Solidariamente con nuestros hermanos de Ciudad Acuña.
Confianza, credibilidad, certidumbre, futuro cierto, precisión, certeza, calidad, honestidad, compromiso, legalidad, fortaleza institucional, gobierno de calidad, calidad de vida, vigencia efectiva del Estado de Derecho, son entre otros factores, notorias ausencias en la vida pública de nuestro país; inercias, visión de corto plazo -casi inmediato-, ineficiencia, ocultamiento, deshonestidad, corrupción, cinismo, diarrea verbal de los gobernantes, impunidad, son notorias presencias. Es importante destacar que no se pueden construir procesos transparentes, sistemas de rendición de cuentas efectivos, formas de participación adecuadas, ciudadanos en vez de habitantes, sin instituciones sólidas; la solidez institucional no resultará de una nueva norma; esto es un proceso más largo, que amerita no sólo la idea origen, sino una amplia discusión, análisis, ensayarla, acuerdos, que requieren de tiempo y dedicación. Construir es lento, destruir es rápido. Sin embargo, uno de los aspectos a considerar como de presencia obligada, es el de la sociedad, la comunidad, el ciudadano, como se le quiera llamar, en el proceso de definición de rumbo del gobierno, que no debe ser otra cosa que el rumbo de la ciudad, de el país, donde es manifiesta una y otra vez, la visión de mirar corto y llegar rápido considerando sólo el tiempo de duración del período de gobierno y el interés del gobernante en turno. Todo Estado se sustenta en reglas y prácticas que se acatan por autoridades y sociedad; dependiendo del grado de acatamiento, es el tipo de gobierno y relación de este con su sociedad. ¿Qué tipo de gobierno tenemos en México? Desde el punto de vista formal, es uno democrático, representativo, presidencial, que debiera cumplir con lo que estas características significan; sin embargo, ser democrático es contar con elecciones constitucionales para la formación de gobierno; ser representativo, contar con representantes ante los distintos poderes y ámbitos donde esta figura está presente; ser presidencial, contar con un presidente, que está al frente del gobierno y conduzca junto con los demás poderes y ámbitos al país y sus regiones. Los problemas empiezan cuando la democracia nos la venden como un acto de un día, y no como un proceso permanente de participación, para definir y atender los asuntos de interés público, gobierno y sociedad; la representación se nos presenta como una formalidad donde los representantes sólo lo hacen de sus intereses y los del grupo y partido que los llevó al cargo; y el ser presidencial es en realidad sustituir lo institucional por lo personal: el sujeto por encima del encargo. En una situación como ésta, que ya dura más de 80 años, no es novedad que el hartazgo de los representados, de la sociedad toda, se manifieste cada vez de manera más fuerte, y en algunos casos violenta; ¿Tiene otras alternativas de participación la sociedad? Sí, pero primero debemos desahijar estas viejas prácticas; claro que no es fácil, pero sí necesario. Las reglas que fueron diseñadas para que estas figuras de democracia y participación se mantengan vigentes, traen consigo la trampa; sólo hay que ver el batidero en que se ha convertido el proceso electoral para renovar Cámara de Diputados, algunas gubernaturas, alcaldías y congresos locales: Primero, lo del dinero transformado en propaganda, parece que no habíamos caído tan bajo: Basura vendida como oferta política; alcaldes como el de Torreón (PRI) que disfraza el abierto proselitismo a favor de los candidatos de su partido, como giras de supervisión de programas; lo de propuestas, se transformó en videos, bailes, grabaciones de conversaciones sobre instrucciones para la falsificación de contratos y facturas, hechas públicas, como sucedió con Ricardo Monreal (PRD), o instrucciones para que del presupuesto del gobierno de Baja California Sur, se paguen encuestas ordenadas por el candidato a gobernador (PAN). Claro que del Partido Verde ni que decir. Esta porquería no había sido práctica tan socorrida ni tan repudiada, la apuesta es al cautivo como voto y como persona que encerrada en su miseria - por falta de bienes para sobrevivir, y por falta de razones y de integridad para vivir- se convierte en motor y sustento de una clase política que se erige como el gran depredador económico, social y moral de nuestro país; sin embargo, de este caos empieza a perfilarse la alternativa. En otros lugares, parece que la sociedad ha despertado y le está imprimiendo un cambio importante a la elección de gobernantes; en España aparece la indignación transformada en participación: Dos organizaciones, Ciudadanos y Podemos, irrumpen en su proceso electoral de la semana pasada, y rompen con el bipartidismo que ha gobernado aquella nación desde hace casi 3 décadas para presentarse como la manifestación de la inconformidad y el reclamo; la desconocida Ada Colau, a través del Partido Barcelona en Comú, gana la alcaldía de Barcelona. Los ciudadanos podemos romper el monopolio del poder de los partidos políticos que en México han hecho todo por ellos olvidándose de sus principios, y su ideología; son ahora empresas familiares, espacios de poder y disfrute de unos cuantos, franquicias, propiedades - en casos- de un solo hombre. Los primero pasos para pasar de la rabia y la indignación a la participación efectiva, en México se están dando. Aunque sólo 127 hombres y mujeres decidieron tomar la vía de Candidatos Independientes para ocupar un cargo de elección, esto puede ser el principio de un buen cause a ese coraje. Nuevo León hace ruido a este monopolio; si el independiente gana la elección para gobernador, la oportunidad de la sociedad en aquella entidad de hacer efectiva la participación, estaría a la vista. Podemos empezar el largo camino del cambio y conseguir que las ausencias se puedan transformar en presencias. Participación Ciudadana 29 está consciente de que sólo con la acción, podemos impulsar la transformación. Indígnate, reflexiona, participa.
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