"No saben ni hablar" "Son unos analfabetas" "Se expresan muy mal".
Cualquiera diría que es como el juego aquél de "tírele al negro", que antes encontrábamos en las ferias. Por un poco de lana, te daban algunas pelotas para que se las tiraras a un negro burlón que estaba sentado en una tabla sobre un tanque de agua. Si dabas en el blanco, la tabla cedía y el odioso negrote caía al agua. Ese deporte tan cuestionable y discriminatorio parece que queremos revivirlo con los constantes ataques a los reporteros de radio y TV.
Es cierto que los reporteros a veces dicen una cosa por otra o usan muletillas, conjugan mal el verbo o dan algunos datos equivocados. Entonces, el "respetable" público los hace pedazos, a veces con cierto grado de razón, pero sin considerar la enorme tensión con la que frecuentemente trabajan ni los riesgos que representa desempeñar esa labor que a veces rebasa los límites de la heroicidad.
Más de 40 años en el medio de los noticieros, me permiten hacer esta afirmación. He convivido durante más de cuatro décadas con estos muchachos (y muchachas) que verdaderamente aman con gran fervor su trabajo y que son capaces de rasgos increíbles por cumplirlo cabalmente.
No es raro ver que la reportera es una chica guapa que de pronto está reportando un cruento accidente, que está siendo testigo de escenas desgarradoras, luego tal vez le toque cubrir una inundación y allá va la chica con su micrófono y seguida por un camarógrafo también con muchos pantalones que se acerca peligrosamente a la zona de riesgo para hacer un reportaje fiel en donde se refleje con fidelidad la esencia de lo acontecido.
Claro que, como en todas las cosas, hay quien hace bien su tarea y quien no la hace tan bien, pero con "los pelos de la burra en la mano" puedo decirle que he visto reporteros que han sido apaleados, burlados, amenazados de muerte, humillados por algún político prepotente y hasta secuestrados y asesinados… y sin embargo, ellos siguen, a veces cometiendo alguna que otra falla con el lenguaje, pero también enfrentando el miedo y superándolo, como uno de espectador nunca pudo imaginar.
"El tipo está drogado… trae un revólver en su mano derecha… Apunta a un grupo de personas y todas huyen… ahora gira y apunta a la reportera pero ella no corre. Con su micrófono en la mano, observa frente a frente al tipo que acaba de asesinar a su esposa y a sus hijos, el sujeto amartilla el revólver, empieza a jalar el gatillo, la reportera lo mira imperturbable y finalmente el torvo asesino baja el arma y se retira…". Ésa fue una escena como muchas otras que yo he visto, nadie me la contó. La vi en la pantalla, porque si hubiera estado en el lugar de los hechos, yo también hubiera sido de los que huyeron despavoridos…
Ya después, cuando la nota salió al aire, un señor cómodamente sentado en su sillón reclinable, ve el noticiero y señala: Esa muchacha no sabe ni siquiera conjugar un verbo… ¡dice cada barbaridad! Así son todas… Las contratan nada más por su linda cara.
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Juan Recaredo:
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PREGUNTA DEL PÚBLICO:
Sofía Verduzco pregunta por qué se dice, por ejemplo, "que dinero ni qué ocho cuartos". ¿Qué significa o de dónde proviene la expresión "ni qué ocho cuartos"?
RESPUESTA:
El realillo era una moneda española que equivalía a ocho cuartos de peseta. Durante mucho tiempo, los ocho cuartos eran el precio típico de muchos artículos de primera necesidad, como la hogaza de pan o el cuartillo de leche. Cuando subieron de precio, la gente protestaba porque antes costaba ocho cuartos y el comerciante replicaba, por ejemplo: "qué pan ni qué ocho cuartos".
Reflexión final: Es más difícil ser honrado ocho días que ser un héroe por un cuarto de hora. ¿Cómo dijo? LAS PALABRAS TIENEN LA PALABRA.
