Columnas la Laguna

METÁFORA CIUDADANA

EL GOBIERNO ESTÁ DESNUDO Y CREE VESTIR FRAC

Luis Alberto Vázquez Álvarez

Hace muchos años vivía un rey que se preocupaba hartamente por su vestuario. Gastaba gran parte del tesoro real en cuidar su imagen. Un día escuchó a dos charlatanes llamados Guido y Luigi decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que alguien pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo; sólo los inteligentes la podían admirar. Por supuesto no existía dicha tela, sino que los pícaros hacían creer que trabajaban en la ropa; pero se quedaban con los ricos materiales que solicitaban para tal fin.

Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, el emperador envió primero a dos de sus hombres de confianza a comprobarlo. Evidentemente, ninguno de los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. El rey se mandó confeccionar un precioso vestuario con dicha tela. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.

Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder ver dicho ropaje. Los ministros y consejeros empezaron a vociferar: "Su Majestad, que vestimenta tan fastuosa"; "Su alteza, nadie luce esos atavíos con tal gallardía y delicadez como Usted"; "Jamás rey alguno pudo portar atuendo tan elegante y lujoso como el que viste Usía" y otras tantas zalamerías que hacían palidecer las más imponentes oraciones que a dios alguno se hubiesen pregonado.

Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje, temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño gritó: "¡El rey va desnudo!"

La gente empezó a cuchichear sobre la veracidad del falso emperifollado hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El Monarca escuchó la reclama y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile creyendo más en las adulaciones de sus colaboradores que en la voz popular.

Este cuento danés de Hans Christian Andersen, es una fábula aplicable al México de hoy que nos indica que no siempre lo que muchos dicen, en especial los políticos, es verdad y que quienes no se atreven a hablar es porque temen pasar por estúpidos.

¿A qué le sabe?; ¿Qué sabor le deja en la boca?; ¿De qué le sirve a un gobernante que una persona o varias que cobran en su coto le feliciten, le encumbren en un nicho inexistente, le mientan con atributos, dones y valores que él sabe perfectamente que no posee? Yo creo que en lugar de agradecer las fatuas y falsas palabras emitidas, debería castigarlas. Eso es grosero y rastrero; ¿dónde queda la dignidad del glorificante y del glorificado con tan petulantes palabras? A mí me da asco escuchar esos apoteósicos halagos expresados con términos rimbombantes y la actitud suplicante del gobernante por escuchar lo que él sabe que no es. Vale más conocer la realidad por mala que ésta sea, a que le oculten los problemas y los descubra cuando ya sea imposible corregirlo.

¿Quiénes son los vivales, los ladinos Guido y Luigi que le dicen al ejecutivo que le queda muy bien el traje y éste se lo cree o se lo quiere creer? Bien saben los gobernantes lo que el pueblo opina de su gobierno, de su actuar y hasta de su persona, cosa esta última con la que no estoy de acuerdo; porque yo criticaré su actuación y muy acremente, pero respetaré siempre a la dignidad humana y, nuestros políticos son seres humanos.

Alabamos aquello que las autoridades dicen obtuvieron de recursos federales y el esfuerzo realizado para lograrlo, y en esto me refiero específicamente a la justificación del famoso teleférico, obra ornamental y fastuosa que lucirá, pero no cobijará las graves necesidades de nuestra urbe. Sin embargo exijo, como ciudadano dueño del poder municipal al igual que otros ochocientos mil torreonenses, que esa misma enjundia, coraje, dedicación y pasión debieran emplearse para buscar beneficios sociales. Que arreglen el pavimento y el drenaje pluvial: obras que benefician directamente a los más necesitados, no es posible que con estas temperaturas no haya agua potable en la mayoría de las colonias de la ciudad.

Señores gobernantes, ustedes protestan al tomar el cargo que cumplirán y si no, que el pueblo se los demande, pues bien, ya hoy, el pueblo les está demandando que le den agua potable y que le quiten el agua de lluvia en su casa. Lógicamente eso no lo entiende quien equipa su casa con cisterna e hidroneumático y está construida en alto o protegida de inundaciones.

Sin embargo, la negativa de la autoridad de aceptar la voz popular me recuerda la frase del gran Carlos Fuentes, quien en su obra La Región más transparente expresó: "En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta". Y eso precisamente ocurre con nuestros dirigentes políticos, si les cuestionas y más aún si les censuras sus actos, lo toman como vituperio; ellos prefieren las murmuraciones, se inclinan más por las lisonjas, por las caravanas versallescas, aunque sepan que son embustes y hasta ardides para obtener una gracia inmerecida. Ante esa actitud no existen respuestas auténticas, no existe el diálogo, el poderoso arrecia su furor contra el reclamante; aún cuando tenga éste toda la razón y le asista el derecho de exigir soluciones.

El problema central se ubica en el origen de la designación de los funcionarios, ya sea por dedazo para luego ser votados o impuestos directamente al cargo. Estas decisiones están plenamente divorciadas del pueblo; entonces, ¿por qué debe el designado obedecer a otro que no es su elector? Él sólo sigue las instrucciones de su titiritero, las demás opiniones ni le importan ni le afectan; el clamor popular es inaudible, como no es lisonja, no estimula.

Termino esta reflexión con la conocida trilogía de frases que, concatenadas ofrecen una gran verdad: "Podrás engañar a todo el pueblo algún tiempo". "Podrás engañar a parte del pueblo todo el tiempo". "Pero no podrás engañar a todo el pueblo todo el tiempo".

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