Cultura

El Quijote, 400 años

La adicción al Quijote

Lectura. Del Quijote siempre será un ejercicio provechoso.

Lectura. Del Quijote siempre será un ejercicio provechoso.

Juan A. García Villa

Es común en los países de habla hispana encontrar en los programas de estudio de los niveles medio o medio superior de enseñanza, la lectura obligatoria de El Quijote. Por lo tanto, cabría suponer que todos quienes han cursado estudios profesionales al menos alguna vez leyeron, cuando adolescentes o en su primera juventud, la inmortal novela de Cervantes. Sin embargo, por distintas razones, la verdad es otra. A pesar de su obligatoriedad, frecuentemente se evade su lectura. Lástima, porque quien así procede no se da cuenta de la riqueza que pierde.

Siempre será una delicia leer El Quijote. Y aun releerlo. Quienes pertenecemos al mundo hispano tenemos además una gran ventaja: Fue escrito en nuestra lengua materna. De verdad ¡qué privilegio!, pues por muy buena que sea su traducción a cualquier otro idioma, sencillamente jamás será lo mismo. Bien lo dijo el escritor mexicano Fernando del Paso, que es "imposible trasladar todo ese caudal de talento humorístico (de Cervantes en El Quijote) a otra lengua".

Tampoco nos vemos en la necesidad, como Sigmund Freud, de aprender el castellano sólo para poder leer el genial libro cervantino tal como fue escrito originalmente.

Cualquiera que sea la etapa de la vida en que cada quien se encuentre, hay que leer El Quijote. Su lectura siempre será un ejercicio provechoso. Aunque se corra el riesgo de hacerse adicto a él; no importa. Mejor. De que puede ese ejercicio de lectura convertirse en algo permanente a lo largo de la vida, es rigurosamente cierto. Se empieza por tener un cierto gusto leídas sus primeras cien o doscientas páginas. Luego vendrá quizá algo así como afición. Y después probablemente adicción.

Ejemplos hay de sobra. Van algunos. El historiador, filósofo y jurista español contemporáneo, César Vidal, quien hace dieciséis años publicó una interesante "Enciclopedia del Quijote" escribió en el preámbulo que "desde que tenía nueve años hasta ahora -en 1999- he releído El Quijote no menos de una veintena de veces, sin contar, claro está, las lecturas parciales de algunos episodios o capítulos". ¿La razón? Vidal mismo la explica así: "Cada vez que lo he releído he hallado en él cosas nuevas que se me habían escapado en lecturas previas".

Otro caso: En un interesante ensayo publicado en 1947 con el título de "Cervantes y el ideal caballeresco", don Ramón Menéndez Pidal comenta que Heinrich Heine gustaba referir "que el Quijote fue el primer libro que conoció cuando en la niñez se halló capaz de leer de corrido" y que desde esa edad adoptó la costumbre de releerlo "cada lustro de su vida", porque cada vez recibía "impresiones muy diversas".

Por su parte, William Faulkner solía decir que lo releía todos los años "como otros la Biblia". Un poco antes de morir, el escritor y políglota mexicano Ernesto de la Peña dijo que en los últimos veinticinco años leía El Quijote cada dos o tres. En fin, Carlos Fuentes comentaba tener la costumbre de releerlo cada año, preferentemente durante el verano, aunque otras veces dijo que en la Semana Santa.

En la célebre conferencia "Cómo leemos El Quijote", dictada en Bellas Artes en octubre de 1947 por el escritor Rubén Romero ante la Academia Mexicana correspondiente de la Real Española, el novelista sugirió que el inmortal libro se lea cuando menos tres veces en la vida. La primera en una edad muy temprana, "entre los 12 y los 15 años", la segunda en la juventud y la tercera en la madurez. Con el propósito, respectivamente, de reír cuando niño, de soñar siendo joven y para pensar y aun llorar cuando somos viejos. Pero siempre con "la emoción renovada de todas las épocas".

Terminó Rubén Romero aquella conferencia afirmando que si los más reconocidos escritores de la época reunieran su talento, de la siguiente manera: "Bernard Shaw, su humorismo; Enrique Larreta, su estilo; Thomas Mann, su calidad humana; Mariano Azuela, su lenguaje popular; Camí, su ingenio; Pío Baroja, su amargura; Artemio de Valle Arizpe, lo galano de su arcaico español; Claudio Ferrere, su fantasía de Oriente; Darío Rubio, el acervo de sus refranes, no bastaría ese equipo" para "dar vida a lo creado tan fácilmente por Miguel de Cervantes" al escribir El Quijote.

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Escrito en: Miguel de Cervantes Saavedra El Quijote

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