Caixinha rectificó a tiempo. Aceptó una disminución de la autoestima, sin pervertir los conceptos ni renunciar a su convicción, en la inteligente forma de adaptarse a la mentalidad local; tolerante, guardando sus opiniones hacia un entorno que le consumía el hígado, dedicándose a conseguir metas como un desfío, un reto de cambio y de riesgo para ser, más que obedecido, interpretado.
Adaptarse a la exigencia, pudiendo ser el mismo, le dio la fórmula y trasladó la idea ejecutiva, enmarcando justo con las virtudes, que las tiene su grupo, hasta antes del torneo reducido, con sombras irregulares. Logró que Calderón dejara atrás la marea entre repudio y aceptación, jugando para todos, como un termómetro, mientras Molina cubre sus espaldas como celoso y bizarro centinela.
Querétaro y Vucetich saben que deben jugar sin diamantes, que si Dinho quiere el rol protagónico deberá entrar a caballo, pues trotando será estorbo en el vértigo y hoy todos vivirán como trapecista en el alambre, sabiendo que cualquier error puede ser definitivo. Parece un show destinado más al músculo que al arte y ante el ruido del fracaso, antes del tope suicida preferirá Víctor un aroma de equilibrio, aunque ahora mismo nada es lo que parece y nada es una certeza, puede haber un guión inopinado, quizá haya necesidad de un talento con divinidad que destrabe un concierto de fervorosos atletas activos, ambiciosos y competitivos.
Lo único seguro es el tema de Neruda: "tú y yo teníamos que simplemente amarnos". Ese cubrirá el TSM con el pueblo verdiblanco y su equipo, en la conjunción que trasmina las almas, acelera el pulso y atormenta las gargantas, en el acceso a lo sublime, en una batalla donde no hay espacio ni lugar para medias tintas desde el momento en que Caixinha abra la jaula de sus leones.
