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¿Fracasaron el euro y la Unión Europea?

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¿Fracasaron el euro y la Unión Europea?

¿Fracasaron el euro y la Unión Europea?

Sergio Sarmiento

El caso de Grecia ha generado una creciente tendencia a condenar al euro y a la Unión Europea como esfuerzos fallidos e incluso dañinos. Esta visión no sólo es falsa sino perversa.

Tanto la UE como el euro tienen problemas. No hay institución humana que carezca de ellos. Pero los dos han cumplido sus objetivos. La crisis de Grecia es consecuencia de fallas atribuibles al gobierno de ese país. Las consecuencias para la propia Grecia habrían sido peores sin el euro o el sistema europeo.

La Unión Europea surgió de una serie de acuerdos que buscaban eliminar las barreras comerciales entre los países de la región. El primero fue la Comunidad Europea del Carbón y el Acero de 1952, al que siguió el Tratado de Roma de 1957, que creó la Comunidad Económica Europea con cinco miembros: Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Alemania occidental. La comunidad se expandió gradualmente en atribuciones y miembros hasta llegar a la actual UE con 24 integrantes.

El propósito inicial de aumentar el comercio y la prosperidad se logró con creces. Por eso tantos países estuvieron dispuestos a descartar una parte de su soberanía con tal de ingresar al sistema. Pero hay otro éxito fundamental. Una Europa que había sufrido una guerra tras otra durante siglos encontró una paz duradera en la prosperidad del comercio libre.

La creación del euro tenía el propósito de profundizar los lazos comerciales y generar una divisa europea que evitara recurrir al dólar estadounidense para las transacciones regionales. No todos estuvieron de acuerdo. El Reino Unido, por ejemplo, conservó la libra esterlina. Los problemas técnicos del uso de una sola moneda por países con políticas financieras diferentes eran claros desde un principio. Por eso se establecieron criterios de convergencia económica y financiera para ingresar al euro. Grecia sólo consiguió su admisión al mentir sobre sus cifras macroeconómicas y en particular sobre el tamaño de su déficit de presupuesto.

Las naciones menos desarrolladas que ingresaron al sistema europeo se beneficiaron no sólo del libre comercio sino también de subsidios y tasas de interés más bajas, ya que se redujo su riesgo país. España, Grecia, Portugal, Irlanda y otros gozaron de fuertes tasas de crecimiento. Grecia, que era más pobre que México en las décadas de 1950 y 1960, llegó a tener un producto interno por habitante cercano a los 30 mil dólares al año, tres veces superior al de México. La libertad de movimiento de la fuerza de trabajo fortaleció el mercado laboral y la prosperidad de todos.

Sin embargo, ni la pertenencia a la UE ni el uso del euro podían aislar a un país indefinidamente de sus propios errores. El gobierno griego gastó enormes cantidades de dinero que no tenía y que financió con subsidios europeos y deuda. Al final su desplome era inevitable, el cual habría ocurrido con euro o sin euro.

La Unión Europea y el euro son grandes éxitos históricos. Confirman que el libre comercio, el movimiento de trabajadores y la estabilidad monetaria pueden generar una gran prosperidad. Más importantes son las consecuencias para la paz. Pero el caso de Grecia demuestra que ni siquiera estos pilares son suficientes para compensar una política fiscal y económica irresponsable. La capacidad de destrucción de los políticos es inmensa.

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