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Sin guantes

FEDERICO REYES HEROLES

Sudoroso, con un gesto muy agresivo, retando a su contendiente que lo esperaba en el piso, lanzándole palabras desde sus gruesos labios, mostrando su impresionante musculatura, pero también una enjundia y decisión que intimidaban, Cassius Clay ascendió a la fama mundial desde muy joven. Después se autodefinió como "el mejor". Muy pocos sospecharían que pasaría a la historia como un pacifista.

Impresionante. Varias horas de vibrantes testimonios sobre la bonhomía y nobleza de ese hombre público que dejó el territorio de la brutal fortaleza física para entrar al del deterioro progresivo y anunciado. La ceremonia fue un desfile producto del respeto que muy pocos estadistas han conseguido. Rabinos, sacerdotes, pastores, actores como Billy Cristal, activistas como Jesse Jackson o políticos Bill Clinton. Una notable competencia de excelente oratoria, que hoy es excepcional. Cariñosa despedida al admirado boxeador, si, pero sobre todo fue magna manifestación política en favor de la tolerancia, la paz, en contra del racismo y la ignorancia. Desfile de causas políticas que la derecha estadounidense hoy amenaza.

Porque Mohamed Ali es, y seguirá siendo, la tenaz construcción de un referente ético y político que está mucho más allá de la velocidad de sus piernas y brazos. Nacido pobre en Louisville, Kentucky, en 1942, subió al cuadrilátero desde niño como una opción arriesgada para poder dejar atrás el racismo que lo rodeaba, la pobreza como origen y también destino. Los golpes de la vida lo llevaron a tomar los guantes para, a través de ellos, hacerle ver al mundo esa realidad. Medalla olímpica de oro a los 18 años. Poco después, a los 22, pone en la lona por K.O. Sonny Liston arrebatándole el título mundial. De allí, de inmediato, y con todos los reflectores sobre el joven y sorprendente boxeador, Viene la metamorfosis. Sale a hacer política. En horas se encuentra con Malcolm X, el rudo activista de los derechos civiles. Ese fue su primer apoyo abierto a las minorías que lo acompañarían en su última despedida.

Al día siguiente nace Mohamed Ali, Cassius Clay se entierra a sí mismo, para abrazar el Islam. Hubo un mar de confusión, muchos lo acusaron de estridencia para atraer más reflectores. La esquizofrenia apenas comienza, pues el pugilista fatuo y fanfarrón que dijo "Soy bello", que vociferaba contra todos y de todo, había asumido seriamente un compromiso pacifista y de defensa de la sojuzgada población afroamericana, negra. Ese compromiso lo llevó a rehusarse a combatir en Vietnam por una objeción de conciencia: razones religiosas. El Estados Unidos belicista reaccionó, lo tildaron de cobarde y de traidor. Le retiraron el título de campeón, lo condenaron a cinco años de prisión. Allá fue Mohamed Ali a recibir los golpes de una prensa que se encargó de hacer escarnio de su figura.

Pero Mohamed Ali cumpliría su condena, regresaría al ring y recuperaría el título de campeón mundial. La leyenda seguía creciendo, ya en libertad el pacifista argumentó una y mil veces el porqué de su negativa. No era un teórico, era un nombre de instintos humanistas que supo utilizar su enorme fama para arrojar luz sobre ciertas áreas muy sensibles en la opinión pública conservadora de Estados Unidos. Y esa otra carrera, la del activista político, a pesar de su enfermedad, duró más que su larguísimo desempeño sobre el ring. Así se convirtió en el apoyo seguro de una serie de grupos con causas diversas, pero siempre minoritarias. Ellos fueron los convocados el jueves pasado al Freedom Hall de Louisville, el sitio donde el entonces joven Cassius Clay tuvo uno de sus primeros combates.

La ceremonia, el gran acto político en que se convirtió, se celebró siguiendo los preceptos y los códigos del Islam, fue conducida por un imán, con oraciones y parlamentos en árabe. Los anfitriones repitieron una y otra vez que esa religión es una casa abierta. Mohamed Ali se encargó de todos los detalles de su propio funeral. Aleccionador, explicó el imán, así quiso Mohamed Ali que fuera su funeral. Ceremonia interreligiosa, pero conducida dentro del Islam, una estrategia política. Porque la muerte de Ali ocurre justo en años en que los atentados terroristas provocan una terrible reacción antiinmigrante y antimusulmana. Y ese mundo de miedos explicables y odios que envenenan, es el mundo que Mohamed Ali combatió con tolerancia fomentada y sistemática. Su muerte sucede justo cuando la ignorancia y arrogancia cobran rostro y encarnan en Trump. Ese jueves estuvieron todos haciendo campaña en contra de ese veneno, mostrando que también existe otro Estados Unidos que llevó al primer afroamericano a la Casa Blanca, todos ellos cobijados por Mohamed Ali, que muerto siguió combatiendo. En la mejor batalla de su vida, no usó guantes.

No todo Estados Unidos es Donald Trump, ni el asesino de Orlando representa al Islam.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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