Siglo Nuevo

Takashi Hiraide

El autor que vino del Japón

Takashi Hiraide

Takashi Hiraide

Mario Clío

A través de un camino nada convencional, el autor nipón ha conquistado a Occidente con su primera novela El gato que venía del cielo. Una historia simple pero llena de imágenes poéticas y conmovedoras le ha bastado a Hiraide para demostrar que no hay una edad específica para escribir una obra maestra y alcanzar el éxito literario.

Uno pudiera imaginarse que para ser un escritor destacado en los estratos internacionales se requiere haber comenzado la carrera desde muy joven, quizás haber elaborado algunos ensayos adolescentes en publicaciones dispersas, tal vez artículos jóvenes en revistas especializadas y comenzar a madurar la pluma justo cuando la madurez de pensamientos nos asalta, allá desde los 16 a 18 años de edad. Hasta entonces pudiera uno sentirse con el motor suficiente como para iniciar literalmente la carrera, o dicho al revés, iniciar la carrera… literal.

Pues no fue ese el camino de Takashi Hiraide, un escritor japonés que ha cautivado con sus manuscritos a propios y extraños, ya en una edad madura. Hoy cuenta los 65 años de edad y su gran éxito mundial salió a la luz pública apenas en el 2002, cuando tenía 52 años. Nos demuestra que nunca es tarde para escribir novela, y, sobre todo, para escribir bien. Escribir atractivo y delicioso diría yo. Un estilo de escritura que serpentea entre los terrenos de la poesía mitológica y los entremezcla hábilmente con una realidad cobriza y llena de aplomo.

El gato que venía del cielo (Alfaguara, 2014) es una novela que puso el nombre de Takashi Hiraide en las grandes marquesinas literarias. Es el libro que se vendía como pan caliente en Estados Unidos y Francia. Es una historia tierna y conmovedora que un día llegó a las manos del escritor japonés Kenzaburo Oé, Premio Novel de la Literatura 1994 y tras devorarlo dijo sentirse deslumbrado por su belleza.

UNA VOZ DE ORIENTE

Takashi Hiraide nació en la localidad japonesa de Moji, Kitakyushu, en 1950. Ha publicado numerosos libros de poesía, ensayos sobre literatura y sobre otra de sus pasiones: el béisbol.

Después de trabajar durante nueve años como redactor para una editorial de Tokio, decidió consagrarse a la escritura. Es profesor de Ciencia del Arte y Poética en la universidad de Tama, en Tokio, donde también es miembro fundador del Instituto de Antropología del Arte.

Entre sus obras se cuentan una biografía del poeta Irako Seihaku (1877-1946); un libro de viajes que rastrea los pasos de Kafka, Celan y Walter Benjamin en Berlín; una compilación de cartas inclasificable titulada Postales para Donald Evans, y varios libros de crítica literaria como El futuro del naufragio (1982), En la punta de ataque (1985), Recelo de luz (1992) y Calle de múltiples direcciones (2004).

Takashi Hiraide asegura que su vida como poeta comenzó en 1964 (a los catorce años), cuando escribió un homenaje en tono elegíaco a sus dos matemáticos favoritos, János Bolyai y Nikolai Lobachevsky, con el que su profesor quedó deslumbrado. Doce años más tarde, en 1976, la publicación de su primer y único libro de poesía en verso libre, La posada, cosechó muy buenas críticas. Hiraide se convirtió en el representante de una nueva generación de poetas japoneses nacidos después de la guerra. Tras ese primer éxito, el poemario Para el espíritu luchador de las nueces, donde mezcla narrativa, autobiografía, experimentación, imágenes hiperrealistas y subversiones lingüísticas, marcó un crucial, aunque incipiente, giro en su carrera literaria, al contener ya muchas de las semillas de su poética.

En la estela de la prosa poética japonesa en la que se encuentran también autores como Minoru Yoshioka (1919-1990) o Sakutaro Hagiwara (1886-1942), Hiraide se ha convertido en uno de los más respetados y admirados poetas contemporáneos de Japón.

En el año 2000, tras la muerte de su padre, publicó un libro de tankas (el poema tradicional japonés compuestospor cinco versos de 5-7-5-7-7 sílabas), Ciento once tankas para llorar a mi padre, que recibió una acogida entusiasta.

En un país como Japón, donde las comunidades de poetas contemporáneos y tradicionales están claramente divididas, Hiraide es uno de los pocos autores que ha logrado atravesar esa conflictiva frontera.

El gato que venía del cielo, su primera novela, galardonada con el Premio Kiyama Shohei, narra su experiencia autobiográfica de un fin de época que supuso un cambio radical en el devenir histórico de Japón. Ha sido traducida con gran éxito al francés y al inglés y al español.

UNA HISTORIA SENCILLA

A pesar de tratarse de un manuscrito de tan solo 160 páginas, su contenido es tan abrazador y tan evocativo, que uno se ve obligado a pasar lentamente sus páginas, ya que al dejar atrás cada una de ellas, el lector puede encontrarse invadido por una carga de nostalgia, por las figuras que se tejen en su mente y que no deseará que se me borren como las nubes del firmamento.

