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Cascos azules, luces y sombras

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AGENCIAS

Cada seis meses aproximadamente un nuevo contingente de soldados españoles despega hacia Líbano. Van a un país que no es el suyo y en el que España no tiene ningún interés político ni económico. Y no son vacaciones. Más de 300 cascos azules de todo el mundo han muerto en esa misión.

La operación de la Fuerza Interina de Naciones Unidas para el Líbano (FINUL) es una más de las 16 de mantenimiento de la paz que la ONU desarrolla en este momento.

Entre todas, más de 120 mil militares y civiles de 124 países están desplegados por cuatro continentes bajo la bandera azul del organismo. Las Fuerzas de Paz de la ONU son la primera fuerza multinacional del mundo y su objetivo es conducirse como un ejército pacífico para ayudar a la estabilidad de zonas en conflicto. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas organiza las intervenciones con base en tres principios: el consentimiento de las partes, la imparcialidad y la renuncia a usar la fuerza excepto en casos de defensa propia o de protección del mandato.

Desde que las Fuerzas de Paz se crearon, en 1948, han intervenido en 71 misiones en las que han muerto 3 mil 454 participantes, entre militares y civiles. Las misiones que hoy requieren más esfuerzos son las africanas. En el continente hay nueve. Algunas de ellas son raramente cruentas, como la MINURSO, destinada a mantener la paz en el Sahara Occidental y crear las condiciones para la celebración de un referéndum sobre la independencia de la región o su anexión a Marruecos; sin embargo, otras son de una extrema peligrosidad. En países como el Congo o Darfur hay 22 mil 500 y 21 mil soldados desplegados, respectivamente. Entre las dos misiones rebasan los 300 muertos.

El programa de paz de Naciones Unidas nació cuando el conde sueco Folke Bernadotte, mediador internacional en el conflicto de Palestina, solicitó ayuda para asegurar que se cumpliese el acuerdo de armisticio entre Israel y sus vecinos árabes en 1948. Eran años de grandes tensiones en los que el Consejo de Seguridad de la ONU quedaba a menudo atascado por el pulso entre la URSS y Estados Unidos, y se pensó que un destacamento de 50 militares sin apenas armamento podría ser una garantía pacificadora. La siguiente misión se lanzó en 1949, para asegurar la no agresión entre India y Paquistán. Sesenta años después, ambas misiones siguen en pie: ¿un éxito o la prueba del fracaso de la comunidad internacional?

El carácter cambiante de los conflicto hace que las misiones muten con ellos. Lo refleja el caso de la FINUL. Ésta se creó en 1978 para confirmar la retirada israelí del sur de Líbano y ayudar al gobierno de Beirut a extender su autoridad por esta parte del país. Sin embargo, su mandato actual deriva de la guerra entre Israel y la milicia chiíta Hezbolá en 2006. Desde entonces, la FINUL debería haber ido reduciendo efectivos a medida que las fuerzas armadas libanesas controlaran la región, pero la guerra de Siria ha alterado esos planes. Cascos azules de Italia (mil 27), Francia (827), España (600), Finlandia (299) e Irlanda (194) se encargan de vigilar que no haya hostilidades, pero estas brotan periódicamente.

El de los cascos azules es un proyecto en continua redefinición, muy marcado por los vientos políticos de cada época. Con el fin de la Guerra Fría y de las tensiones bipolares entre el bloque capitalista y el comunista, el programa se expandió a una velocidad que la propia ONU ha reconocido que fue excesiva. De 1989 a 1994 se ordenaron 20 misiones y se pasó de 11 mil a 75 mil cascos azules. En un principio, la experiencia funcionó bien, y una de las primeras decisiones del secretario general de la ONU Boutros Boutros-Ghali en 1992 fue crear un departamento específico para dirigir los cuerpos de paz con una óptica más ambiciosa.

El resultado fueron muchas misiones sin las medidas de seguridad suficientes, lastradas por la falta de compromiso de los contendientes y con mandatos demasiado genéricos. Desembarcaron cascos azules en la antigua Yugoslavia, Ruanda y Somalia, conflictos aún en fase de expansión.

Las tropas de la ONU no siempre tenían la legitimidad ni la capacidad de reaccionar y se produjeron fiascos espantosos como las matanzas de tutsis a manos de los hutus en Ruanda (1994), o Srebrenica, donde 8 mil bosnios fueron masacrados bajo la supuesta protección de 400 cascos azules holandeses impotentes y asustados. Así, la ONU se volvió más selectiva en sus intervenciones y menos osada en sus metas.

Prevalece impunidad ante abusos

El elevado grado de impunidad que gozan los perpetradores ante los crímenes cometidos en las regiones más vulnerables del planeta, es la causa principal por la que continúan proliferando los escándalos que involucran al personal de mantenimiento de paz de Naciones Unidas.

Investigadores coinciden en que mientras la ONU no cuente con mecanismos independientes de denuncia, investigación y de seguimiento del castigo sus fuerzas seguirán cometiendo abusos en las zonas donde operan. "La ONU lleva aplicando durante 10 años una política de cero tolerancia, pero no ha dado resultados, ha llegado el momento de adoptar medidas mucho más firmes (…), porque estos actos no sólo están dañando profundamente a niños y adultos, también la reputación y la integridad de Naciones Unidas", dice Richard Bennett, jefe de la Oficina de Amnistía Internacional en Nueva York.

"Es fundamental crear instrumentos que permitan la denuncia segura y garantizar que las quejas son tratadas con la máxima seriedad, porque eso enviará un claro mensaje de que el comportamiento no es aceptado y no habrá impunidad". Aditi Gorur, directora del Programa de Protección de Civiles en Conflicto del Centro Stimson, igualmente resalta la urgencia de crear espacios para la denuncia segura, particularmente en los casos de abuso sexual.

"Es muy probable que las denuncias sobre explotación y abuso sexual sean muy inferiores a la realidad, ya que estos crímenes son poco reportados en casi todos los contextos, entre otros, por la barrera del estigma. En el caso de los abusos por parte de las misiones de paz de la ONU, los obstáculos para las víctimas son aún mayores al tratarse de los grupos más vulnerables".

"La ONU debe adoptar un enfoque proactivo centrado en las víctimas y dirigido no sólo a castigar los autores, también a reparar los daños. Hay que empoderar a las víctimas", subraya.

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