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Armenia: genocidio es la palabra

FEDERICO REYES HEROLES

Para Sonia Arakelian y José Sarukhán

"¿Quién recuerda hoy la masacre de los armenios?— Adolf Hitler, 1939

¿En qué momento y por qué el otro se convierte en la encarnación del mal? Religión, etnia, fenotipo, infinito desfile de prejuicios todos, judíos o armenios, Polonia o Sudán, palestinos o indígenas guatemaltecos. La decisión de exterminar de manera sistemática a un grupo humano se llama genocidio. Esa es la palabra, no "masacre", no "evento trágico", no "crimen atroz". Genocidio. Cuando un grupo humano, desde el gobierno o desde fuera, decide el exterminio de otro grupo humano estamos ante un genocidio. La palabra Holocausto nos es común, sabemos de las decenas de millones de judíos que fueron buscados, identificados, capturados y llevados a la muerte. Pero eso ocurrió, en parte, porque el primer gran genocidio cayó en el territorio amoral del olvido. "¿Quién recuerda hoy...?" Firma: Adolf Hitler.

Estamos ante una de las culturas más antiguas que aportó a la ciencia y al arte, leyes, el Jachkar, esas hermosas cruces de piedra esculpidas al centro. La primera nación en declararse cristiana, pero autocéfala, independiente de Roma y de la Iglesia Ortodoxa. Asentada en los fértiles valles alrededor del monte Ararat, los armenios mostraron gran brío en muchas áreas. Pero la desgracia geográfica los hizo presa de los persas, de los árabes en sus distintas modalidades, de los otomanos, de los rusos. El ir y venir de sus fronteras bajo los distintos impulsos imperiales habla de una víctima reiterada. Aní, su gran ciudad amurallada, fue testimonio de su grandeza.

Así llegan, perseguidos, estrujados al final del siglo XIX, cuando el sultán Abdul Hamil II decide la primera eliminación masiva que costó la vida a alrededor de 300 mil armenios. Era sólo el inicio, después vendría el régimen de los "Jóvenes Turcos". En total 1'500,000 de armenios masacrados por ser armenios. Primero fueron los intelectuales decapitados en Estambul, señal del temor a las ideas, después cientos de miles llevados al desierto a fosas comunes en un cruento ensayo de la obsesión nazi. En 1915 la sangre Armenia corrió en ríos, pero la acción genocida fue continua, de tracto sucesivo. No fue una masacre sino una estrategia que se prolongó, según los historiadores, hasta más allá de 1920. ¿Cómo negar el genocidio, esa acción coordinada que se prolonga en el tiempo? Imposible.

La primera Guerra Mundial y la Revolución Soviética extendieron una perversa sombra sobre el genocidio armenio. La diáspora que sumó millones, quizá el doble de la población que vive en Armenia, provocó la dispersión, el quiebre de las familias y los lazos personales. Allí apareció la más terrible de las enfermedades para una civilización: el olvido, por tiempo o por decreto. Resultado: la hipocresía de Occidente hoy no tiene límites. Sólo 22 países reconocen al genocidio armenio por su nombre, La mayoría de ellos europeos. En América Latina, Uruguay fue el pionero en 1965, después Argentina y Bolivia después. Caímos así en la trampa que Rafael Rojas ha denominado "El genocidio impronunciable".

Pero el mundo lentamente entiende que el genocidio armenio, no la "cuestión" o el "asunto", necesita ser llamado por su nombre. El papa Francisco, en otro de sus audaces lances, lo dijo con todas sus letras: el primer genocidio del siglo XX. El presidente turco, con una palabra que muestra la calidad de su intelecto, le respondió: son "estupideces". De vivir Hitler, serían amigos. Porque la única forma de vacunar a las sociedades en contra de este tipo de horrores es reconocerlos: el genocidio armenio. El Parlamento Europeo dio el paso y enterró la máscara de "crimen atroz" de Naciones Unidas. Geoffrey Robertson ha escrito un libro revelador An Inconvenient Genocide, ahí habla de la grave disyuntiva doctrinal que está detrás. En varios países europeos la negación del Holocausto y de los genocidios ya es (debe ser) penalizada. Ignorar es complicidad involuntaria, pero muy dañina. Callar es perverso y peor aún: negar los hechos, las evidencias, abre la puerta a actos similares. Qué enseñar en las escuelas, ¿acaso no existió el genocidio armenio? Las convenciones internacionales contra la discriminación y para prevenir y castigar el genocidio amparan la penalización del ocultamiento. Varios "negacionistas" han terminado ya en la cárcel por su mentira con intención. ¿Y México?

El espléndido Museo Memoria y Tolerancia ha montado una desgarradora exposición sobre el genocidio armenio. Ese espacio de libertad ha enriquecido mucho a nuestro país, pues resulta que ahora, como andamos coqueteando con Turquía, la palabra genocidio molestó a los diplomáticos y -por temor o debilidad- suspendieron una muestra de cine armenio. ¡Qué terrible amenaza! Por fin, son los principios o las balanzas comerciales lo que nos rige. Se llama genocidio. México llegará a la cita, pero será tarde y mal. Demos el paso: 23 de abril, día del genocidio armenio.

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