La historia se teje en el país nipón, donde una pareja japonesa decide huir del bullicio de Tokio para apostarse en una casa antigua en las afueras de la capital. La poesía de paisajes es narrada con gran maestría. Un camino serpenteado y escoltado por setos tupidos con hojas diminutas y olmos, unos de ellos centenarios y protegidos como patrimonio municipal. Unos montículos artificiales, flores multicolores, un estanque, las fachadas de las casas que como si fueran vecindad, se alineaban frente al camino comunal. Las maderas de las cercas perforadas con miles de ojos imaginarios y un gato.

El personaje más bribón del vecindario, con alma libre, pensamientos enigmáticos y el título de propiedad en cada corazón de los vecinos. Con el pasaporte montado en sus bigotes que le sirve como salvoconducto para adentrarse a las casas libremente, a las habitaciones y a las almas de sus moradores.

Chivi, un felino huesudo adoptado por el vecino de este matrimonio, un pequeño de cinco años que demostró su primera señal de temple cuando enfrentó a la octogenaria de su abuela al decirle que ya lo había decidido y que se quedarían con el gato, hasta ese día callejero.

La pareja miraba con simpatía la relación del gato con sus dueños y con ellos mismos, cuando el minino se cruzaba a sus casas. Nunca habían tenido gato, y aunque amigos suyos se hubieran expresado efusivamente cuando se referían a sus mascotas, a ellos no les había llamado la atención tener ni perros, ni gatos, aunque en el filo de sus 35 años de edad, pensar en la llegada de hijos les resultaría imposible y por lo tanto la idea de una mascota no era descabellada.

La historia es simple y lineal pero está cargada de sentimientos en donde los lectores que han tenido la oportunidad de convivir con animales, especialmente con gatos, se deben sentir identificados.

EL APEGO Y EL DIFÍCIL DESAPEGO

El callejón del relámpago que dibuja el camino cotidiano de los vecinos, ha sido el pequeño ecosistema del gato que sin establecer diferencias o jerarquías de amistad, se metía con plena libertad tanto a su propia casa, como la de este matrimonio y así como entraba a sus hogares cada día, entraba también a sus corazones. El gato comenzó a transformarse ante la vista de los personajes centrales de esta historia, de ser un gato extraño con un collar rojo y orejas puntiagudas, pasó a convertirse en el animal más hermoso de todos.

Era inevitable comparar a los demás animales con el suyo, que ni siquiera era propio, y tras la comparación somera, determinar con el juicio que le daba la ceguera del cariño, que Chivi era el gato más hermoso del planeta, así, con sus ojos de acero y pelambre blanco con caricias grises.

Las cajas con cobertores colocadas sobre la duela, a manera de cama, para que pudiera pasar la noche, los platos de comida ignorada y la pequeña portezuela de mascotas que instalaron en la puerta de la cocina, fueron los cambios que este matrimonio experimentó con el paso de las semanas. Un gato que no maullaba y que despertaba los latidos cuando escuchaban el discreto cascabel celestial atado a su collar.

Este matrimonio sintió calladamente que no habían adoptado a un gato ajeno, sino que el gato había sido quien decidió tenerlos a ellos como mascotas de sus caprichos. Al intentar acariciarlo corría como si hubiera visto a un perro y volvía solamente cuando lo decidía, o más bien cuando creía que lo necesitaban los moradores.

El quiebre de esta historia se da cuando por un acto instintivo Chivi ataca a la dueña de la casa y dueña de la mano que mordió. Se amuralla el hogar y se rompen lanzas contra el felino ingrato, que después de todo, siempre fue ajeno. Pero la separación no comienza ahí, sino cuando los vecinos, todos, deben mudarse. Entonces el gato que venía del cielo, podría perder el rastro en un terreno ausente, en donde ya no convivirían todos sus dueños. Era el camino escoltado por los verdes setos lo que los unía, el callejón del relámpago.

Alojarse este matrimonio sensible en otra casa pero en un lugar cercano, pudiera ser la solución para evitar la separación. Facilitar el único vínculo que los atara con este personaje caprichoso y de vida tan libre e incorpórea. Una solución que quizá quede sólo en deseos reprimidos.

Una historia sencilla y llena de luz que trata sobre el comportamiento humano, el comportamiento animal, y el comportamiento de ambos cuando existe interacción, es bella y atrapa desde las primeras nubes que se describen en el firmamento.

Si al lector le gustan los gatos, los animales, la cultura japonesa y los buenos libros, vale la pena voltear a Takashi Hiraide. El autor es profesor de Ciencia del Arte y Poética en la Universidad de Tama en Tokio, tras nueve años como humilde redactor para una editorial, decide escribir esta, su primera novela, que se ha vendido por millones en Europa y Estados Unidos. Un gato que, sencillamente, le vino del cielo.

Foto: Takashi Mochizuki
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Foto: Nancy Jones Francis
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Magdalena Kauz
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