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HISTORIAS DEL AYER

DR. LEONEL RODRÍGUEZ R.

En honor a Pedro Belmares Olvera, un joven fuera de serie

¡Gracias Señor! Por todas las bendiciones que has derramado en todos nosotros, desde el momento mismo de nuestra concepción y nuestro nacimiento.- LRR

Son las doce y quince minutos del medio día del 18 de febrero del 2012; hará aproximadamente una hora que llegué procedente del Pueblo Mágico de San Sebastián del Oeste, Jal., a la Central Camionera de Puerto Vallarta; a las trece horas, saldré hacia Guadalajara y de allí a Torreón a las veinte horas, para llegar aproximadamente a las seis de la mañana; a las ocho, tenemos carrera de 12.5 km., organizada por Rock Sport y Cimaco. Mientras espero, me hago de una humeante taza de café y continúo con la lectura del libro De qué hablo cuando hablo de correr, del escritor Haruki Murakami.

Estoy en una de las mesas del restaurante, al frente de mí se encuentra una pareja de norteamericanos, así lo deduzco porque escucho hablar el inglés; ella hablando como "cotorra", él, indiferente, tan sólo simula que la escucha; detrás de mí se encuentra una pareja, relativamente madura, entre 50 y 55 años, él concentrado en la lectura de un libro; ella mirando y platicando con su hijo; al voltear discretamente, tan sólo lo veo de espaldas, creo que ya es un adulto de entre veintiocho o treinta años de edad, y por los movimientos incoherentes de sus brazos, sospecho que padece de secuelas de parálisis cerebral infantil. No me quiero quedar con la duda y discretamente me levanto, me dirijo al ventanal que da hacia el estacionamiento, esto me permite ver ya más directamente al hijo de la pareja; para mi sorpresa, veo que se trata de un joven de aproximadamente 18 ó 20 años, desgraciadamente confirmo mis sospechas: un joven con secuelas de parálisis cerebral infantil, y como ginecólogo, más bien como obstetra retirado del ejercicio de mi profesión desde hace diez años, conjeturo las múltiples causas que originan este problema: mal manejo obstétrico, trabajo de parto prolongado, sufrimiento fetal crónico, período expulsivo prolongado y aunque muy poco probable, fórceps traumáticos, aunque por la edad del joven, considero que ya no eran muy utilizados.

Descarto cualquier problema congénito o genético; tal vez pudiéramos llegar a un buen diagnóstico interrogando a la madre, cosa imposible, pero lo cierto, lo que es una triste realidad, es que allí está ese joven alejado del mundo que lo rodea, de las alegrías, tristezas y frustraciones que nos da la vida, pero que a pesar de ello, vale la pena vivirlas conscientemente; un joven, actualmente, que tal vez llegará a la edad adulta…, a la tercera edad, como así la llaman; quizás a la senilidad, ¡qué sé yo!, pero siempre de los siempres fuera de la realidad; ahí están esos padres, tal vez todavía dolidos con algún médico, ahí está esa pareja, que muy seguramente se forjaron miles de sueños, de ilusiones para con ese hijo, tal vez único, el cual jamás logrará la independencia, la autosuficiencia a la que la mayoría de los seres humanos deseamos llegar.

El señor interrumpe su lectura y se levanta para salir de la sala de espera, la señora, hace lo mismo y amorosamente se acerca a su hijo, a quien ayuda a levantarse; el joven, por sí solo no lo puede lograr y al deambular con dificultad, casi arrastra sus pies, camina lentamente apoyado del brazo de su madre; el señor ya se encuentra fuera de la sala de espera; la señora avanza lentamente acompañado de su hijo, no pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas y recuerdo la gran responsabilidad que tiene el médico obstetra de entregar a la pareja un hijo en óptimas condiciones de salud, eso lo sé como médico…, lo querría como padre y más tarde como abuelo.

