Una muchacha de la aldea le pidió a San Virila que le hiciera el milagro de encontrar marido.
El frailecito se puso en oración. A la mañana siguiente la muchacha le anunció, feliz, que ya tenía novio, y que muy pronto se iba a casar con él.
Pasó un año, y cierto día la muchacha encontró a San Virila en el camino. La joven esposa se echó a sus pies y le suplicó llorando que le hiciera el milagro de que a su marido se lo llevaran las tropas del rey. El hombre era insufrible, le contó. Tenía carácter áspero y violento. Ya no lo aguantaba. Quizá los azares de la guerra la librarían de él.
San Virila le dijo que no podía hacerle ese milagro. Después, cuando estuvo a solas, alzó la vista al cielo y dijo:
-No entiendo a las mujeres.
Se oyó una voz venida de lo alto:
-¿Tú tampoco?
¡Hasta mañana!...