El 12 de noviembre de 2014, la humanidad acudió a una cita a ciegas con un cometa. Tras un viaje a lo desconocido de una década y 6,000 millones de kilómetros, la misión Rosetta de la Agencia Espacial Europea (ESA) se la jugó a todo o nada. La sonda, volando en paralelo al cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko, a 135,000 kilómetros por hora, soltó su módulo de aterrizaje. El ser humano había conseguido posar sus ingenios sobre planetas, lunas y asteroides, pero nunca en un cometa.
El módulo, Philae, se lanzó hacia el astro. Su misión era anclarse en la superficie, disparar su taladro y analizar una muestra del suelo en busca de moléculas precursoras de la vida.