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¿Por qué nos cuesta tanto hacer bien las cosas?

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¿Por qué nos cuesta tanto hacer bien las cosas?

¿Por qué nos cuesta tanto hacer bien las cosas?

Marcela Pámanes

Como si fuera auditora, en cuestión de minutos pude constatar que no es que sea difícil hacer las cosas bien, lo que no hay es voluntad, capacidad y compromiso.

Un desayuno siempre es un buen momento para evaluar la calidad del servicio de los restaurantes, no hay mucha gente, los platillos son más sencillos y son las primeras horas de la jornada laboral. Un grupo de mujeres acordamos vernos temprano, llegamos, nos sentamos, nos saludamos, contamos las incidencias de los últimos días y solo hasta ese momento llega quien se encargaría de atendernos. Pedimos y a las tantas nos traen el café, después de dos tazas llega por fin el desayuno, fruta, 'bisquets', huevos... ¿media hora para que sirvan? Nos ponen los platos de comida encima de las tazas y vasos que ya usamos, tenemos que pedirle a la chica que retire “los muertos”, que ni lo están tanto porque “hablan” del descuido.

Salgo de ahí y al detenerme por la luz roja del semáforo, reparo en una pantalla que anuncia los espectáculos de un lugar muy conocido, me quedo viendo y me tallo los ojos porque pienso que no estoy leyendo bien, marzo de 2015 presentación de un cantante muy taquillero, pero, ¿no estamos en julio?

Avanzo con una media sonrisa que denota incredulidad. Sigo mi camino y un poco más adelante un regador del jardín del camellón de la avenida está ¡regando el pavimento!

Otra luz roja me indica alto. Lo hago y trato de no pararme en lo que calculo es el paso peatonal, veo que el resto de los coches no obedecen la política de privilegiar al peatón, los justifico porque me doy cuenta que ya no queda prácticamente nada de la pintura que limita al automovilista.

Siento la necesidad de tomar el último café de la mañana, un poco de exceso en fin de semana viene bien. Estaciono el auto y me meto a una tienda de conveniencia, donde siempre está el café no había nada, pregunto por él, me contestan que ya tiene días que no hay, los encargados no saben decirme por qué.

Hago el recuento de las fallas y me asaltan muchas dudas: ¿En qué momento podremos revertir esta cultura de la mediocridad? ¿Seremos capaces de exigirnos más? ¿Podremos lograr estándares de excelencia en el servicio? ¿Aprenderemos a darle seguimiento a las órdenes y a evaluar con objetividad el rendimiento de las personas?

Soy una convencida que todos los trabajos son dignos y que ninguno es menos que otro, pero también veo que quienes desempeñan ciertos puestos no creen en ello. Seguro tiene que ver con que trabajamos en lo que podemos y no en lo que queremos, no me cabe la menor duda de que el dicho “hago como que trabajo porque tú haces como que me pagas” pudiera ser parte de la explicación, la falta de arraigo a las empresas por la movilidad laboral es también un argumento.

Para hacer bien las cosas es necesario que identifiquemos nuestra responsabilidad, que nos habituemos a hacer una check list para saber si cubrimos, en ese día, lo que nos tocaba. Es obligado que el rendimiento óptimo no sea solo porque ese día traíamos espíritu o ganas, que sea una disciplina a la que obedezcamos y aún más que busquemos nuevos retos y la oportunidad de acrecentar ese bien hacer.

Nos va a implicar más atención, más esfuerzo, más tiempo, más de todo, pero decía mi madre “el flojo trabaja dos veces”. ¿Qué nos cuesta hacer bien las cosas a la primera?

Creo que hacer bien nuestro trabajo, sea cual sea, nos da tranquilidad, podemos reforzar nuestra autoestima, podemos irnos a la cama con la inigualable sensación del deber cumplido. Engañar a los demás haciendo como que trabajamos es una mentira que aunque la contemos mil veces nunca se convertirá en verdad.

Nada más sencillo: si estudias, estudia; si cocinas, cocina; si gobiernas, gobierna; si ordenas, ordena. Dar paso a la mediocridad es permitir la intranquilidad del cuerpo y del alma. Hay que buscar ser mejores en todo, no para los demás, no para un jefe, no para un aumento de sueldo, no para conservar un trabajo, no para los reconocimientos, hay que hacerlo para nosotros mismos.

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