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El dilema de Andrés Guardado

JORGE ZEPEDA PATTERSON

No debe ser fácil desempeñar la tarea de tirador de penaltis inexistentes a favor de México. Algún pudor profesional debe haber sentido Andrés Guardado al ejecutar en detrimento de sus colegas costarricenses y panameños una sentencia de muerte decretada de forma tan ostensiblemente injusta y arbitraria, en la Copa Oro que se disputa en Estados Unidos. De hecho, el jugador mismo confesó posteriormente que estuvo tentado a entregar el balón al portero panameño al momento de cobrar la pena máxima (y nunca mejor aplicado el eufemismo: no hay mayor pena para una víctima que aquella que se perpetra de manera arbitraria y con resultados mortales).

Algún conductor de la televisión incluso señaló que si Guardado tenía una pizca de dignidad debió haber hecho justamente eso: fallar deliberadamente el penalti y corregir la injusticia que había cometido el árbitro. Fácil decirlo. Bajo ese criterio ese conductor tendría que haber renunciado a su empleo de Televisa hace años; motivos éticos tendría de sobra. En realidad no era una decisión que correspondía a Guardado. Él era el asignado para ejecutar el castigo en nombre de todo el equipo, no el suyo. Al echarse encima la eliminación de México al fallar el penalti el jugador se convertiría en un traidor imperdonable a los ojos de todos aquellos que viven el futbol como una religión o ven a la selección nacional como una extensión de la patria. Por lo demás, el jugador dentro de la cancha carece de la repetición que reitera y congela el error arbitral hasta convertirlo en una burla. Y en última instancia un profesional siempre puede asumir que los fallos del silbante y los abanderados forman parte de las incidencias de un juego, de la misma forma que un rebote caprichoso de la pelota. Si México fue eliminado del Mundial de Brasil por un penalti inexistente marcado a favor de Holanda, un año más tarde México puede llegar a la final de un torneo menor por la misma vía.

Bueno, eso es lo que se diría a sí mismo Andrés Guardado. Pero ahora vaya usted a decírselo a un panameño o a un costarricense. Si ser ejecutor de los penaltis mexicanos no es sencillo, mucho menos lo es ser mexicano en Centroamérica en estos momentos. En las últimas semanas me ha tocado recorrer la zona con motivo de la promoción de mi novela (Milena o el fémur más bello del mundo, editorial Planeta). Hace unos días estuve en Guatemala, y antes en Costa Rica y El Salvador. La frustración que los mexicanos pudieron experimentar ante Holanda es cosa de niños frente a la animadversión que los centroamericanos sienten por los abusos de su "coloso del norte". De la misma forma que el paso de un ilegal guatemalteco o salvadoreño por tierras mexicanas es un tormento infinitamente más infernal que el de un michoacano por California. Las razones para el resentimiento son muchas, y las del futbol pueden parecer intrascendentes, pero nadie debe subestimar la carga pasional y patriotera que entraña este deporte. Panamá había jugado mejor que México por vez primera en su historia y estaba a punto de eliminarlo en buena lid. Lo impensable, la épica exultante a punto de suceder, pero la intervención arbitral lo impidió una y otra vez (una expulsión forzada, dos penaltis inexistentes). De nuevo la injusticia en contra del débil, el abuso del poderoso.

No, ser mexicano no es cosa fácil y no sólo para Guardado. Resulta bastante complicado explicar que no somos un estado fallido o una república bananera luego de la fuga de "El Chapo" o la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa. Hace veinte años México era percibido en Latinoamérica como el país de la música, la comida y las películas del cine de oro. Había mucho de cliché en esa imagen, pero era más inofensiva y pintoresca que otra cosa. Ahora a donde vamos los mexicanos somos acosados con preguntas sobre corrupción, violencia extrema y narcotráfico. El gobierno de Peña Nieto y sus excesos son percibidos como epítome de la corrupción, dicho en países que no son precisamente sociedades prístinas. Y ahora, para colmo, nos involucran con la corrupción deportiva.

Los mexicanos comenzamos a experimentar con respecto a los asuntos públicos una sensación de pena ajena. O peor aún, propia. En unos días voy a Panamá, y sigo pensando que Guardado no debió fallar el penalti pero, ¿cómo se los explico?

@jorgezepedap

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