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Se cebó el cohete

JUAN VILLORO

La relación de México con la aeronáutica se ha concentrado en los cohetes de feria. Pródigos en fuegos de artificio y "toritos" que lanzan chispas y espirales de lumbre, participamos poco en la carrera espacial.

En 1985 el astronauta guerrerense Rodolfo Neri Vela tripuló la nave Atlantis y realizó iniciáticos experimentos con amaranto para lograr lo que parece una condición del alma: la "alegría ingrávida". Más allá de eso, nuestra aportación a la tecnología interestelar ha sido tímida.

El reciente fracaso del satélite Centenario permite hacer algunas reflexiones sobre nuestra relación con el cosmos y con nosotros mismos.

Diseñado para una vida útil de 15 años, el Centenario voló durante 490 segundos del 16 de mayo; luego cayó como mártir ejemplar. La culpa no fue de un paisano que olvidó una torta en una turbina o decidió atar con un alambrito una endeble celda fotoeléctrica, sino de la empresa International Launch Services, encargada del lanzamiento en el Cosmódromo Baikonur, de Kazajistán. De cualquier forma, la catástrofe sirve como metáfora de lo que somos.

Hace unos meses, Gerardo Ruiz Esparza, secretario de Comunicaciones y Transportes, señaló que Reforma "hace daño a México". Se refería a las críticas a la licitación del tren rápido del Distrito Federal a Querétaro que beneficiaba a la empresa Higa, cercana al presidente Peña Nieto desde sus tiempos de gobernador del Estado de México y protagonista del escándalo de la "Casa Blanca". Según sabemos, el Gobierno reconsideró esa contratación sin que el secretario se disculpara por acusar de antipatriota a un periódico que decía la verdad.

Para evitar ese tipo de malentendidos, señalo que criticar al cohete no es criticar a México, no sólo porque era ruso, sino porque un país no puede ser resumido por un objeto. Aunque estuviera hecha de madera de Olinalá, la nave no representaría las esencias nacionales. Se puede ser patriota y reconocer que, cuando un aparato mexicano explota, no lo hace por éxito.

Boletines oficiales han señalado que la conducta de México ante el desastre fue "ejemplar" porque la operación estaba asegurada al 100%. Es de celebrar que el Centenario, cuyo costo fue de 300 millones de dólares, contará con un respaldo superior al ofrecido por las aseguradoras con las que lidiamos en la corteza terrestre (al negociar el reembolso, aprendes la horrorosa palabra "coaseguro" y descubres que la tarifa designada a una traqueotomía equivale a un tercio de lo que cobró el cirujano). Pero no seamos díscolos: un satélite merece cobertura amplia.

Dicho esto, también hay que decir que en cuatro ocasiones se pospuso su lanzamiento. Algo fallaba en el cosmódromo. ¿Se había contratado a Launch o a Lunch Services? ¿Por qué no se buscó otra compañía? Porque un cambio de proveedor haría que se perdieran los 60 millones de dólares de anticipo. La historia completa es ésta: México se preparó muy bien para el fracaso de la misión, pero no para su éxito. Un símbolo de nuestra realidad.

El satélite Morelos III, que asumirá las funciones del Centenario, será lanzado por una empresa estadounidense, con mejor trayectoria que la rusa. Poner el destino del Centenario en manos de International Launch Services fue un error de la administración de Felipe Calderón, que ignoró las fallas previas ocurridas en Baikonur. Concebido para entrar en órbita a mediados de 2013, el satélite se reprogramó una y otra vez.

Como la Estela de Luz, el Centenario revela la falsa grandeza de las iniciativas oficiales. Ejemplo de corrupción, dispendio e ineficacia, el monumento de Calderón a sí mismo está parcialmente apagado, y ahora se cebó el cohete por el que adelantó una fortuna.

¿En qué medida el PRI es responsable de los estropicios del PAN? El Pacto por México garantizó la impunidad del gobierno anterior. Para sacar adelante las reformas en el Congreso, se le dio carpetazo a un sinfín de asuntos. Con el mismo sentido de complicidad y contubernio, Eduardo Medina Mora, estratega de la fallida política de seguridad de Calderón, fue impulsado por el PRI a la Suprema Corte de Justicia.

De acuerdo con la tradición popular, el oficio de cohetero nunca goza de consenso. Para unos, sus petardos hacen demasiado ruido; para otros, demasiado poco.

En la feria de nuestra realidad, el Gobierno queda como el cohetero.

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