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Teodoro: la incómoda exigencia

FEDERICO REYES HEROLES

A don Luis H. Álvarez, gran constructor de la democracia mexicana.

Exigente con la información, la conversación y la congruencia, muy exigente con la música, con la ropa, con la comida. Exigente con todo, incluso con la amistad. Parecería un energúmeno. Y sin embargo es esa exigencia la que desnuda su dimensión, su nobleza y amor a México. Así es Teodoro González de León, exigente.

Sus ojos claros no dan tregua. Tampoco sus cuidadas palabras. Es sabido que el arquitecto puede ser muy rudo cuando se expresa sobre sus colegas, pero también sobre otras manifestaciones artísticas. Puede demoler a un cantante, a un director de orquesta o a un novelista. Es un hombre muy gozoso de la cultura. Sin concesiones Teodoro aplica la máxima exigencia a todos. Parte del supuesto de que todos debemos siempre estar dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos. Un instante de flaqueza se plasma en la obra, en la creación. Una actitud así podría ser antipática o grosera, sobre todo en nuestro país. No decir lo que pensamos, o matizarlo tanto que lo dicho termina por ser una verdad a medias que ya no es verdad para evitar así el compromiso, sigue siendo una forma de hipocresía que pretende ser amabilidad.

Pero es esa exigencia y rudeza la que lo llevó a asumir una actitud vital que troquela su obra. Seguramente su convivencia con Carlos Obregón Santacilia, con Carlos Lazo, con Mario Pani en la edificación de C.U., su estancia en el taller de Le Corbusier, su propio carácter, todo junto fraguó una convicción de trabajo: máxima exigencia en todo. Desde los primeros trazos, hasta su amasiato con los materiales y su pasión por los volúmenes. Que las edificaciones sean honestas, que no engañen, que pretendan algo, que salgan de la cómoda medianía por no decir mediocridad, que dignifiquen a las personas. Pretender en arquitectura es querer dejar una huella y claro eso a muchos molesta, porque como ocurre con la plástica, las obras son identificables, llevan firma. Su estrecha relación de trabajo y amistad con otro de los grandes, Abraham Zabludovsky, los llevó a dejar esas huellas de conjunto en el Infonavit, en el Colegio de México, en el Auditorio Nacional, en el Museo Tamayo, muchas más. Se olvida, pero Zabludovsky y González de León también están detrás de muchos conjuntos habitacionales pioneros. Así hoy esa obra es parte de la vida de millones de mexicanos. Para muestras de obra individual en la larga carrera de González de León bastarían el FCE, las Torres Aros, Reforma 222 o Museo Universitario de Arte Contemporáneo.

Pero esa forma de concebir al mundo y concebirse dentro de él, la necesidad de compararse sistemáticamente con lo mejor, brotó en González de León justo en uno de los momentos de mayor endogamia y cerrazón cultural de México. Los defensores del dogma consideraban una auténtica traición buscar soluciones o alternativas en el exterior. México tenía su propia ruta, el nacionalismo pictórico causaba grandes estragos en brillantes artistas como Tamayo o Felguérez, González Gortázar, Vicente Rojo y una larga lista. La abstracción era condenada por ser contraria a nuestro "modo de ser" sea esto lo que sea. Pero Teodoro había crecido buscando esa expresión abstracta en la arquitectura, esa sencillez de trazo que lleva a lo monumental. Nadaban contra la corriente de un populismo estético que conducía al folclor. De allí la necesidad de una alianza con pensadores, poetas, literatos, pintores que sufrían el mismo acoso silente, pero sistemático, de ahí su estrecha relación con Octavio Paz y la vertiente liberal y estética de vanguardia a la que convocó Vuelta.

Esa exigencia sin concesiones lo llevó a otro territorio, la grandeza. Exigir, pretender, ambicionar grandeza que trascienda. González de León nunca lo ha ocultado y eso incomoda en un país en el que la modestia es subterfugio de lo anodino. Claro que tratar con González de León es difícil, lo es porque confronta. Quien se refugia en lo intrascendente para no provocar chispas y enojos, enciende a Teodoro. Porque es esa actitud conformista la que empequeñece a México, la que lo deforma y degrada, comenzando por el espacio público una de sus mayores obsesiones. El conformismo no va con su ética. Por supuesto que González de León incomoda. ¡Qué sana incomodidad!

Teodoro nada en soledad todas las mañanas. Todas. Quizá de esa disciplina viene su forma de andar por el mundo. Ve para enfrente y no voltea a los lados. Por eso su necesidad de visitar Nueva York o París o Londres o Asía en busca de la excelencia donde quiera que ella se encuentre. De ahí que sea vanguardia incuestionable. Esa excelencia lo alimenta, lo impulsa a retar la vida con sus trazos, desafiar a la gravead con técnica, a la estética con riesgo. Clonar esa exigencia engrandecería a México. Gracias Teodoro por ser incómodo y felicidades.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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