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Miedos y parálisis política

LUIS RUBIO

Concluida la conferencia de Versalles al término de la Primera Guerra Mundial, el primer ministro francés, Clemenceau, se subió a su automóvil y, de pronto, el joven anarquista Emile Cottin comenzó a dispararle, una bala hiriéndole cerca del corazón. Cottin fue aprehendido y el fiscal demandó la pena capital. Sin embargo, el primer ministro intervino: "Acabamos de terminar la guerra más terrible de la historia, y ahora resulta que aquí tenemos un francés que yerra seis de siete veces... este joven debe ser castigado por el negligente uso de un arma de fuego y por tan pobre puntería". Paso seguido, recomendó ocho años en prisión "acompañados de un intenso entrenamiento en tiro al blanco". Sirva esta anécdota para introducir un asunto que me preocupa desde hace mucho tiempo: ¿habrá puntería en el diagnóstico sobre temas cruciales como las revueltas de los profesores a través de la CNTE o las protestas de los empresarios por la necesaria apertura de la economía?

Es poco probable que un gobierno logre sus objetivos si la premisa que anima sus acciones o respuestas es errada. En el caso de las interminables marchas y protestas de la CNTE el gobierno lidia con las consecuencias de las estructuras corporativistas de antaño que en alguna época fueron funcionales para la estabilidad política pero hoy son terriblemente disruptivas. El conflicto actual, centrado en el asunto de la evaluación de los maestros, debe separarse en dos facetas: por un lado el enorme poder que ha construido la Coordinadora a partir del control del sistema educativo en Oaxaca, donde la organización sindical decide hasta qué escuelas privadas ameritan reconocimiento oficial. Esa base de poder constituía un desafío monumental, como tiende a ocurrir con soluciones coyunturales que luego entrañan graves consecuencias y por eso es tan importante la toma de control del Instituto Educativo local.

Pero hay otra faceta en el caso específico de la evaluación de los maestros que me parece es ampliamente ignorada pero no por eso menos simple y relevante: los maestros pueden apoyar o despreciar a sus líderes sindicales, pero muchos, quizá la mayoría, tienen un profundo temor de salir reprobados de la evaluación. El énfasis en la retórica de los líderes de la CNTE está precisamente en eso: en qué pasa si no aprueban el examen la tercera vez. El miedo es un poderoso aliado de la corrupción.

El sistemático rechazo de las cámaras empresariales a cualquier desregulación o apertura es igualmente sugerente. A lo largo de las últimas décadas ha habido varios intentos por racionalizar la estructura arancelaria para las importaciones, simplificar la importación de mercancías que desean realizar personas en lo individual y empresas pequeñas o, simplemente, someter a la competencia a diversas actividades del sector industrial tradicional, ése que emplea a mucha gente pero que le resta productividad a la economía en su conjunto. La respuesta empresarial ha sido sistemática, iracunda y tan visceral como la de la CNTE, aunque sus medios sean distintos. La oposición a cualquier cambio es absoluta. La pregunta es por qué.

Algunos empresarios simplemente protegen sus cotos de caza; sin embargo, también es obvio que el factor miedo domina mucho de la respuesta empresarial. El empresario prototípico no es una empresa grande, bien capitalizada y encabezada por una persona conocedora del entorno internacional sino, típicamente, una empresa mediana o pequeña que se dedica a hacer lo posible por preservar su mercado y sobrevivir. Algunos son exitosos, otros menos, pero la mayoría navega en un entorno cuyas reglas se establecieron hace décadas bajo el cartabón de la substitución de importaciones o, más recientemente, en el contexto de la economía informal. Las medianas en el ámbito industrial tienden a ser más cercanas a la primera descripción, las de servicios a la segunda. El punto de fondo es que prácticamente ninguna de esas empresas se ha enfocado a especializarse, elevar su productividad o desarrollar productos susceptibles de competir exitosamente en un mercado abierto. Las pocas que han desarrollado capacidad tecnológica propia tienden a estar subcapitalizadas y enfrentan enormes barreras para acceder al crédito o a los mercados internacionales.

En este entorno, es evidente el miedo que genera cualquier intento por modificar las reglas del juego. La gente típicamente se aferra a lo que conoce y no quiere cambiar; el temor a lo desconocido puede ser devastador. Lo mismo es cierto para quienes gozan de algún privilegio producto de subsidios o aranceles y temen perderlo o quienes, simple y llanamente, observan el ámbito de la economía más competida y temen fracasar en un entorno desconocido y para el cual no tienen preparación alguna.

La situación de maestros y empresarios es, a final de cuentas, similar. La mayoría de los empresarios, así sean pequeños o medianos, probablemente no imaginarían que tienen algo muy poderoso en común con quienes apoyan (o se ven arrollados por) la CNTE.

Aung San Suu Kyi, la líder de la oposición en Myanmar, afirmó alguna vez que "no es el poder el que corrompe sino el miedo. El miedo de perder corrompe a quienes lo ostentan, y el miedo de ser rebasado por el poder corrompe a quienes son sujetos de éste". El miedo es mal consejero porque impide avanzar, pero es esencial que el gobierno comprenda que la motivación de quienes disputan un cambio muchas veces se origina en factores mucho más atendibles de lo aparente.

@lrubiof

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