¿Recuerdas, Terry, cuando viste por primera vez la luna llena?
Eras apenas un cachorro. Salimos a la noche y miraste en la bóveda del cielo aquel objeto blanco desconocido para ti. Volteaste a verme como para preguntarme qué era. Luego volviste de nuevo los ojos hacia el brillante disco, y un leve aullido salió de tu garganta. Era la voz de un lobo niño, el eco de un atávico recuerdo que tus ancestros dejaron en tu sangre.
En ese momento, Terry, sentí respeto por ti. Supe que tu linaje provenía del tiempo en que los hombres apenas empezaban a ser hombres y los perros apenas estaban aprendiendo a ser perros. Pensé en la amable alianza por la cual el hombre cuida al perro y el perro cuida al hombre. Quizá nosotros hemos olvidado nuestro origen, pero ustedes los perros no han olvidado el suyo, y en las noches lunadas lo recuerdan.
Ahora sé, Terry, que el perro es el lobo del hombre. Un lobo manso y fiel que renunció a la libertad de la vida en los bosques para venir a nuestra casa y salvarnos de los temores nocturnos y de la soledad.
Gracias, Terry, perro mío.
Gracias, Terry, mi pequeño lobo.
¡Hasta mañana!...