En una democracia presidencial, el acceso y ejercicio del poder suponen dos historias diferentes para hacer política.
En el primer caso, por medio de una competencia entre diferentes opciones electorales, se busca posicionar la imagen y mensaje de un determinado candidato, con el fin de ganar el derecho a representar y gobernar en nombre de toda una comunidad, por un mandato de tiempo determinado.
Cuando el sistema electoral es bipartidista, prácticamente el ganador es elegido con la mayoría absoluta de los votos. De tal manera que el candidato vencedor tiene una doble legitimidad. La que se origina por haber resultado triunfador de una elección legal y competida y por haber sido electo con la mayoría de votos.
Este fue el caso del presidente Barak Obama. Ganó en las dos elecciones en las que compitió por entrar al cargo y mantenerse en el mismo, para un período total de ocho años. La pregunta es si pudo gobernar, si le fue posible impulsar toda la legislación y programas de gobierno que propuso en sus campañas electorales. La respuesta es no, por la sencilla razón de que en ambos mandatos tuvo un gobierno dividido, inamovible en sus posiciones. La mayoría parlamentaria tanto de la Cámara de Representantes como del Senado ha sido del Partido Republicano y, en consecuencia, ha mantenido una oposición consistente y contraria a las propuestas de gobierno de un presidente del Partido Demócrata.
No obstante lo tirante de la relación institucional entre ambos poderes, al grado que en algunos ejercicios de aprobación presupuestal se llegó hasta el límite, el sistema funciona bien en lo general, porque las leyes que tienen, buenas y malas, se cumplen. El acuerdo de gobierno está por encima de las diferencias personales y políticas. En esta práctica llevan más de 200 años, en los que han mantenido en lo fundamental sus reglas de organización política. A pesar de los desencuentros hay estabilidad y seguridad.
En los sistemas electorales de alto pluralismo, como es el caso de Brasil, en donde hay 32 partidos políticos con registro, las cosas se complican aún más, porque hay un voto altamente fragmentado que nunca va a crear una mayoría, ni para el gobierno, ni para el Congreso, por lo que los partidos más fuertes tienen que negociar constantemente con los partidos pequeños, con el fin de crear una mayoría que pueda acompañar al presidente en turno. Acompañarlo en la boleta, porque a la hora de gobernar hay nuevos pactos y chantajes.
La realidad es que hay un sistema secuestrado por la clase política, que se adueña de los partidos para lucrar y extorsionar al gobierno en turno. Por cada iniciativa de ley presentada hay un precio que pagar. Cuando los acuerdos políticos no dan para más vienen las repercusiones y con ello la inestabilidad. En los últimos 90 años de la política brasileña, únicamente cinco presidentes han terminado su mandato, de tal manera que la separación del cargo de la presidenta Rousseff no debe ser vista como algo anormal. Es el modelo que tienen para hacer política.
Tanto los casos de EU, como el de Brasil, nos demuestran que ya sea un sistema bipartidista o pluripartidista, ganar una elección no garantiza poder gobernar. La diferencia entre un sistema y otro es que a falta de incentivos de colaboración entre los poderes públicos, las diferencias políticas pueden terminar en una crisis de gobierno, como la que vive Brasil el día de hoy.
Si en México, la tendencia es la proliferación de partidos políticos y en consecuencia la fragmentación del voto, ¿qué se debe hacer para evitar los efectos perniciosos de un sistema poco representativo y disfuncional? Supongo que revertir las acciones y las leyes que puedan crear un pluralismo simulado y obstruccionista que lastime la esencia de la democracia: la voluntad de la mayoría y el respeto por las minorías.
(Académico por la UNAM)
