A dos semanas de que concluya el torneo regular, Santos Laguna está tan vivo como su entrenador lo quiere ver. Con su triunfo del viernes, los Guerreros se metieron (otra vez) a zona de calificación, aunque con los resultados de sábado y domingo, volvieron a salir. Así pasa cuando no se hace la tarea; se depende de lo que hagan los demás. Aún así, le quedan seis puntos a los Guerreros (tres contra Pachuca y tres en casa ante el Puebla -que podría llegar ya descendido a ese partido) para buscar la calificación. Pero… ¿para qué?
Conozco aficionados que dicen preferir que Santos no califique. "¿Para que nos saquen a la primera?", "¿así como está el equipo, sin jugar a nada?", "¿para dar lástimas?", se preguntan. Y por último, los más aventurados ven en un posible fracaso de su equipo la ventana que se abre a la posibilidad de enmendar el rumbo; "ya que nos eliminen para que corran al técnico". Conste, hablo de cualquier equipo en cualquier torneo de cualquier liga.
Como aficionado, difiero. A mí me gusta ver a mi equipo en liguilla aunque durante el torneo no haya demostrado ser un contendiente al título. Me gusta seguir viendo sus colores en la cancha lo más que se pueda. Y sé que el futbol mexicano da para eso y mucho más, para tener un torneo mediocre y al final meterse a la lucha por el campeonato. Sé, y lo he visto en muchas ocasiones anteriores, que un equipo con mala campaña al final puede quedarse el trofeo de campeón. Aunque debo admitir, en muchos de los torneos recientes, el monarca sale de los primeros tres lugares de la tabla.
Santos, en décimo lugar, tiene muchas posibilidades para ser campeón este torneo. De los seis puntos que quedan en disputa, tendrían que ganar los seis para no esperar ayuda de nadie. Luego, en liguilla, ya nomás quedarían seis partidos por delante.
En el juego del viernes pasado, Caixinha volvió a sufrir en la banca. Ver con impotencia cómo su equipo desaprovecha las ocasiones de gol y cómo el rival te abruma con llegadas, pero que también no se cansa de fallar, no debe ser fácil. Al final, la cara de angustia se esfuma y ya lo único que queda es celebrar eufórico los tres puntos abucheados en el Corona. Señalar con los dedos los tres puntos obtenidos, tocarse el corazón, alzar el puño en señal de triunfo y luego, antes de abandonar los reflectores, soltar una discreta "mentada" que se confunda con esa seña victoriosa.
Una vez sentado ante los medios de comunicación, precisamente después de una semana en la que no hubo comunicación con los medios, a Caixinha le molestan las preguntas que van directo a su último gesto dentro de la cancha. A él, dice, le gusta que le pregunten de futbol y estrategia.
Caixinha ha perdido la razón, aunque aún manda él. Con el tiempo, los desfiguros del técnico santista van en aumento. "Es el precio que tiene que pagar por su forma de ser", dirán algunos. "Por decir las cosas como son" y "no nos gusta que nos digan las cosas" son excusas a su comportamiento exacerbado y grosero, en muchas ocasiones.
Caixinha, por increíble que parezca en esta caleidoscópica liga, es como un elefante en una cristalería. Sus arrebatos constantes caen en lo ridículo e injustificable. Y nada tiene que ver con el suelo que lo vio nacer.
Dicen que "a donde fueres, haz lo que vieres". Y lo mínimo que se puede pedir, a quien sea, es respeto. Incluso, respeto por las limitantes de los comunicadores (si fuera el caso) y no ponerse a gritar como loco sin justificación. Tendría que mostrar más clase sobre el "estrado".
Caixinha lleva más de dos años en este futbol; no es nuevo. Conoce el medio y, a pesar de la presión que debe cargar sobre sus hombros, ya debería mostrar más inteligencia para que el club no tenga que llegar a medidas de "calladitos se ven más bonitos".
En esta semana de entrenamientos que inicia hoy, nuevamente ni jugadores ni técnico darán declaraciones; están en su derecho. Aunque con esa medida, el que más pierde es el aficionado.
PD. "Chicharito" es un crack.
Síganme los buenos @Foko_54.
