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Democracia, alternancia y vuelta para atrás

SALVADOR SÁNCHEZ

En unos días más el país vivirá ya la jornada electoral. Sin embargo el ánimo popular no está en su mejor momento. De por sí, las elecciones intermedias despiertan menor entusiasmo que las presidenciales.

Todos se dicen preocupados y hay posturas. Algunos promueven el voto, otros señalan la utilidad de la abstención, hay quien dice que ésta sólo beneficia al sistema, por ello buscan el ejercicio de otras formas de protesta, por ejemplo anular la boleta. Parecemos atrapados en un callejón sin salida.

Y los electores están hartos, cansados, desanimados. Los beneficios que acarrearía la democracia no han llegado. La democracia ha derivado en un negocio redondo para los partidos políticos, en cambio, el nivel de vida de la población no es mejor que hace 20 años. La relación entre gobernantes y gobernados tampoco ha mejorado. Alguien lo dijo de manera contundente, para ellos nosotros no somos ciudadanos, sino clientes en temporada electoral.

Y no hallamos la salida. Hace apenas 20 años, en 1987 la idea de ciudadanía hacia su tímida aparición. Convergencia por la democracia era el organismo ciudadano que apelaba al valor cívico e invitaba a participar como observador electoral. En ese tiempo vigilar la casilla de la propia cuadra era toda una hazaña, sólo comparable al acto prometeico de robar el fuego para conseguir la libertad de la humanidad.

Pero ahora el discurso de ciudadanía ha sido completamente domesticado. Quien quiera parecer de avanzada, se hace llamar a sí mismo candidato ciudadano. Eso hace ganar votos, posiciones, poder.

Igual pasa con la alternancia. En algún momento se pensó que la llegada de un partido de oposición mejoraría la calidad de los gobiernos. La administración en turno haría todo lo posible por mejorar su desempeño para conseguir ser ratificada para el período siguiente, no arriesgarse al voto de castigo, menos al escrutinio de las propias acciones de gobierno bajo la lupa minuciosa de la oposición convertida en gobierno.

Imposible pensar siquiera en alternancia en otros tiempos. En 1960 el doctor Salvador Nava, hombre brillante, comprometido y en alta estima por su ejercicio como presidente municipal de la capital, compitió con una siglas diferentes a las del partido oficial en las elecciones para gobernador de San Luis Potosí. No sólo no ganó, sino que fue completamente avasallado por el sistema.

La referencia obligada es Carlos Salinas de Gortari. La oposición ganó tres gubernaturas durante su período. Hasta entonces esto no era posible. Así, Baja California, 1989. Ernesto Rufo Apel, se convirtió en el primer gobernador proveniente de la oposición.

Guanajuato, 1991. El célebre capítulo llamado la 'concertacesión', en la cual Ramón Aguirre oficialmente ganó al candidato panista Vicente Fox, pero tras denunciarse el uso de recursos del gobierno del Estado para financiar la campaña, el Congreso Estatal decide no hacer gobernador a ninguno de los dos. Otorga el cargo a Carlos Medina Plascencia.

Chihuahua, 1992. Antes, en 1986, presumiblemente, Francisco Barrio ganó las elecciones para gobernar el Estado. El proceso no le reconoció el triunfo y en su lugar proclamó a Fernando Baeza como gobernador. Al final del sexenio luego de un autoexilio de la política, Barrio contiende por segunda vez, gana y asume como gobernador el 4 de octubre de 1992.

El balance posible hasta la víspera de este domingo 7 de junio haría entusiasmar a cualquier desconocedor del contexto real del país. A estas alturas 23 de las 32 entidades federativas han tenido alternancia en los gobiernos estatales, algunos incluso lo han hecho reiteradamente. Pero no ha pasado nada, los políticos son tan similares en su comportamiento, independientemente del color bajo el cual se amparen.

A nivel federal, el país ya vivió la alternancia durante 12 años y no pasó nada. El caso local, Torreón, no es diferente. Durante dos períodos el gobierno municipal estuvo en manos de la oposición, con tan mala fortuna que nadie quiere repetirlos. Y con el plus que ni enemigo necesitan, la oposición se aniquila a sí misma.

El camino de la alternancia se ha mostrado inútil. La otra vía, la legal, ha sido un verdadero rosario de iniciativas, cada una de las cuales se anuncia como la más novedosa, efectiva y la que 'ahora sí' posibilitará un juego electoral justo y transparente. Al final toda reforma electoral es cooptada y domesticada.

Estamos atrapados. Quizá el camino emprendido para modificar el sistema o reformar mil veces la ley, se ha agotado. Probablemente el cambio pase por transformarnos a nosotros mismos. Aprender a asumir las obligaciones que tenemos con la colectividad a la cual pertenecemos y dejar de sentirnos ya súbditos de un cacique terrible, ya beneficiarios de un sistema clientelar corporativo. Y más allá de la buena fe, darle densidad a la propia postura por medio de instituciones. Está por ver si tenemos la estatura que reclama la historia.

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