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NO SÉ DÓNDE ESTÉS, PERO CUENTA CONMIGO

DR. LEONEL RODRÍGUEZ R.

Acostumbro guiarme por los títulos de los artículos que veo publicados en el periódico de mi preferencia, máxime cuando considero que están escritos por colaboradores que veo por primera vez, porque de los ya conocidos, como son los que se publican en la plana principal, prácticamente los leo ya sin fijarme en el mismo, ejemplo, no me pierdo ninguno de los de Sergio Sarmiento. Todo esto pensando que es imposible leer todo lo que se publica en cada una de las secciones y saber que hay que darnos tiempo para otras lecturas, como un buen libro y/o algunas revistas que sean de nuestra preferencia.

Fue así como el domingo 21 de junio llamó mi atención en la sección La Laguna el reportaje titulado "No sé dónde estés, pero cuentas conmigo", de la periodista Angélica Sandoval, y al enterarme de su contenido, me hizo transportarme de una manera más que vertiginosa a los inicios de l953, cuando tan sólo tenía poco menos de once años.

Fue en marzo, para ser más precisos, el 26, cuando el hermano que me antecedía, de catorce años de edad (fuimos una familia de ocho), él en primer año de secundaria, yo en el quinto de primaria, cuando sucede un accidente al ser arrollado por un autobús en la población que nos había visto nacer, Morelos, Coahuila, de la que habíamos salido hacía cerca de diez años, para irnos a radicar al mineral de Nueva Rosita, Coah., donde mi padre había encontrado un trabajo mejor remunerado.

Tuvieron que pasar varias décadas para que yo dedujera que en realidad había sido una evitable imprudencia al intentar mi hermano cruzar la carretera a bordo de una bicicleta, a sabiendas de que un autobús venía cerca de donde él se encontraba (todo eso lo supieron pocos días después mis padres por una persona que presenció la osadía de mi hermano), accidente del cual resultó con una fractura de cráneo, lo cual ocasionó que Eliud Armando, como así se llamaba, falleciera pocas horas después en una clínica de la población de Allende, Coah., a donde había sido conducido. Tuvieron que pasar muchos años para que en lo personal y después como médico, entendiera la magnitud de este accidente y algunos años después, cuando los restos de mi hermano fueron exhumados para trasladarlos al cementerio de Nueva Rosita, donde actualmente se encuentran en la tumba familiar, donde se apreció una enorme fractura de cráneo que sería incompatible con la vida.

Aun cuando a la fecha han transcurrido más de cincuenta y dos años, más de cinco décadas, este triste acontecimiento familiar, no se ha borrado de mis recuerdos, primero de niño, después de joven y ahora en la adultez de mi vida, y es así que año tras año, desde el siguiente a estos acontecimientos, recuerdo con una odiosa y horripilante nitidez, paso a paso, todo lo sucedido los días 26 y 27 de ese mes y año.

"Pocas personas han tenido un final tan trágico como el de mi hermano: Visitar su pueblo natal para ir a morir en él".

…Regresamos a Nueva Rosita desconsolados, deshechos, sin un miembro menos de la familia, pues allá, en nuestro pueblo natal, habían sido inhumados los restos de mi hermano. Y como es la costumbre, que afortunadamente no ha desparecido hasta la actualidad, decenas y decenas de familiares, todos los amigos de la colonia donde vivíamos y de otras poblaciones, acudieron a nuestro domicilio para manifestarles a mis inconsolables y dolidos padres y toda la familia, sus sinceras condolencias, y a todo esto se agregaron gran cantidad de telegramas, cartas y tarjetas de pésame que en el transcurso de las semanas siguientes fueron llegando a nuestro hogar. Había teléfonos en nuestra población, sin embargo, en nuestra casa, por las condiciones económicas de la familia, no eran como para darse ese lujo, que actualmente es un medio de comunicación inmediata y al alcance de todos los hogares.

No he olvidado el gran número de ocasiones que mi padre expresaba a los familiares y amigos que nos visitaban: "Me dolió mucho la muerte de mi madre, pero la pérdida de un hijo es incomparable". También recuerdo con mucha nitidez, a pesar de mis menos de once años de edad, las palabras de uno de los tantos amigos de la familia que tal vez, para tratar de consolar a mi padre, le oí decir: "Pedro, tú siquiera sabes dónde tienes sepultado a tu hijo, al cual con gran dolor puedes ir a visitar en su tumba y verter todo tu llanto y dolor cada vez que así lo desees, pero yo, que hace años que desapareció o me desaparecieron a uno de mis hijos y que no sé si esté vivo o muerto, de estar vivo, no saber si tiene qué comer, qué vestir, donde resguardarse del frío o del calor, créeme Pedro, yo, para nuestro descanso emocional y espiritual, preferiría saber que ha muerto, que vivir en esta incertidumbre que será para el resto de nuestros días".

Es por esto y mucho, mucho más, que sería imposible narrar, que el reportaje escrito por la periodista Angélica Sandoval, "No sé dónde estés, pero cuentas conmigo", me llegó a las fibras más sensibles de mi ser y me llevó a recordar una tragedia sucedida en mi familia hace cincuenta y tres años, hace más de cinco décadas, cuando yo contaba con menos de once años de edad.

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