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Moore: contra el poder corporativo

Un salvoconducto para el cine documental

Moore: contra el poder corporativo

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Miguel Báez Durán

La vida de Michael Moore ha sido determinante para su obra como documentalista. Del mismo modo, las películas del estadounidense se alimentan por completo de sus ideas políticas que, sobre todo en la derecha de su país, han causado escozor y controversia.

Nacido en Flint, Michigan, Moore originalmente incursionó en el periodismo. Pero el cierre de una fábrica de la General Motors, con lo cual se pierden miles de empleos, transforma su ciudad natal en pueblo fantasma y lo obliga a llevar a cabo su primer documental. De ahí el camino lo conduce hacia otros proyectos que incluyen desde programas de sátira política hasta una ficción cómica titulada Operación Canadá. No es hasta 2002 que Moore le abre la puerta en Estados Unidos a una serie de directores que, hasta entonces, muy pocas veces veían sus trabajos exhibirse en las salas de cine. Se esté de acuerdo o no con su ideología o con la forma en que moldea la verdad en sus largometrajes, Moore puso de moda el género después de éxitos taquilleros y de crítica como Masacre en Columbine y Fahrenheit 9/11.

BALAS EN LA ESCUELA

Masacre en Columbine (2002) alude con su título a la matanza ocurrida en 1999 en la preparatoria Columbine de Littleton. Su contenido intenta otorgarle al espectador indicios sobre el origen de la violencia dentro (y por ende fuera) de Estados Unidos. Moore analiza la situación con humor tan despreocupado como su aspecto y tan desenfadado como pudieran admitir los límites del buen gusto.

Aunque por el título se podría suponer que la temática del filme se limita al caso Columbine, esta presunción llevaría a conclusiones falsas. Los asesinatos de la escuela, cometidos por los ahora infames Klebold y Harris, sirven más bien como excusa para denunciar el problema mayor de la violencia y las armas de fuego. La intención principal consiste en cuestionar la cultura estadounidense desde su raíz para encontrar respuesta a tantos asesinatos con armas de fuego tan carentes de sentido.

Si los medios y las asociaciones de padres también culparon a la música de Marilyn Manson, a los juegos de video y a las películas de Hollywood; Moore se pregunta por qué no hicieron lo mismo con el boliche -de ahí el nombre del documental en inglés. Después de todo, ese mismo deporte practicaban Klebold y Harris justo antes de la masacre.

El planteamiento conduce a su clímax cuando Moore aparezca al lado de dos sobrevivientes frente a K-Mart para manifestarse en contra de la venta de balas en dicha cadena de supermercados. Ahí fue donde los dos jóvenes asesinos consiguieron alimentar sus armas.

Durante el filme, Moore logra alternar los momentos desgarradores con los hilarantes. De entre los primeros se encuentra una secuencia (armada con la canción What a Wonderful World) cuyas imágenes sangrientas conmemoran las intervenciones de los Estados Unidos fuera de su territorio. En cuanto a la hilaridad, el director se alía con animadores para completar otra secuencia en la que se resume una historia de miedo y angustia, desde la llegada de los colonos hasta los bélicos días de principios del siglo XXI.

Todos los caminos conducen a Ben-Hur. Al menos así se dibuja el trayecto de Moore cuando por fin llega a la casa de Charlton Heston, presidente y portavoz de la NRA, asociación defensora del derecho de posesión de armas. Moore se aprovecha de su membresía para acercarse al actor y la entrevista le es concedida. Heston se vuelve aquí la encarnación del hombre de raza blanca, republicano y conservador. Al terminar, el director sólo le deja como recuerdo la foto de una niña de seis años oriunda de Flint, muerta por un accidente con un arma de fuego.

El argumento del realizador no es endeble. Sin embargo, se le podría reprochar la forma en la cual erige a Heston como tótem de la ignorancia y a Marilyn Manson como faro de la razón. Resulta obvio el carácter antitético creado por Moore a la hora de abordar estas dos figuras públicas. Lástima que, a pesar de Masacre en Columbine y de las muchas otras matanzas ocurridas desde entonces, el problema de las armas de fuego persista en Estados Unidos.

