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Las guerrillas cotidianas de Audiard

Filmes ineludibles del cine francés

Las guerrillas cotidianas de Audiard

Las guerrillas cotidianas de Audiard

Miguel Báez Durán

Después de sus primeros créditos, reconocidos sobre todo en Europa, Jacques Audiard empieza a convertirse en un nombre familiar para el público mexicano con el Tour de Cine Francés. De esta forma son distribuidas aquí cintas como Lee mis labios y El latido de mi corazón. Pronto queda claro que los personajes predilectos del francés se ven inmiscuidos en situaciones extremas donde la violencia no se descarta del todo. De hecho, esta parece ser el único camino para acceder a una vida mejor.

EL PROFETA PRESO

La primera obra maestra del francés Jacques Audiard aparece en 2009. En vez de filme de género mafioso, su quinto largometraje es un drama carcelario con vísceras y además, para beneficio del espectador, un aire entre lo místico y lo poético que resulta fascinante. Obedece a una sociedad en específico con sus propios conflictos: la inmigración del norte de África. Con Un profeta pasman, aparte de la inteligencia del montaje, la garra del duelo actoral entre los dos histriones principales: Niels Arestrup y Tahar Rahim.

Malik irrumpe con la imagen fuera de foco al igual que entra en la cárcel a purgar una condena de años. Presenciamos su traslado a donde se hallan los grandes criminales cuando apenas cuenta con diecinueve años. En la suela esconde un billete. Los custodios le informan que no se permite el dinero. Como si eso fuera verdad. Él no es nadie. Ni afuera ni adentro. Eso lo adivinan de inmediato los demás reos. En cuestión de días le roban sus pocas pertenencias y lo golpean. Pero él es a lo lejos estudiado por César Luciani, el capo corso que se ostenta como el rey del lugar. Malik cobra importancia por su origen cuando Reyeb, un testigo incómodo, también ingresa a la cárcel. Luciani le presenta un dilema definitivo: o lo mata o morirá a manos de los corsos. Malik inicia así su aprendizaje. El primer paso fue simplemente sobrevivir aunque eso significara, además de una mancha en la conciencia, una traición a sus hermanos de raza. Los musulmanes lo llamarán corso. Los corsos, árabe. Y mientras permanezca en suspenso como puente entre dos campos de batalla, aprenderá a mover las piezas de un tablero sobre el cual cualquier error de cálculo le costaría la vida. Su deslumbrante ascenso en la cadena alimenticia de la cárcel es en muchos aspectos un reflejo de los cánones dictados por la sociedad contemporánea, esa que enseña a consumir y desechar. Apenas se equivoque, como dios caprichoso, Luciani le hará ver quién es el fuerte. Si vive es gracias a él, le recuerda.

El fantasma degollado de Reyeb se le aparece para recordarle el crimen cometido. Es quizá esa misma aparición quien lo conduce hacia las clases de alfabetización o incluso hacia la amistad de Ryad. La religiosidad de Ryad -una vez que salga de la cárcel- no le impide convertirse en cómplice de ciertos tráficos ilegales. Envuelto en un aura que sólo un consentido de Alá despediría, el joven antihéroe ve incrédulo ante sus ojos cómo los dados del destino se cargan a su favor para abrir casi de manera milagrosa todas las puertas. Poco a poco se fortalecerá en sabiduría y en aliados. Luciani se volverá una parodia de sí mismo. Al final, de tan débil, ni siquiera se verá en la necesidad de cortarle el pescuezo a quien fuera su figura paterna bajo la sombra. Malik se erigirá como el inusual profeta magrebí que a juicio de Audiard anuncia algo nuevo para los suyos.

El triunfo de Un profeta no se le puede atribuir sólo a las actuaciones. Tampoco se le achaca todo a la historia de Abdel Raouf Dafri, quien anhelaba mostrar los rostros poco retratados en la cinematografía gala: los del norte de África. Sin duda las loas más sentidas deben otorgársele a Audiard, quien tuvo la osadía de alejarse de temáticas más cercanas a su realidad para adentrarse en terrenos desconocidos. El resultado es de una excelencia sin máculas. No extraña entonces que Un profeta haya arrasado con los galardones más importantes en Europa. Excepto, claro, la Palma de Oro, premio que va a dar a las manos de Michael Haneke.

