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Documento del Papa

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

La exhortación apostólica del Papa Francisco Alegría del Amor (Amoris Laetitia), es un documento doctrinal y al propio tiempo, un tratado de antropología social que es resultado del trabajo pastoral de la Iglesia Católica en todo el planeta.

Obispos y sacerdotes dicen al Papa: Estamos convencidos de la Verdad que proclamamos, pero ¿qué hacemos con una humanidad doliente que vive en situaciones que según la enseñanza de la Iglesia son irregulares y recurre a nosotros en busca de guía y de consuelo? Qué decir a una persona que se declara homosexual y nos pide consejo?; ¿qué hacer con una persona divorciada y vuelta a casar que desea acercarse a los sacramentos?

Los obispos recogen las experiencias en una investigación de campo que corre en paralelo a su labor pastoral y al llamado del Papa se reúnen en mesas de trabajo para llegar a conclusiones, en la Jornada Mundial por la Familia recientemente celebrada.

Francisco responde con la exhortación Apostólica que nos ocupa, en la que confirma la doctrina tradicional de la Iglesia que finca el origen de la familia en la unión abierta a la procreación de un hombre y de una mujer para toda la vida, y reitera su apuesta por la vida humana. Como consecuencia, el Papa descalifica el divorcio cuya proliferación creciente atribuye a la cultura del úsese y tírese del mundo moderno; las uniones de personas de un mismo sexo que "no pueden equipararse al matrimonio, porque ninguna relación cerrada a la comunicación de la vida nos asegura el futuro de la sociedad" y condena el aborto.

El Papa fija la postura de la Iglesia de manera firme, al tiempo que se atiene a la Misericordia de un Dios que espera la conversión, porque la Iglesia es mera formadora de conciencias y carece de fuerza coercitiva para obligar a los fieles contra su voluntad.

Lo anterior es particularmente cierto hoy día, en que en materia de matrimonio y familia las leyes humanas operan en contra, como ocurre con la iniciativa de Ley anunciada por Peña Nieto, que respondiendo a intereses internacionales tan extraños como inconfesables, pretende institucionalizar conductas aberrantes.

Francisco renueva la propuesta de la Iglesia en base a la Palabra de Dios desde el Génesis hasta el Evangelio de Jesucristo; aborda la realidad de la familia en el mundo actual en sus detalles cotidianos, y desentraña el sentido de su vocación. Profundiza en la naturaleza del amor desde su dimensión erótica, hasta las alturas sublimes del sacrificio que exige a imitación de Cristo, dar la vida por los demás.

Enseguida el Papa propone estrategias pastorales concretas para acompañar a los aspirantes al matrimonio desde el noviazgo, pasando por el crecimiento integral de la pareja hasta la educación de los hijos. En particular Francisco dice sí a la educación sexual, y previene sobre las patologías a las que conduce la sociedad de consumo que postula el sexo como diversión u objeto de comercio.

El Papa pretende superar el tema relativo a la comunión de los divorciados y vueltos a casar, mediante todo un sistema pastoral de fortalecimiento de la familia y de maduración emocional de sus miembros, que opera de modo preventivo frente al pecado y la fragilidad humana.

En cuanto a los cristianos que viven en situaciones que conforme a las enseñanzas de la Iglesia son irregulares, el Papa sugiere que obispos y sacerdotes se pongan a trabajar, y acompañen a los fieles en el discernimiento de las circunstancias particulares que puedan ser atenuantes, para resolver en conciencia si una persona que de manera objetiva se puede considerar que se encuentra en pecado, puede acercarse a los sacramentos.

Esta última propuesta ha ocasionado reacciones desfavorables al documento papal que son dignas de consideración, como la del eminente filósofo católico alemán Robert Speamann, quien declara que si bien la Amoris Laetitia puede ser leída en continuidad con las enseñanzas de la Iglesia, abre la puerta a conclusiones que pueden no ser compatibles con dichas enseñanzas.

El debate planteado no es nuevo, y en ello reside la fuerza y debilidad del cristianismo, en virtud del ejercicio responsable de la libertad que lo anterior implica. Revela la tensión entre la norma general y su aplicación, y en medio del drama, se encuentra la conciencia individual de cada ser humano frente a su Creador.

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