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Errar y errar

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Hay de errores a errores. Una cosa es que se trabe la lengua a la hora de decir "epidemiológico", otra muy diferente olvidar los nombres de dos entidades federativas, máxime, si se tiene el encargo constitucional de dirigir los destinos del país.

¿Se sobrerreacciona a la pifia? Por supuesto. Nuestra cultura nos empuja a dimensionar de manera excesiva los yerros ajenos y a exagerar, por consecuencia, los reclamos, burlas y sanciones que se siguen al error, sobre todo cuando se trata de una autoridad.

No obstante, es necesario reconocer que en el contexto actual hay dos ingredientes, uno nuevo y otro de prolongada gestación, que crean un caldo de cultivo más propicio para que cada falla, por mínima que sea, se magnifique. El primero, el acceso de una gran parte de la población a las llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación. El segundo, el profundo y generalizado hartazgo en contra de los políticos.

Ambas circunstancias, potencian la ya de por sí inmoderada reacción que el mexicano suele tener contra quienes se equivocan, convirtiendo un hecho penoso en un festín que muy probablemente sea considerado por los especialistas como un ejercicio de catarsis que permite desahogar toda la frustración acumulada por toda una larga historia de abusos de quienes han ostentado el poder.

En un escenario así, ¿por qué el presidente Peña Nieto se sigue equivocando? ¿No era para que su equipo, o él mismo incluso, se hubieran dado cuenta de la sobrerreacción potenciada ante el error y entonces intentaran por todos los medios de evitarlo? ¿No se ha aprendido lo suficiente durante los últimos años? ¿Nadie cuida a la figura presidencial?

Habrá seguramente quien opine que para ser presidente no se requieren conocimientos de cultura general. Que Peña Nieto no está jugando al Maratón y que lo importante son los resultados que se ofrecen en lo político, lo económico y lo social. No soy de los que opinan que todo en la gestión peñista está siendo manejado de manera equivocada. Pero hay que reconocer que está muy lejos de ser la administración que el México de estos tiempos requiere.

Sin pretender adivinar el futuro, me parece que su legado incluirá por lo menos dos grandes asuntos por los que se le recordará de manera negativa. El primero, de carácter más abstracto, tiene que ver con el descrédito de las instituciones mexicanas, y muy en especial con la que Peña representa tan indignamente, en medio de grandes escándalos de corrupción y conflictos de intereses.

El segundo, de naturaleza más concreta, es la condición de desastre en la que quedará el mercado interno, con empresas medianas y pequeñas dedicadas sólo a subsistir y familias trabajadoras cada vez con menor capacidad para adquirir con sus salarios los productos que generan esas empresas.

Ambos resultados negativos, son producto de las decisiones equivocadas que se han venido tomando y sosteniendo a lo largo del sexenio que aún no llega siquiera a la mitad y que alimentan la sobrerreacción a sus yerros. A Peña se le recordará pues, por errar (en las formas) y por errar (en el fondo).

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