LA BELLA MUTILADA

Una confrontación similar ocurrirá años después en Cannes cuando se le vuelva a conceder la Palma a Haneke. Esa misma primavera Audiard participa en la selección oficial con Metal y hueso. El sexto filme significa un nuevo cambio para el realizador. Decide alejarse de los personajes masculinos para centrarse en uno femenino y además presenta un cuento de hadas situado en la modernidad. Audiard gusta de retratar personajes hallados en los márgenes de la sociedad, esos entes dispuestos a emprender pequeñas guerras cotidianas para alcanzar la prosperidad. A pesar de ello, estamos ante un cuento de hadas. Los actores Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts interpretan a la bella y a la bestia.

Aunque el personaje central es el de la mujer, primero conoceremos a Alain. Él llega a la Costa Azul con un hijo a quien la madre ha abandonado. El comportamiento paternal tampoco podría clasificarse como óptimo: luego de robar una cámara digital deja solo al niño. Y no será la única escena de abandono a lo largo del filme. Los dos advenedizos se quedan en el departamento de la hermana de Alain, una cajera. Por su fuerza pronto él consigue trabajo como agente de seguridad unas noches y como saca-borrachos otras. En este último trabajo una mujer a la que en principio sólo le vemos las piernas resulta golpeada. Alain se ofrece a llevarla a casa. Así conocemos a Stéphanie.

Aquí, al encarnarla, Cotillard se transforma en una mujer cuyo valor depende del aprecio de los hombres. Centro de miradas no sólo en el bar sino también en Marineland, donde trabaja como animadora de un espectáculo con orcas. Una princesa que ni se fija en el bruto cadenero. Pero cuando un accidente mutila sus piernas Stéphanie se volcará hacia la melancolía y la languidez. Como si su alma se mutilara tanto como sus piernas, se encierra y no quiere que nadie la vuelva a mirar. Oculta sus muñones y apenas se atreve a llamarle por teléfono al hombre que la ayudó la noche de la pelea.

El afán de vivir de Stéphanie se encuentra ligado con su sexualidad. Si no se siente deseada no tendrá ganas de seguir. Alain se convierte a partir de ese instante en el complemento ideal. A él no le importa el rostro o el cuerpo de la mujer con tal de tener sexo. Por eso se le ofrece a Stéphanie como semental. Tras este intercambio entre dos seres sumidos en la desesperanza nacerá una especie de amor. Y ese amor quizá engendre para ambos la redención.

En una entrevista, el director clasifica el filme como un 'melo-trash', una mescolanza entre basura y melodrama. La cinta entonces no escamotea ni la importancia del sexo en la recuperación de Stéphanie ni la brutalidad de las peleas clandestinas en las cuales se involucra Alain para colmar sus aspiraciones materiales. Durante tales sangrientas escenas nos enteraremos de qué le ofrece ella: la fuerza para levantarse incluso cuando se encuentre vencido.

Resulta también innegable que, dentro de lo sórdido, surgen grandes momentos de poesía. Cuando Stéphanie regresa por su propio pie-prótesis a Marineland y contempla una de las orcas a través del tanque de agua como para reconciliarse con ella, Audiard alcanza a capturar un instante conmovedor. La Palma de Oro elude a Audiard hasta la edición 2015 de Cannes. Ahí, de forma controversial, gana el premio por Dheepan, la historia de un guerrero tamil que se exilia en Francia.

FILMOGRAFÍA (TABLA)

Mira a los hombres caer (1994).

Un héroe muy discreto (1996).

Lee mis labios (2001).

El latido de mi corazón (2005).

Un profeta (2009).

Metal y hueso (2012).

Dheepan (2015).

Twitter: @mbaezduran

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