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FEDERICO REYES HEROLES

"Pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones", lanzó Churchill, como condición de los verdaderos estadistas frente a los políticos comunes.

Las reformas de fondo llevan tiempo en dar frutos. Casi se podría establecer una correlación lineal: a mayor profundidad, mayor tiempo de maduración. Con frecuencia, sobre todo si se vive en democracia, quienes siembran no cosechan. Hace poco más de dos décadas en México se dio una discusión que hoy podría parecer absurda. De la Madrid dio los primeros pasos para abrir comercialmente a nuestro país. Las resistencias internas fueron brutales pues el proteccionismo beneficiaba a productores que prácticamente no tenían competencia. El Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) aglutinaba ya a 90 países, las principales economías del mundo, mientras México seguía aferrado al costoso proteccionismo.

En 1986 México ingresó al GATT. Allí empezó el cambio. El arancel máximo también provocó molestia en muchos sectores. Pero no era suficiente, ya habíamos llegado tarde a la cita y el mundo galopaba sobre el libre comercio. De la Madrid no cosechó, pero su sucesor, el hoy innombrable Carlos Salinas de Gortari, decidió profundizar la apertura comercial. Después de algún descalabro con la Unión Europea, instruyó a su secretario de Comercio, Jaime Serra Puche a explorar y, de ser factible, iniciar las negociaciones de un TLC con la primera potencia del mundo. Muchos afirmaron que nos entregábamos al imperio, que nos devorarían y que incluso perderíamos la "identidad nacional". Serra Puche, Herminio Blanco, Jaime Zabludowsky y el propio Salinas han sobrevivido para ver los efectos de aquella gran reforma de fondo.

Serra Puche ha publicado un ensayo muy breve (El TLC y la formación de una región, FCE, 2015) para evaluar si se cumplieron los objetivos del TLC. Los lectores podrían sospechar que se trata de otro texto más de autoglorificación. No es el caso. Estamos frente a un ensayo con rigor académico, sin deslices de vanidad o autoelogio. Hay en él aportaciones econométricas muy interesantes. No habla un político, sí un académico. Lo primero es recordar los objetivos planteados entonces: a) incrementar las exportaciones no petroleras y b) lograr mayores flujos de inversión extranjera directa (IED). Por supuesto habrá quien cuestione por qué no hablar del magro crecimiento de nuestra economía. Las respuestas también están parcialmente en el texto, pero la correlación entre apertura y crecimiento no es directa.

Los datos son demoledores: antes del TLC alrededor del 85 % de las exportaciones mexicanas eran petroleras, hoy son alrededor del 15 %. Dejamos de ser el típico país petrolero. En IED pasamos de alrededor de 2,000 mdd anuales a niveles de 30,000. Se acaba de anunciar que en este primer trimestre llegamos a 7,573. Pero hay otros efectos colaterales que no estuvieron contemplados del todo y que hoy forman parte de nuestro patrimonio institucional. Destacan tres: el primero, la convergencia de las tasas de interés, que hace un cuarto de siglo eran una pesadilla. El segundo, que lo mismo ocurre con el tipo de cambio. Los mexicanos jóvenes de hoy no pueden imaginar los traumas que generaban las devaluaciones. Allí hay otros factores centrales: la autonomía del Banco de México impulsada también por Salinas y su secretario de Hacienda Pedro Aspe, y la flotación del peso que es mérito de la gestión de Ernesto Zedillo. Y, finalmente, el tercer efecto, -muy relacionado-, una inflación controlada.

La balanza comercial, que era un factor de desestabilización recurrente, se convirtió en exactamente lo contrario. Estamos ante otro país y los efectos modernizadores de esa gran reforma de fondo están instalados en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, las actuales generaciones están equipando los nuevos hogares -casi 600 mil en 2014- en una economía abierta donde las opciones en línea blanca, electrodomésticos o ropa y calzado son múltiples. Pero quizá uno de los cambios más relevantes sea sociológico y no sólo económico: situar al consumidor como eje de la economía. No que la batalla esté ganada -lo estamos viendo con UBER- pero el curso de la discusión cambió.

De los 21 años de vigencia del TLC, en 12, la Presidencia estuvo en manos del PAN, pero tanto Fox como Calderón dieron continuidad a la apertura ratificando la seriedad del compromiso de México con el tema. Ya hay beneficios. En las últimas páginas, Serra mira al futuro y recupera el carácter complementario de las tres naciones. Ante la proliferación de acuerdos comerciales, Norteamérica debe mirarse frente al mundo como región en sus ventajas y retos: pirámides poblacionales complementarias, energía, cercanía. Hay mucho en el horizonte. Por eso, independientemente de simpatías y antipatías, reconocer es obligado. Hoy, México cosecha.

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