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EL PENSADOR AMATEUR

EL BALANCE FINAL (MUY DESBALANCEADO)

FEDERICO SÁENZ-NEGRETE

El régimen se aferra con las uñas, la aplanadora logró la mayoría del Congreso por un margen pequeño y a un altísimo costo. A pesar del enorme dispendio de recursos para lograr la mayoría, el sistema tendrá que sumar a los diputados de los partidos aliados.

Los estrategas están preocupados, aunque el sistema conserva su bloque de poder aparentemente intacto, hay grietas que anuncian la debacle. Esto está a punto de cambiar o, más bien dicho, el cambio está a punto. Mexicanos paradójicos, la mitad no participa en las elecciones ni de broma, se conforma con estar inconforme, mientras que la otra mitad nomás no se decide, sigue votando por los mismos a pesar de que el mundo es otro y la vida cambió radicalmente.

A pesar de que tenemos un sistema electoral maravilloso y confiable, una isla en un mundo de porquería, los votantes no acuden a las urnas. Las campañas se llevan a cabo como si fueran redadas de vaqueros pastoreando al ganado rumbo al matadero. En los debates los candidatos tienen prohibido debatir, no se vayan a ofender los castos oídos de los contrarios o del respetable auditorio. Los periodistas no pueden entrevistar porque les cae el hacha de la equidad. Para que no se gaste dinero, se le ensartó a las televisoras y radiodifusoras un alarmante y megafastidioso plan de difusión de spots que parece un truculento plan por aumentar el abstencionismo. Ahora la lana se reparte vía los programas de desarrollo social, de clientelismo electoral. Total, nunca encontramos dónde quedó la bolita.

Este es un maravilloso país que adoptó la estructura de la pirámide, sustento de los imperios mesoamericanos y que congenia a la perfección con el medieval castillo con el que fraguaron su sistema las muy católicas majestades de Isabel y Fernando. Seguimos ignorando la esencia de la cultura mestiza que ha florecido estupendamente bien en nuestra verdadera esencia, la plaza pública, maravillosa evolución con sabor popular y democrático, genial patrimonio, tanto de europeos como de mesoamericanos y al que los poderosos tanto miedo le tienen.

Para que un país crezca con rapidez, detone el talento de sus integrantes, aproveche sus recursos, potencialice sus sinergias, es indispensable suprimir las impositivas estructuras piramidales y liberar las energías bajo el sistema horizontal de la plaza pública. Se requiere valor, autoestima, confianza en sí mismo y respeto por todos los ciudadanos. México se resiste a intentarlo, los tiranos tienen miedo, no permiten que los ciudadanos se vean a la cara, quieren intermediar, controlarlo todo.

La plaza pública es el mejor sistema de libre intercambio que se ha inventado. Ahí, los comerciantes ponen sus mercancías en un sistema abierto para que los consumidores elijan entre muchas opciones. En la plaza, los intelectuales se reconocen e intercambian con libertad sus conceptos, los vecinos se encuentran y refuerzan el tejido social. En la plaza pública se inventó la democracia moderna, recordando a la griega que no era tan pública, sino medio aristocrática. La democracia moderna nace en España en 1100 con la rebelión de los comuneros, cien años antes que la publicitada Carta Magna de un tal Juan sin tierra a la que los ingleses tanta raja le sacan.

Nuestra democracia es nuestra, pues nadie porta con mayor legitimidad el empuje español que los iberoamericanos llevamos en la sangre. Ningún pueblo alza con tanta dignidad la herencia mesoamericana. La plaza pública es nuestra, ya la practicaban nuestros abuelos mesoamericanos y era un deleite que funcionaba a pesar de estar bien acotada y rodeada de pirámides, (big brother te observa). La plaza es el símbolo que nos debería de guiar. Todo expuesto al aire libre, de manera horizontal, igualando por el momento las naturales diferencias que la vida va imponiendo. La plaza pública es la mejor red social, el mejor banco, el mejor mercado, el foro ideal, el sitio donde nos reencontramos de frente y en igualdad con nuestros semejantes.

Derruyamos los castillos, ahí sólo pueden habitar los poderosos, los que temen que el pueblo se desarrolle. Eliminemos tanta barda, tanto portón, tanta antesala. Las empresas triunfadoras de nuevas tecnologías lo han experimentado con inmediato éxito. Llamémonos los unos a los otros por nuestro primer nombre, que ya no cuente el apellido, el título, sólo el resultado de nuestro esfuerzo.

Mandemos al museo este culto a la pirámide, este insensato peregrinar por empinadas escalerillas rumbo al altar de los sacrificios para solaz de los poderosos. Que ya no se inmole todo un país para que unos muy pocos, cada vez menos, gocen de lo lindo engañándonos de que son ellos los que mantienen el orden del Universo. La plaza da para todos, no en igualdad, pero sí para todos.

Trescientos años de virreinato, para nada justos, resultan una maravilla si revisamos los parámetros sociales y los comparamos con esta pesadilla que inició en el segundo tercio del siglo XIX cuando nuestros gloriosos liberales decidieron entregar el país a los güeritos del norte a cambio de algo mucho menos que espejitos.

El castillo español y la pirámide mesoamericana no pudieron fundar este gran país, la forja se llevó a cabo a golpes de esfuerzo y talento en la doblemente nuestra plaza pública, lo hicieron los mexicanos.

Ya es hora que retomemos nuestra esencia. México es de todos y da para todos, construyámoslo.

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