EDITORIAL Sergio Sarmiento Caricatura Editorial Columna editoriales

Responsabilidad y conversaciones privadas

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

Circula desde hace un par de años una novela que imagina el retorno de Hitler a Berlín. Ha vuelto, se titula y en español la publica Seix Barral. La portada alemana que han repetido las ediciones en otras lenguas es perfecta: sobre un fondo blanco, el copete del dictador y las letras del título formando el bigote inconfundible. No he leído la novela, pero la idea de genocida despertando en nuestro tiempo me sugiere una escena que podría ser esclarecedora. Saliendo de ver una película de Woody Allen, Adolfo Hitler toma su iphone y le llama a un amigo. Hitler, con voz suave y melosa, sin un solo improperio celebra con su amigo el genio del cineasta judío. La película es fantástica, le dice. El director muestra el maravilloso sentido del humor de ese pueblo talentoso, cuánto me he reído en el cine y cuánto me ha puesto a pensar. ¿Sabes qué decía uno de sus personajes? Decía que no creía en la otra vida pero que, por si las dudas, se iba a llevar una muda de calzones. Eso debí de haber empacado en mi bunker, aquella mañana del 45, dice entre risas. Hitler celebra en esa breve conversación la inteligencia, la chispa, la gracia del cine de Woody Allen. La verdad, concluye, es que el cine ario no ha producido nada que se le asemeje.

Imaginemos que la conversación es interceptada por alguien y divulgada en el momento en que Hitler retoma su proyecto de dominación al refundar el Partido Nacionalsocialista. "El traidor de Hitler celebra la propaganda israelita", diría a la mañana siguiente el titular de un periódico fascista. Escándalo por el sometimiento de Hitler a la infección judía. Las redes sociales de los nenazis bombardearían su odio atacando la delicadeza de la voz del Fürher. Así habla realmente el caudillo, dirían indignados. No grita, no insulta, nunca eleva el volumen de la voz. Sus discursos son una farsa, sus gritos son una mentira, su gesticulación bélica es histrionismo puro, dirán los decepcionados. El verdadero Hitler es un cobarde liberal, dirán. Citando un texto académico, alguien argumentará que la conversación de Hitler ha mostrado al verdadero personaje. Que en la confianza de la conversación telefónica se ha despojado de su disfraz épico y se ha revelado como un miserable tolerante. El llamado a la guerra, la persecución de los judíos, los campos de concentración y las cámaras de gases eran pura hipocresía. Campañas de imagen. El verdadero Hitler, el auténtico, era un buenote que admiraba a la plaga.

¿Sería relevante que Hitler hubiera mostrado alguna tolerancia racial en sus conversaciones privadas? Escuchar conversaciones a las que no estamos invitados no es solamente un asalto, es una equivocación. Es, por supuesto, una invasión inaceptable, un delito que merece castigo. La convivencia requiere espacios para el encuentro y refugios para el aislamiento. Sería invivible una ciudad que no permitiera espacios de privacía, que dispusiera que todo ha de ser público, que negara dignidad al secreto. Bajo el despotismo de lo público creemos que toda reserva es ocultamiento de algo ruin. No lo es. Una sociedad necesita cuidar el ámbito privado tanto como ha de estimular el debate público. Pero la intrusión en lo privado no es solamente el despojo de un derecho fundamental: es también, inevitablemente, un error. La conversación de los otros se sostiene siempre en un lenguaje extranjero. El lenguaje de lo privado es incomunicable. Es que la palabra adquiere sentido solamente en el ámbito en que se produce. El lenguaje que emerge de una conversación privada significa porque hay entendidos entre quienes se conocen. Las conversaciones que imaginamos protegidas por una cápsula de secreto otorgan permisos que en otro ámbito serían inaceptables. En ese refugio, los conversadores no necesitan hacer advertencias ni tienen que dar explicaciones. Su soltura parte de esos entendidos, de las experiencias compartidas que dan sentido a ese vocabulario.

¿Se revela la voz auténtica cuando el conversador se sabe protegido por las cortinas de lo doméstico? No. No, porque en el fondo no hay tal voz auténtica, no hay identidad verdadera, esencia revelada. Como la voz pública no es necesariamente la voz hipócrita, tampoco es autenticidad absoluta la voz privada o íntima. La expresión privada, más que ser develamiento de lo verdadero, es esa expresión que adquiere sentido la confianza protegida por el secreto y que ahí encuentra su ámbito de responsabilidad. Mientras el dicho público genera responsabilidades públicas, el conversador es solo responsable frente a su confidente. Ese es el asunto: la responsabilidad por las palabras. Que los funcionarios públicos asuman responsabilidad por su discurso público y, sobre todo por sus acciones públicas. Lo que los delincuentes exhiban de sus conversaciones privadas debe ser considerado enfáticamente como irrelevante.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

Twitter: @jshm00

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1117913

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx