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Al Larguero

LOS NIÑOS DE SAN ISIDRO

ALEJANDRO TOVAR

Para César Orona, mejor artista de lo que supone.

De toda la variedad de las capacidades humanas, una de las más misteriosas es la de negar la evidencia, la de cerrar los ojos a lo irrefutable o incluso, mantenerlos abiertos sin aceptarlo. Por ello pasar frente a las viejas bardas del Parque San Isidro es como meterse en la máquina que puede retroceder el tiempo y se puede ver uno, su familia y amigos, menores y felices.

Los niños de los sesenta en domingo de futbol mirábamos con ojos de ilusión. Con cinco pesos te alcanzaba para entrar a "sombra" y aún consumir tremendo lonche de aguacate con su respectivo refresco de cola. El asunto era buscar una localidad, ya en las pequeñas tribunas de madera, laterales, porque en el centro Otto Schott II construyó una especial, que años después, entre llanto nuestro, fue derribada a punto de golpes de pico.

Nuestro equipo, el de esos niños que corríamos de un lado a otro, gritando, era el Laguna, un grupo que se vestía con medias verdes, pantaloncillo blanco y casaca con verde al pecho y mangas en blanco. Veíamos a nuestros jugadores como si fueran gladiadores del circo romano y no eran mas que un grupo de muchachos locales, frescos, fuertes, sonrientes, jóvenes.

El futbol de hoy es más físico y profesionalizado, lujoso en el trabajo, proceso y logística. No, aquellos chicos eran solamente semi, era raro el que tenía un coche, viajaban en autobús y actuaban como lo que eran, jugadores de Segunda División pero tenían un sello: el corazón no les cabía en el pecho y en la cancha luchaban como si en cada pelota les fuera la vida.

Son otros tiempos pero entre aquellos chicos de barrio, casi todos locales, había algunos con una clase superior a los actuales. Nadie de los de hoy en Santos con la clase de Romero, la derecha de Saucedo, el recorrido de Gato Gómez, el cabezazo de 'Chuleta' Aguilar. Eran nuestros héroes y hoy, dos generaciones después, nos vemos en espléndido escenario, con equipo lujoso, que viaja en charter, que lo tiene todo pero que ha olvidado el compromiso con su pueblo ilusionado siempre. Hoy Santos se preocupa por el ridículo sin seducirse por el riesgo y entra en un trance difícil, cuando su técnico prefiere ventilar las culpas en vez de tomar la responsabilidad que le corresponde y hacer la autocrítica necesaria. Cuando la modestia y la humildad desaparecen, pasan a ser una vieja y sutil forma de sobreviviencia.

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