Vienen a mi mente mis tres hijos y mis ocho nietos. Recuerdo cuando cada uno de ellos nació, vertiginosamente crecieron y se hicieron jóvenes…, adultos…, los educamos, celebro que hayan aprovechado las oportunidades que les brindamos para prepararse para el futuro, un futuro que pronto se hizo presente y como es la ley de la vida, uno a uno fueron abandonando el hogar para ir a formar el suyo propio, y en el transcurso de cuatro años, partieron los tres, dejando en nuestro hogar el síndrome del "nido vacío", y aun cuando sabemos que ésa es la Ley de la Vida, no dejamos de vivir por algunos años la tristeza de su partida.

Todavía, conmovido hasta las lágrimas, les sigo a través del gran ventanal…, en esos momentos, un taxi se detiene cerca de donde ellos deambulan y de éste baja de estampida un precioso niño de aproximadamente seis a siete años, detrás de él una joven mujer que mucho se parece al inquieto chiquillo, y que lo quiere detener, veo, cómo éste al voltear hacia su madre, se dirige a ella a través del lenguaje de las señas, deduzco que es un niño silente, no oyente (me trauma emplear los términos de sordo, sordomudo), la señora se detiene por unos momentos a charlar con la madre del joven con P.C.I., a la vez que se dirige a su niño con señas; veo que ambas mamás sonríen y luego, cada una sigue su camino para no volverse a encontrar nunca jamás; ellos tal vez hacia su hogar, ella entra a la sala de espera dirigiéndose a una de las puertas que conducen a los andenes, muy seguramente para abordar un autobús, para mí, con un destino desconocido.

"LA LEY DE LA VIDA"

Aunque los padres siempre saben que los hijos tienen que crecer y algún día independizarse y formar un nuevo hogar,

Es una situación difícil de afrontar, debido a los años que convivieron con ellos y los vieron crecer.

Es una situación dolorosa para ambas partes, ya que los hijos no podrán tener un contacto con sus padres como estaban acostumbrados y sin duda los invadirán los recuerdos de los seres que los aman sin condición.

Por su parte, los padres sienten que pierden una parte de ellos, aunque no por esto dejan de sentirse felices al ver que sus descendientes toman un rumbo por sí mismos, sin embargo, aunque duela, quiza debemos apegarnos al dicho que refiere que "esto es la ley de la vida". (15-10-2000).

No puede dejar de seguir derramando un manantial de lágrimas ante esta escena y a la vez doy gracias al Señor una vez más por habernos dado hijos física e intelectualmente sanos, niños que se hicieron jóvenes y después adultos, y un buen día, siguiendo las leyes divinas, encontraron a su pareja y con ella formaron una nueva familia, sangre de nuestra sangre, carne de nuestra carne.

Si bien es cierto que hubo años de tristeza con su partida, poco a poco fuimos aceptando la realidad, máxime cuando, a través de los años, nos regalaron las sonrisas e inquietudes de sus hijos, nuestros queridos nietos.

Y me pregunto: Cuánto hubieran deseado esos padres de ese joven con P.C.I. que su hijo un día también abandonara el hogar paterno, dejara "el nido vacío" y no vivir el sufrimiento moral de saber que éste, jamás va a ser independiente, que jamás los abandonará y la interrogante: ¿que irá a ser de él el día que ellos se vayan?

El panorama para el niño silente, es mil veces diferente: él se desarrollará como un niño normal, su discapacidad no le impedirá prepararse para el futuro y muy seguramente un día, al igual que mis hijos, abandonará el hogar, dejarán el nido familiar e irán en busca de formar el suyo propio.

¡Ah!, se me olvidaba mencionar que este día, era el aniversario de nacimiento de mi madre, eran ciento cinco años que hubiera cumplido el día de hoy de seguir entre nosotros, ya platiqué con ella y le pedí al Todo Poderoso que la tenga en su reino a donde esperamos ser merecedores de llegar un día ante Él.

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