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Pequeñas especies / La mitología y el perro

MVZ Francisco Núñez González

El perro fue un animal cotidiano para el hombre antiguo, prueba de ello lo encontraremos en el arte; no es extraño que nos topemos con él como adorno de mosaicos y grabados o en monumentos y restos arqueológicos. Basta con recordar los yacimientos de las casas de Pompeya con el Cave Canem (cuidado con el perro) que indica, no sólo su presencia junto al ser humano, sino el oficio de guardián, vaya antigüedad que ha tenido nuestro amigo.

Elemento principal en la mitología grecolatina, el perro era símbolo de Mercurio, de Esculapio de Diana y de Marte y fue consagrado a Vulcano. Hasta nosotros ha llegado noticia del perro de Cephalo y de Acteon por su celebridad, aunque quizá el más famoso sea Cancerbero, perro monstruoso, guardián del Averno, que impedía salir de allí los muertos y entrar a los vivos, tenía tres cabezas y una cola con púas venenosas con la que atacaba. La sibila Cumas, guía de Eneas en su bajada a los infiernos, consiguió dominarlo dándole algo parecido a un pastel. También Orfeo logró amansarlo, pero con su música. Sin embargo, su captura fue uno de los trabajos de Hércules, cuando éste descendió al Tártaro y encontró al perro encadenado. Asiéndolo fuertemente por el cuello, Cancerbero intentó atacarle pero Hércules, protegido por una piel de león, siguió apretando hasta que el perro cedió.

En la literatura antigua. En la Odisea, Homero relata diversas noticias sobre perros, así el palacio de Alcino, en la isla de Feocia, tenía a cada lado un perro fundido en oro y plata por Vulcano. Argos se llamaba el perro de Ulises y cuenta la leyenda que debió su muerte a la fuerte impresión que le produjo el feliz regreso de su amo, tras largos años de ausencia en la guerra de Troya y el interminable viaje de regreso.

Platón alude frecuentemente al perro en sus diálogos y recomienda la necesidad de su comprensión porque los perros maltratados se empeoran respecto a su especie. Además, propone al perro como guardián de su República. Aristóteles, su discípulo, aunque afirmó que las razas caninas existentes en Grecia eran, entonces muy numerosas, no nos dejó relación de ellas.

Y es que el perro fue para los griegos un animal digno de aprecio, merecedor, como ningún otro, de la comprensión humana. Lo mismo ocurrió en los pueblos nórdicos donde los vikingos, por ejemplo, amaban a sus perros puesto que para estos guerreros los perros eran luchadores, pastores, guardianes y protectores. Es conocida la historia milenaria en la que Olaf dio a Gunnar un gran perro que poseía poderes de razonamiento casi humanos. Los amigos de su amo eran sus amigos y los enemigos sus mismos enemigos. ?Ahora eres el perro de Gunnar? le dijo Olaf cuando lo regaló a éste, el perro se echó a los pies de su nuevo amo y durante muchos años mantuvo a raya a sus enemigos que sólo se atrevieron a matarlo después que hubieran conseguido antes matar a su perro.

Un rey de Noruega tenía un perro llamado Wigi con el que tenía una relación casi de hermano. Cuando llegó a palacio la noticia de la muerte del rey en batalla un vasallo dijo: ?Wigi, ya no tenemos amo? tras lo cual el perro se dirigió a la cima de una colina permaneciendo allí hasta que murió de hambre.

El perro en Roma. Plinio el viejo, tiene al perro por el más leal de los animales, junto con el caballo. Relata que un perro peleó contra unos salteadores a favor de su dueño sin abandonar el cuerpo de su amo una vez muerto. En Epiro, el perro reconoció al asesino de su amo y ladrando y mordiendo le obligó a confesar su crimen.

Entre las cosas que contaban, en el mundo romano, sobre los perros destacan las anécdotas sobre canes usados para la guerra, así doscientos perros devolvieron del destierro a la corte al rey de los garamantas, peleando contra los que resistían. Los pueblos calophonios y castabalenses, así como los hircanos y magnesios tenían para la guerra escuadrones de perros que luchaban los primeros en las batallas sin retroceder jamás. Los perros defendieron las casas de los cymbros que habían muerto en batalla.

La historia natural de Plinio el Viejo es un saco de anécdotas, entre la que mencionaremos la del perro de jasón Lycio, que muerto éste no quiso volver a comer muriendo de hambre. Otro que se arrojó al fuego en que había de ser quemado su amo Lisimaco. Nicomedes, rey de Bitinia, tenía un perro tan leal a su amo que por celos destrozó a su mujer cuando retozaba con su marido. En la misma Roma el jurisconsulto Volcacio fue defendido por su perro de un ladrón y el Senador Celio evitó perecer ante un ataque de gente armada gracias a su perro.

En tiempo de Nerón fue condenado a muerte un tal Tito Sabino y durante la prisión no fue posible separar a su perro de él, una vez ejecutado, al arrojar su cuerpo al Tiber, el perro se lanzó al río para tratar de poner a flote el cuerpo de su amo.

Hemos hablado hasta aquí, del papel del perro en la Europa antigua pero este animal ha estado junto al hombre en todas las épocas y países hasta el punto de quedarnos memoria de un hindú llamado Yughisthira que se negó a entrar en el cielo sin su perro, decidido a marchar a los infiernos antes de abandonar a su humilde compañero. Pero ésa es otra historia que dejamos para otra ocasión.

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