Por fin terminó julio. Seguir su sendero es profundizar la dimensión de la crisis en curso. El único rubro donde se fijó postura y se tomó acción -claro, si no hay contraorden-, fue ante la sección 22 del magisterio. Fuera de ese capítulo, el mes estampó un sello de infortunio, incertidumbre y desazón que conmueve al país, pero no mueve a su administración.
Día a día se oyó crujir el engranaje de un régimen que no da más de sí. Un crujido acalló a otro, pero la constancia del rechinido expuso el cúmulo de problemas que cimbran al país en materia de seguridad, derechos humanos, educación, economía, finanzas, en suma, de gobierno... agravados por la indiferencia y la insensibilidad ante la corrupción y la pobreza.
Alivio sería asegurar que la crisis tocó fondo, pero no es posible. Es tal la circunstancia que lo peor, ahora, constituye una variable fuera de control.
***
Julio inició con la convalecencia del presidente de la República y una intensa actividad diplomática encabezada por él, cuyo resultado a mediano plazo está por verse pero que, en lo inmediato, deteriora aún más la imagen de la administración dentro y fuera del país. El mandatario salió del hospital a recibir a los reyes de España, emprender el vuelo a Perú y, luego, a Francia.
Recuperación y trajinar en medio de la turbulencia y la volatilidad generada por la crisis financiera de Grecia, el mercado en China y la política monetaria de la reserva federal estadounidense que, como en otros lugares, impactó aquí a la Bolsa y, desde luego, depreció al peso frente al dólar.
Entorno económico adverso que exigiría pasar más horas en el escritorio sin la luz de los reflectores y el estallido de los flashazos. Más horas de ser, no sólo de figurar. De atender los asuntos de Estado y gobierno, de tomar decisiones correspondientes a la dimensión de los problemas, en vez de cortar cuanto listón se pueda o de encabezar ceremonias que decoran, pero no sustancian la acción pública.
***
El mes posterior a la elección arrancó con un ingrediente que, aun hoy, se desconsidera y asombra de más en más: la urgencia de cubrir las múltiples vacantes en posiciones clave de la administración y de proceder al necesarísimo ajuste del gabinete. Julio se fue sin que el jefe del Ejecutivo tomara decisiones al respecto.
Aún sin aterrizar en Francia, la fuga del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera puso en evidencia la fragilidad de las instituciones de seguridad y un error elemental: cuando el mandatario se encuentra fuera del territorio nacional, el secretario de Gobernación debe permanecer en él, al frente de las instituciones. Se minusvaloró el principio y a dar la cara por la evasión salió un comisionado. Hoy del criminal en fuga ni se informa ni se dice nada, como si el auto de formal prisión de un monitorista y dos custodios del penal explicara lo ocurrido.
La evasión se redujo a un incidente. No se reaccionó conforme a la exigencia. Ni se recortó la gira -la visita a Marsella pudo evitarse-, ni se reenvió de regreso a los secretarios de la Defensa y la Marina luego de atender el ineludible compromiso, cifrado en el desfile del catorce de julio.
Todo fue asomarse con azoro al túnel, ofrecer absurdas conferencias de prensa y distribuir fotos del criminal.
***
Ya de regreso, vino la decisión de intervenir el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca.
Gabino Cué se disfrazó de gobernador cinco años después y escoltado por los secretarios de Educación y Desarrollo Social anunció como suya la decisión de marcar el alto a los dirigentes de la sección 22 del magisterio, al tiempo que el gobierno federal blandía órdenes de aprehensión en contra de ellos si la resistían. ¿Puede un Estado de derecho cumplir con la ley, negociando la ley? ¿Pueden las órdenes de aprehensión ejecutarse o no, según la actitud de aquellos sobre quienes recaen?
Al menos se tomó una decisión y, ojalá, se sostenga.
***
Julio trajo también la licitación de campos petroleros en aguas someras, cuyo resultado fue tan transparente como decepcionante.
El mercado echó por tierra las expectativas generadas por la administración con la apertura de la industria petrolera al capital privado. Por fortuna, el secretario Pedro Joaquín Coldwell reflexiona sobre los términos y los plazos de las próximas licitaciones pero, aun así, la palanca que se privilegiaba como la herramienta de oro para mover al país no funcionó.
Cuadro al que, más tarde, se sumó un dato terrible: las importaciones de Pemex están por arriba de sus exportaciones. Se dice fácil, pero es una noticia de enorme gravedad.
***
Luego, dos baldes más de agua fría.
Uno. El informe preliminar de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos sobre los jóvenes normalistas desaparecidos en Iguala puso al descubierto la deuda que la administración arrastra sin entender que ese caso resume, pero no agota el malestar frente a los millares de desaparecidos y los muertos inocentes que el Estado sepulta en la indiferencia y el olvido.
Dos. El reporte del Coneval en torno a la pobreza marca el fracaso de la política social y económica sostenida desde hace más de un cuarto de siglo. Política que, sexenio tras sexenio, cambia de nombre pero no de apellido sin desatar el nudo gordiano del problema: ingreso y empleo.
Reaccionó en defensa propia éste o aquel otro funcionario ante la fractura que esas radiografías revelan, pero ni pío se ha dicho de cómo afrontar de modo distinto esos graves problemas que vulneran la existencia misma.
***
Esta reseña ilustra sin agotar lo ocurrido durante julio, sucesos amenizados por las grabaciones de OHL o los videos de quienes toman a puños fajos de billetes sucios, pero sí advierte la dimensión de la crisis en curso. Oír cómo cruje el régimen y creer que el siguiente crujido anula al anterior es un engaño. Complica de más en más las decisiones y las acciones que, a la postre, deberán tomarse y que, cuanto más tarden, más difíciles serán de instrumentar.
¡Uff! Julio terminó, ¿qué días siguen?