SALUD A LA AMERICANA

Luego de que ganara la Palma de Oro y Fahrenheit 9/11 se convirtiera en el documental más taquillero, su nuevo embate contra el poder titulado Sicko (2007) sigue a pie juntillas la estructura establecida en los esfuerzos precedentes. Sin embargo, en esta ocasión, el animal a desentrañar es el podrido sistema de salud. La estructura de Sicko se divide, como una pieza teatral, en tres actos. El primer paso para Moore es presentar el problema. Después de un preludio falso el director nos informa que el documental no gira en torno a quienes no cuentan con seguro. La materia prima es otro tipo de personas que, a pesar de contar con él, se mueren por no recibir tratamiento. O, si acaso, queda endeudada.

En el segundo acto dirigirá la mirada hacia otras latitudes. Moore recorre diferentes países y en una pirueta -ya vista durante Masacre en Columbine cuando abría puertas sin llave en Toronto- de igual manera se finge sorprendido ante los servicios médicos de Canadá, Gran Bretaña y Francia. Presenta maravillas a las que habría de tenerles cierta reticencia. No hay que olvidar que incluso el género cinematográfico que más aspira a acercarse a la realidad no está exento de valerse de múltiples recursos ficticios para convencernos de su perspectiva. Las visitas contrastan, de vuelta en Estados Unidos, con las imágenes de una mujer que es abandonada frente a un refugio tras informarle al hospital donde estaba internada que no tenía dinero para pagar.

El tercer acto contiene el truco monumental: llevar a varios voluntarios de la Zona Cero en Nueva York a Guantánamo donde los prisioneros cuentan con servicios de primera. Al ni siquiera tomarlos en cuenta, el grupo viaja a La Habana. Ahí son atendidos y dotados de medicinas a muy bajo costo para paliar los problemas respiratorios que acarrean desde que acabaron de limpiar la Zona Cero.

A lo largo de la película el cineasta conjura algunas de las antiguas fobias de los estadounidenses. Una de las más importantes, y con la que de seguro creció Moore durante finales de los cincuenta, es el socialismo. La reticencia reside en el miedo ante la socialización de los servicios médicos y las ansias de los políticos de obtener beneficios por parte de grandes corporaciones.

Moore nunca deja de llevar la batuta de su particular sinfonía. Todo lo desplegado durante el filme gira a su alrededor. Incluso se atreve a enviarle a un opositor un cheque para así no abandonar un blog anti-Michael Moore por los problemas de salud de su esposa. Pero no cabe duda de que posee una gran habilidad para convencer si no a algunos de sus compatriotas que lo tachan de izquierdista y traidor a la patria, sí al resto del mundo.

En ningún momento Sicko deja de monopolizar el interés del espectador y recuerda el buen sabor dejado por Roger y yo y, sobre todo, por Masacre en Columbine. Este, por alguna razón, es un Moore menos desesperado y cáustico que el de Fahrenheit 9/11 y quizá por eso resulta más persuasivo. El mismo éxito no lo obtiene cuando se ocupa de la crisis inmobiliaria con Capitalismo: Una historia de amor.

A pesar de lo anterior, Michael Moore les ha abierto el espacio de la visibilidad a otros documentalistas como Morgan Spurlock o, más recientemente, Alex Gibney y Asif Kapadia. Sólo por esta razón ya su nombre ha accedido al universo de los cineastas ineludibles también dedicados al género documental.

FILMOGRAFÍA (TABLA)

Roger y yo (1989)

Operación Canadá (1995)

The Big One (1997)

Masacre en Columbine (2002)

Fahrenheit 9/11 (2004)

Sicko (2007)

Capitalismo: Una historia de amor (2009)

Twitter: @mbaezduran

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