¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando eras un cachorro de tres o cuatro meses de nacido y un día te pusiste a perseguir una mariposa que revolaba en el jardín?
La mariposa parecía divertirse con tu persecución. Se alejaba de ti cuando saltabas tratando de alcanzarla, y se acercaba luego como si te retara a que la persiguieras otra vez.
Mis hijos, entonces niños como tú, gozaban viéndote, y se reían de tus inútiles empeños.
Yo no reía; antes bien te miraba con tristeza. Y es que en aquel tiempo, igual que tú, yo estaba persiguiendo un sueño, y los sueños son también huidizas mariposas.
A eso me dedico todavía, Terry, a perseguir mariposas. Mírame desde el lugar donde ahora estés y no te rías de mí.
¡Hasta mañana!...