. Pero ese lunar que tiene en la nalguita lo sacó de mi comadre". FIN.

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